La chica peculiar

Capítulo 23: Desacuerdo

10/09/2016

Sábita y yo pasamos todo el sábado yendo de un sitio al otro hasta que se hizo la noche. Por más que él insistiera con incluir a Lila, no pude aceptarlo, tenía suficiente con fallarle a mí palabra poco después de casi jurar que no volvería a usar la luz, por lo menos, la decisión de no arriesgar la vida de Lila la quería mantener.

Tratamos de idear miles de maneras de sacarle partido a mis poderes. Él me informó sobre las cosas que se había dado cuenta al practicar el dominio de estos, sobre que la energía se agotaba con rapidez y que la manera que tenía de retenerla ya no servía. Y si yo le pasaba más era probable que me quedaría casi sin nada hasta que la recupere. Hicimos varías pruebas para saber sobre sus fortalezas y debilidades, sin embargo, no era cien por ciento seguro de que tuviéramos razón, aún era difícil decir con certeza de lo que se podía o no hacer.

Hace ya tiempo había comenzado a nevar, estábamos abrigados de pies a cabeza sin un centímetro de piel expuesta a excepción de nuestras caras. Y de no ser por las continuas barredoras el andar en bicicleta iba a resultar imposible.

—Sábita, no hay manera de encontrar al culpable, puede que solo sea una idea estúpida —le comenté mientras andábamos en bicicleta, recorriendo las ultimas cuadras de “vigilancia”—. A pesar de que trajiste una radio con la que podemos meternos en la frecuencia policial, nunca llegamos a tiempo y cuando lo hacemos, es algo que no tiene nada que ver con un asesinato.

—Se debe a que no nos detenemos a escuchar todo para ganar tiempo. Celeste, de igual manera, ¿por qué te contradices? Aceptaste por algo, ¿no? —me cuestionó.

—Si tan solo supiera lo que quiero —respondí, revoloteando los ojos y suspirando.

—Te noto desganada, pero… no es eso. Te sientes culpable, lo sé. Por esto mismo me ofrecí a ir contigo. No estas preparada para ser lo que tienes que ser, no todavía.

—¡Y que mierda es lo que tengo que ser! —le espeté, fastidiada de toda esa charla sobre el existencialismo. Detuve mi bicicleta en seco. Se me cristalizaron los ojos al borde del llanto, cansada de mi misma.

—¡Una diosa! Puedes poner al resto de la humanidad a tus pies, Cele… ¿Es que no lo ves? Puedes hacer lo que quieras sin que nadie te diga lo contrario. Nunca más tendrás miedo de nada. Debes confiar en lo que te digo. Imagina como sería otear a todos de arriba. Ya no más reprimirse, ya no más la niña perdedora…

Sus palabras eran convincentes. Algo de lo que dijo me parecía cierto, tenía la capacidad para lograrlo, sin embargo, ¿es eso lo que quiero?

—No Sábita, eso no es lo quiero.

—Entonces, ¿qué? ¿Volver a lo de antes? —se veía molesto.

—Quiero ser una persona normal —respondí, con la voz frágil.

—No seas estúpida, no eres normal y lo sabes. No te estoy pidiendo esclavitud o algo por el estilo, pero piensa en que, si el mundo se enterara de lo que eres capaz, nadie se animaría a hacer el mal en esta ciudad y quien sabe, en el país —se explicó.

Después de eso, solo dije que lo tenía que pensar, aunque no me apetecía realmente.

Los asesinatos siguieron a lo largo del resto de septiembre. Empezado octubre, libre de la escuela, nos enfocamos con ahínco en el objetivo de detener a la persona o personas que se encargaban del caos en Welttob. Siempre llegábamos tarde.

El sábado quince nos reunimos con Sábita en casa de Lila. Las cosas en la ciudad se habían vuelto un desastre, la policía estaba constantemente merodeando las calles y el toque de queda nos restringió la vigilancia; a partir de las diez horas nadie podía salir.

Lila se había enterado de nuestra idea sobre buscar al culpable. Lo aceptó amenamente en comparación a lo que pensaba que sucedería, aunque era cuestión de tiempo a que no resistiera.

—Ya no más, por favor —empezó Lila—. Déjenle esto a la policía, a la gente que en verdad se preparó para ello. Ustedes son solo adolescentes.

—Gracias a Celeste somos más que eso—refutó Sábita, sonriendo—. No es como digo, ¿Cele? — buscó mi aprobación, con algún tipo de certeza que deduje en su rostro.

—Lila tiene razón —cuando dije eso, su cara se tornó oscura, decepcionada—. Lo único que hacemos es estar dando vueltas y…

—¡Basta! ¿¡Te estas escuchando!?  —me interrumpió violentamente, levantándose de su asiento en la sala de estar. El sonido de la televisión, que pasaba una película que estábamos viendo, fue lo único que se escuchó durante unos segundos los cuales fueron eternos e incómodos. El vaso con gaseosa que sostenía en mi mano se estrelló contra el suelo—. Dime, ¿vas a seguir dándome de tu energía? —se aventuró con el ceño fruncido, de un modo agresivo. A lo que negué con la cabeza. Él rió y luego su maldad se manifestó—. Sería buena idea no meterte en mi camino, Celeste. Siéntete afortunado de que te deje como un respaldo indeseado.

Su piel comenzó a resplandecer de un amarillo intenso y vivo. Sus venas se remarcaban, incluso por sobre toda su ropa, de un color anaranjado como el resplandor del sol… del fuego, de una llama a punto de quemar un bosque entero. En camino a marcharse, en eso, Lila le advierte temblando de pánico:

—Si l-la policía te ve, t-te llevaran a la comisaría. —Sus ojos estaban abiertos como platos.

—Lila, Lila, yo estoy por encima de todo. La patética policía no puede hacerme nada —respondió, dejando notar con claridad la superioridad personal en su voz.

Cuando Sábita se fue, Lila se acercó a mí, con la intención de decirme algo, a lo cual solo me quedaba por esperar la confirmación. Era mi culpa, aun no estaba segura, pero presentía que era mi culpa.   

—¿Salgo tras de él? —le pregunté a Lila. Rápidamente me percaté de que le temblaban las manos.  

—Tengo miedo, Cele —se abalanzó junto a mí.

—Yo también, Lila.




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