La lluvia tamborileaba suavemente contra los cristales de la vieja casa, como si quisiera contar una historia en código morse. Iris, sentada en el suelo del desván, sostenía una caja de libros llenos de polvo. Algunos eran novelas que su madre solía leer en voz alta cuando era niña. Otros, títulos que no reconocía en absoluto, con letras doradas que parecían moverse ligeramente cuando no los miraba de frente.
—¿Estás bajando a cenar, Iris?—La voz del abuelo, Elías flotó desde el piso de abajo, serena como siempre.
—¡Ya voy!
Barquillo, el gato del abuelo, observaba desde lo alto de una estantería. Tenía el pelaje negro azabache y los ojos de un azul eléctrico. Iris siempre había pensado que tenía una expresión demasiado lista para ser un gato. A veces sentía que entendía cada palabra que se decía en la casa.
Después de cenar, mientras Elías hojeaba el periódico con sus lentes torcidos, Iris no pudo evitar lanzar una pregunta que rondaba su mente desde hacía semanas.
—Abuelo...¿Qué hay detrás de esa puerta doble del pasillo, la que siempre está cerrada?
Elías levantó la mirada. Por un instante sus ojos se nublaron, como si hubiera visto un fantasma.
—La biblioteca.—dijo simplemente-Hay cosas allí que... Bueno, no entres sin mí.
Iris asintió, pero por dentro sintió que esa respuesta era más una invitación disfrazada de advertencia.
Esa noche, cuando el reloj dio la medianoche, Iris se deslizó por el pasillo iluminado solo por la luna. La puerta estaba entornada. Juraría qué siempre estaba cerrada con llave. Empujó con suavidad.
La biblioteca era otra dimensión. Altos estantes tocaban el techo, repletos de libros de todos los tamaños, encuadernaciones, idiomas. Una escalera de madera rechinaba al girar. El aire olía a papel viejo, a tinta antigua y a algo más, algo que no sabía describir, pero que la hizo sentirse como si acabara de entrar en un sueño.
Al avanzar un libro llamó su atención. No porque estuviera en el centro, ni por su tamaño, sino porque... temblaba. Su título estaba escrito en letras que brillaban levemente: El bosque del Príncipe Olvidado.
Iris extendió la mano. En ese instante escuchó un ruido detrás de ella. Barquillo.
—¿Me seguiste?-susurró.
El gato maulló, pero esta vez hubo algo más, un sonido como si el maullido se mezclara con una sílaba. Algo que, por un segundo sonó como su nombre.
—Iris...
Ella dio un paso atrás.
—¿Qué... dijiste?
Barquillo se quedó quieto, sus ojos brillando intensamente.
De repente, el libro se abrió de golpe. Un torbellino de luz dorada surgió de sus páginas envolviéndola. Intentó retroceder, pero el suelo pareció desaparecer bajo sus pies. Barquillo maulló de nuevo -con fuerza e urgencia- mientras Iris era absorbida por el libro como si fuera tinta derramada al revés.
En su habitación, Elías se despertó de golpe, su corazón latiendo con fuerza. Supo sin saber cómo, que la historia había comenzado otra vez.
Y en la biblioteca, sólo Barquillo quedó mirando las páginas abiertas. Luego se sentó, muy erguido, como si estuviera esperando. O protegiendo