La chica que leía portales

Mirasombra

Iris se quedó inmóvil mientras Tirso desaparecía en una reverencia lenta, hundiéndose en la niebla, como si nunca hubiera estado ahí. Solo quedó el eco de su voz:

¿Aún recuerdas tu nombre?

La pregunta le revolvió el estómago. Claro que lo recordaba.¿Cómo iba a olvidar su propio nombre?

Pero cuando intentó decirlo en voz alta no le salieron las palabras.

No era que se le hubiese olvidado. Era como si las palabras tuvieran miedo de salir. Como si la historia del lugar se negara a dejar que fuera ella misma.

Empezó a caminar por la calle adoquinada, sintiendo que cada paso sonaba demasiado fuerte. Las casas tenían faroles encendidos, pero ninguna luz venía de dentro. Solo reflejos. Algunas ventanas parecían estar ocupadas por sombras quietas, mirando sin moverse.

Todo en Mirasombra parecía una pintura antigua donde alguien había olvidado el color.

En la esquina de una tienda de máscaras, una anciana de espalda encorvada colgaba una nueva en la vitrina. Su máscara era de plata opaca, sin ojos. Cuando Iris pasó frente a ella, la mujer murmuró sin volverse:

—Los que no llevan rostro deben elegir uno pronto. O la neblina elegirá por tí.

Iris apretó la llave en su bolsillo, estaba tibia.

Más adelante llegó a la plaza central. En el medio, un reloj torcido colgaba de una torre baja. El segundero se movía.... y luego retrocedía. Como si dudara del tiempo.

Allí vió al niño otra vez. El del reloj roto.

Estaba sentado en un banco debajo de la torre, desarmando una caja de engranajes con una concentración inmensa. Iris se fijó mejor en su máscara de madera rota, la mitad del rostro parecía sonreír y la otra mitad llorar.

Se acercó con cuidado.

—¿Qué haces?

—Estoy intentando arreglar el tiempo.—respondió él sin mirarla.— Cuando lo haga todo volverá a ser como antes.

Iris se sentó a su lado.

—¿Y tu sabes quién eres?

El niño levantó la mirada. Tenía los ojos grandes, uno claro y uno oscuro.

—No. Pero se que tengo que recordar. Porque alguien me cantaba antes de dormir.... y esa canción tenía mi nombre.

Iris sintió un nudo en la garganta. No sabía por qué, pero lo entendía. Tal vez porque ella también había sido cantada alguna vez. Tal vez porque la música, como los cuentos, era lo último que se olvida.

—¿Conoces a la doncella de las máscaras?—preguntó.

El niño asintió, con miedo.

—Ella vive en el Teatro del Viento. Nadie va allí. Dicen que si vas no regresas, que su voz se quedó atrapada entre las cortinas y que canta solo para los que están a punto de olvidar todo.

Iris iba a preguntar más, pero un murmullo la interrumpió.

Voces.

No habladas. Cantadas.

No como una canción real, sino como una sucesión de palabras sueltas, pronunciadas con una calma hipnótica.

"Olvida el rostro. Olvida la forma. Ponte la máscara. Sigue la norma."

Desde una de las calles laterales, una procesión apareció.

Una veintena de figuras con túnicas grises y máscaras pálidas caminaban en fila. En sus manos sostenían objetos: frascos, muñecos de trapo, espejos, relojes. Cosas que parecían no tener sentido juntas.

Y entre ellos, flotando a unos pasos detrás, había una figura alta, con capa negra y una máscara dorada sin ojos. No caminaba. Se deslizaba sin tocar el suelo.

El niño se encogió de miedo.

—Es el Coleccionista.—susurró— Sí te ve sin máscara, vendrá por lo que te queda.

Iris dio un paso atrás, cuando el Coleccionista se detuvo.

Su cabeza se giró, y la miró directamente aunque la máscara no tenía ojos.

Entonces extendió su mano, como si le ofreciera algo.

En si palma, un espejo redondo. Pequeño. Gris.

Iris lo miró, pero no se reflejaba.

Solo sombras.

Y una palabra escrita en el centro del vidrio, con trazos que parecían garabatos.

"¿Quién eres?"

No tuvo tiempo de responder. La procesión dobló la esquina y desapareció enre la niebla.

Iris se quedó temblando.

El niño del reloj la observó.

—No dejes que te robe lo que te queda. Si olvidas tu nombre, serás uno más.

Iris tragón saliva.¿Cuánto tiempo le quedaba?¿Cuánto antes de empezar a olvidar a su abuelo? O el olor de la biblioteca. O el rostro de su madre. O el ronroneo de Barquillo.....

Barquillo.

—¿Dónde estás....?—susurró. Su voz temblaba.

Entonces, como un eco de esperanza, escuchó un maullido.

Lejano.

Barquillo estaba en alguna parte.



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En el texto hay: portales, aventura, magia

Editado: 29.06.2025

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