La ciudadela del silencio

DÍA 1

Era 16 de enero de 2004 un grupo de amigos estaba listo para emprender camino hacia un campamento a las afueras de la ciudad sin imaginar lo que sucedería.

5 DÍAS ANTES

Un grupo de trabajadores novatos entraron a una carnicería donde vendían las mejores carnes y embutidos del mundo.

Una de las maquinas estaba averiada lo cuál era una máquina de mucha importancia.

—jefe una de las maquinas se averió. —comento mientras el jefe entraba—

El jefe solo observaba y dio una orden.

—Háganlo todo manual. —dio la orden y se marchó —

Los trabajadores no lo hicieron manual ya que les llevaría mucho tiempo así que tomaron cada parte de los cerdos y las procesaron.

El cerdo estaba infestado con un hongo llamado Thamnidium. Todo iba bien hasta que toco hacer prueba de calidad y uno de los trabajadores nuevos provo un poco de bacon y ahí empezó el terror.

—Oigan muchachos me estoy sintiendo mal. —dijo sudando y con piel pálida—

Paso 1 hora desde que comió el bacon y empezó a tener temperatura, acudió al medico, en el hospital tardaron en atenderlo.

—Buenas tardes señor en que lo puedo ayudar? —pregunto la Dra.—

—Siento mucho frío. —respondió temblando—

Pasaron 2 horas el próximo síntoma fue vómitos incontrolables.

3 horas después el paciente empieza a convulsionar.

a las 4 horas el paciente dejo de respirar todo el hospital se puso en alerta.

a las 5 horas el paciente abrió los ojos los cuales estaban llenos de sangre, las venas estaban a punto de explotar, su comportamiento se volvió agresivo lo cual tuvieron que interrumpir mediante la sedación.

Y así empezó el paciente cero.

5 DÍAS DESPUÉS

16 de enero de 2004 — 9:17 a.m.

El sol apenas comenzaba a calentar las calles cuando el primero en llegar fue Nick. Estaba en la entrada de la casa de su amigo Félix, con su mochila colgada al hombro y una sonrisa tranquila. A sus 25 años, Nick tenía el porte de alguien confiado y fuerte. Su espalda ancha, resultado de años en natación competitiva, lo hacía ver imponente, pero su voz era suave, y su forma de tratar a los demás, cálida.

Era el tipo de persona que te hacía sentir seguro. Con él, todo parecía estar bajo control. Había organizado el campamento con semanas de anticipación para que Wendy pudiera desconectarse de la rutina. Estaban juntos desde hacía año y medio, y aunque habían pasado por discusiones, su relación era sólida.

—¿Seguro que caben las casas de campaña aquí? —dijo al ver el baúl del coche.

Lucas llegó en su bicicleta, jadeando. Era un chico de 24 años con rostro amable y aire despreocupado. Tenía un trabajo como cajero en una tienda de electrónicos, y aunque no destacaba mucho, siempre estaba dispuesto a ayudar.

—Dije que iba a venir en bici, no que llegaría con estilo —rió, dejando la mochila en el suelo.

Lucas siempre bromeaba para aligerar el ambiente, y Nick le agradecía eso, aunque rara vez lo dijera.

Unos minutos después llegó Nickole, la hermana menor de Nick. Bajó de un taxi mientras sostenía un termo con café. Tenía el cabello rizado, caía desordenado sobre sus hombros, y los lentes le daban un aire intelectual que contrastaba con su voz risueña y expresiva.

—¡Ey! ¡¿Listos para morir por culpa de la naturaleza o qué?! —bromeó, lanzándole un guiño a su hermano.

Nickole trabajaba como diseñadora gráfica freelance, y su vida era tan libre como su forma de vestir: jeans rotos, camiseta vintage, y unos audífonos colgando del cuello. Era el alma de cualquier conversación.

—Faltan más —dijo Nick revisando su reloj—. Wendy ya debería haber llegado…

Casi como si la hubieran invocado, Wendy apareció, bajando de un Uber. Traía una maleta pequeña, perfectamente organizada. Era una chica encantadora, con el cabello suelto y una energía que contagiaba a todos.

—¡No podía olvidarme del repelente! —exclamó levantando el frasco como trofeo.

Wendy trabajaba medio tiempo en una cafetería, donde todos la adoraban. En su tiempo libre le encantaba bailar y organizar juegos para sus amigos, siempre riendo, siempre con ganas de más.

Detrás de ella llegó Samanta, tranquila y serena, con un libro en la mano.

—"La carretera", de McCarthy. Perfecto para el viaje —dijo sonriendo con ironía.

Tenía una inteligencia aguda que no siempre mostraba de entrada. Confiaba mucho en Nickole, quien había insistido en invitarla. Samanta había tenido una ruptura reciente y este viaje era, para ella, una forma de sanar.

Estefani llegó en su carro, escuchando música electrónica a todo volumen. Bajó con una sonrisa atrevida, usando un short deportivo y una sudadera ceñida.

—¿Listos para ver a la naturaleza rendirse ante esta belleza? —bromeó mientras cargaba su equipo de camping.

Estefani era una atleta, entrenaba cinco días a la semana en pista, y sabía usar su físico para destacar. Aunque parecía vanidosa, era una gran compañera cuando la situación lo requería.

Casi al mismo tiempo, una camioneta se estacionó frente a la casa. Bajaron dos figuras: Héctor y Marcus. Ambos cargaban mochilas grandes y de aspecto profesional.

Héctor era serio, de mirada profunda y expresión firme. Se notaba que analizaba todo. Siempre había sido alguien que hablaba poco, pero cuando lo hacía, sus palabras importaban. Tenía estudios en ingeniería mecánica, pero su pasión eran las caminatas solitarias.

—¿Todos listos? —preguntó sin mucha emoción, pero con voz segura.

Marcus, por su parte, tenía un rostro más afilado, ojos que parecían medir a todos a su alrededor. Era un estratega nato. Había sido líder del equipo de atletismo en la universidad, donde conoció a Héctor.

—No todos sobrevivirán —dijo en tono irónico, aunque nadie supo si era broma o advertencia.



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En el texto hay: zombie, postapocalipsis, hongo

Editado: 29.06.2025

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