Estabamos encerrados. El ascensor se había estropeado, y no podía evitar sentir un escalofrío.
Odiaba los sitios cerrados, para empezar. Y estaba con el desconocido atractivo de la silla de ruedas, ese chico que no ha parado de aparecer en mis sueños.
No pude evitar gritar del susto. Estaba aterrada, cogí el móvil de mi bolsillo y empecé a alumbrar la habitación.
—Hey, ¿estás bien?—pregunta el chico a mis espaldas. Niego —Te asusta la oscuridad, ¿no?—pregunta.
—Es demasiado evidente—digo seria. —Debemos debemos salir de aquí.
Intento aporrear la puerta del ascensor, pero sus fuertes manos me detienen y me echa para atrás. Vuelvo a mirar hacia atrás y le veo. Nuestros ojos se encuentran ante aquella oscuridad.
—¿Por qué no me dejas pedir ayuda?
—¿Por qué intentas huir de mí?—pregunta con una sonrisa.
Muerdo mi labio y trago saliva. —Psst... yo no intento huir de ti.
—Lo que digas, pero antes de aporrear la puerta como un animal rabioso, te sugiero que toques el botón —alzo una ceja sin entender a que botón se refería. Él me señala detrás de mí. —¡Ese de ahí!—indica.
—Gracias. —digo riendo. ¿Me acababa de comparar con un animal rabioso? Vaya, que bonito que sea la primera imagen con la que se va a quedar de mí.
—No hay de que. Oye, chica misteriosa. ¿Cómo te llamas?—pregunta.
Yo le doy al botón en el cuál suena la alarma para que vengan al rescate. Si así es, me encanta la aventura, y suelo relacionar mi vida con cosas así, porque si no le pongo acción y drama, se me hace muy aburrida.
Así soy yo.
Dramática y con ganas de tomar riesgos.
Y por culpa de mis riegos, aquí me tenéis. En un hospital, en muletas hablando con un chico de ojos azules y cabellos rubios. Muy atractivo, y con una sonrisa angelical. También tiene discapacidad en las piernas, solo que su caso parece más grave.
—Me llamo Julie. —me presento dándole mi mano. Él sonríe y me estrecha su mano contra la mía.
—Encantado Julie, yo soy Josh. —me guiña un ojo y le sonrío. Parece majo.
—Bueno y ahora que nos hemos presentado. ¿Cuánto llevas aquí?—pregunto con curiosidad. Tenia ganas de saber que era lo que había traído a un chico cómo el a estar en esas condiciones. —Y, ¿que te pasó?—pregunto.
—Bueno, es una larga historia.
—Creo que tendremos tiempo.
Me logró contar que antes se dedicaba a jugar al baloncesto, y sus amigos siempre insistían en que sería el mejor jugador de la NBA, cuándo creciera. Pero, justo en el momento en el que me iba a contar más, interrumpieron. Estaban haciendo ruido, supongo que sería para abrir las puertas del ascensor.
—Julie—habla mamá preocupada desde el pasillo del hospital. Esta con los ojos llorosos, y el cabello alborotado. —Pensaba que no volvería a verte. Mi niña—me estrechó junto a sus brazos y me abrazó con fuerza. No podía respirar, de lo fuerte que era el abrazo. Empecé a toser. Ella se separó dándose cuenta de que me había dado un abrazo de mama Oso.
—Mamá, no seas dramática.
—Julie se cuanto odias los espacios cerrados—habla mamá con los brazos cruzados mirándome seria. —Normalmente no puedes estar con las luces apagadas y tu puerta cerrada, en la habitación de tu propia casa. Y eso, que tu habitación es bastante amplia.
—Bueno, he estado bien acompañada. —señalo al chico del ascensor. Pero, ya no está.
Espera un momento. ¿Qué? ¿Dónde está? Josh, ahora ¿quién es el que huye de quién?
—Julie, no volverás a tener amigos imaginarios. ¿Verdad?—me pregunta recordándome el hecho de que cuando era pequeña los tenía.
Lo sé. Raro. Pero, bueno a veces los niños pequeños suelen imaginarse cosas. O eso me explico mi psicóloga, todas las veces que fui cuando era pequeña. Porque yo pensaba que eran reales.
También internet me informó de una teoría. Los niños a veces tienen amigos imaginarios, que realmente pueden ser fantasmas, que tienen alguna cuenta pendiente. Pero, me da bastante mal royo pensar que eso pueda llegar a ser cierto.
*****
Llegue a la consulta y me hicieron una revisión del tobillo. Decían que cada vez iba mejorando, pero poco a poco, me mandaron una crema para aliviar el dolor y que estuviera lo máximo posible en zonas dónde no haga frio, para estar calentita.
También para mi tos me mandaron un jarabe antitusivo, me dijeron que me lo tomara durante dos semanas.
—Mamá, ¿puedo quedarme un rato en el hospital?— pregunte, ella se extrañó ante mi pregunta y se cruzó de brazos.
—¿Y para que quieres tu quedarte?—pregunta ella sorprendida.
—Voy a ir a la máquina expendedora, es que al venir se me antojó unas patatas —admiti con media sonrisa.
—Te acompaño.
Y vuelta a lo mismo. Tengo 15 años y pronto cumpliré 16, mi madre es demasiado sobreprotectora conmigo. Entiendo, que estoy con muletas. Pero, no estoy manca y se pulsar el botón.
—No es necesario mamá. Yo puedo sola. —dije y le di un beso en la mejilla. —Esperame en el coche en la salida del hospital—le di las llaves y ella hizo caso y se fue.
El hospital era bastante extenso. Ahora estaba en la planta 0. Y camine hasta una de las primeras máquinas que vi, pero la verdad, no me fui allí principalmente ya que un gimnasio me llamó la atención.
Observe a las personas allí a través de la ventana. La mayoría estaban haciendo estiramientos, habían personas con muletas, sillas de ruedas. En general, discapacitados como yo.
Pero, algo me llamo la atención. Entonces lo vi, era Josh. Estaba impartiendo clases en el hospital. Él le indicaba desde su silla de ruedas, que movimientos debía hacer.
No podía dejar de observarlo. Llevaba una camisa con el número 62 puesta por detrás. Y el nombre "NBA" por delante.
No lo podía creer.
Tal vez eso es lo que quiso decirme. Él se hizo daño jugando al baloncesto y por eso quedó paralítico.
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Editado: 17.04.2021