La luz en mis parpados era una molestia. Quería descansar… No tardé en caer a cuenta de lo que sucedió. Me incline hacia adelante y una voz me dió la bienvenida:
—Despacio, con calma.
Era una mujer de pelo castaño que estaba sentada a un lado de mi camilla, con un bolígrafo y un anotador al filo de la escritura.
—¿Quién es usted? —pregunto, un poco entumecida tanto en el habla como en la noción de la realidad. Tengo la boca seca y un ligero dolor de cabeza que me irrita. Mi mamá interrumpe en la habitación, visiblemente contenta, con esa expresión de entristecido alivio. No para de preguntarme una y otra vez, incansable, si es que estoy bien o como es que me encuentro. Para mi sorpresa la mujer mencionada a mi lado, le pide por favor que se retire y la deje a solas conmigo. Mi madre sale de la habitación luego de tener que intervenir para rogarle que le haga caso.
—Gracias por tu cooperación, Celeste —empieza—. Tengo que hacerte un par de preguntas y voy a necesitar que seas totalmente sincera.
—No tengo tiempo para esto —respondí, tajante—. Le dije a mi mamá que se fuera porque tengo que pedirle a usted que me deje ir. Sé que es de la policía, o algo así.
—Me temo que no va a hacer posible… —Antes de que pudiera terminar, la miré con fijeza. La mujer no parecía dar el brazo a torcer. Sin embargo, llegado a este punto, por mi mente solo transitaba una idea.
—Míreme a los ojos —le pedí. Cuando ella los vio, la dejé contemplar el resplandor de mi luz. Parecía confundida, no emitió sonido alguno, luego pestañeó reiteradas veces. Cuando parecía regresar a su plan de escribir todo lo que pasó en casa de Sábita (intuyo), la agarré de la muñeca con la cual sostenía el anotador reposado en su muslo. Parecía enojada, me dirigió una mirada de desaprobación. Respondí, no con palabras, con una pequeña muestra de mi poder. La luz pasó por su mano hasta su pecho. A decir verdad, no sé qué es lo que sintió, pero fue suficiente como para dejarla estupefacta. Su bolígrafo cayó al suelo y su gesto cambió totalmente a una de comprensión, a uno de: “¡Hoy he conocido la magia!”. Parándome cautelosa, paso por paso, tomé la ropa limpia y doblada que había en una silla y me cambié un poco a escondidas. Rodeé la camilla, abrí la puerta y salí. A un lado de puerta había un policía grandote, pelado y moreno, y antes de que preguntara algo, le mentí:
—La señora quiere un momento a solas y me dijo que puedo ir a casa.
Aunque no sonaba muy creíble, supongo que no se imaginó lo que pasó detrás de la puerta, incluso yo no lo creía. Mi mamá se paró de golpe cuando me vio.
—¡Hija! —exclamó.
—Ven ma… —La agarré de la mano y la arrastré a la salida del hospital. Caminando al estacionamiento le pedí mi celular, el cual se encontraba a disposición de la policía de la ciudad, por lo que tomé prestado el suyo. Ella me hablaba sin cesar, provocando que hiciera algo que no me gusta y me llena de culpa, no prestarle atención. Marqué el único número que conozco de memoria además del mío.
Espero que atienda.
Nada.
Lo marcó una vez más. La voz que me atiende es la que imaginaba.
—Ven a la azotea de la escuela —me heló el corazón.
—Ahora voy, no la lastimes.
—Eso dependerá de ti —cortó.
Mamá estaba preocupada. No quería involucrarla en esto; siempre terminaba haciéndolo.
—Necesito que me lleves a la escuela —le pido—. He olvidado algo ahí, será solo un momento, entro y salgo.
—¿Ocurre algo? —Ella me conoce, sabe que algo no va bien—. Es todo muy extraño, Celeste. Dime que sucede, ¿sí?
Tengo la sensación de que no le han contado donde me encontraron o qué sucedió. Le digo que no es el mejor momento para ello, que si me lleva a donde le dije, no dudaría en ponerla a corriente una vez nos vayamos de la escuela. En otra época se hubiera opuesto, hubiera resistido con el instinto de mamá protectora, sin embargo, ahora, perdió el carácter, lo perdió desde que comenzó a criarme sola y a consentirme cuanto podía.
Recorriendo las calles hacia destino, ella intentó encender la radio para distender el ambiente, cortar con el silencio. A pesar de que yo estaba sumida en mis pensamientos y mirando por la ventanilla, fui lo suficientemente rápida como para detenerla. No quería que escuche nada relacionado con Sábita.
—Espérame en el auto —dije, para encaminarme a la puerta. Cuando la perdí de vista rodeé gran parte de esta. Después de todo, hoy se suponía que no hubiera nadie dentro. Salté el paredón y me escabullí por uno de los laterales, preguntándome como es que llegaron hasta arriba si todas las puertas estaban cerradas. Solo me quedaba romper una ventana. Está escuela no es muy segura, sin embargo, no puedo criticar, no es como si en Welttob la delincuencia fuera un verdadero problema. Recogí una piedra de gran tamaño y la lancé hacia el cristal, terminando de romper con cuidado todos los bordes filosos con otra piedra. Estaba adentro. Los pasos que daba en cada peldaño de las escaleras provocaba un inquietante eco en el tambor de mi pecho.
La puerta que daba a la azotea estaba forzada. Asomándome por la puerta entreabierta, no alcanzaba a divisar nada ni a nadie. Paulatinamente la empuje con mis manos. Largando un extenso suspiro, me dejé ver por los rayos de sol, unos que no durarían demasiado.
Ahí estaban, Lila sentada en una silla de algunos de los salones, atada únicamente por una remera en las muñecas y Sábita por detrás. Cuando me acerqué unos cuantos pasos, Sábita levantó su brazo, dejando que viera la pistola que probablemente le arrebató a uno de los policiales sin vida.
—Ni un paso más —me frenó en seco. Sus ojos estaban enrojecidos.
—¿Estuviste llorando? —pregunté familiarmente, sin pensarlo mucho. Palabras equivocadas, solo lo empeoré su ira; pude escuchar el sonido del arma lista para disparar.
—Es fácil, si me das de tus poderes, dejo que te quedes con la pobre e inocente Lila.