La ciudadela del silencio

EL VIAJE: PARTE 1

11:38 a.m. — Carretera rumbo al bosque

El auto avanzaba por la carretera secundaria, bordeando colinas y tramos boscosos mientras el sol se colaba entre los árboles altos. El silencio incómodo que había dejado la escena en la tienda fue disipándose poco a poco gracias a una bocina portátil que Lucas conectó a su celular.

—¿Quieren reguetón, rock o las clásicas de fogata? —preguntó desde el asiento trasero.

—¡Clásicas de fogata! —gritó Nickole—. ¡Vamos a poner el ambiente!

Sonó una guitarra acústica digital, luego voces que hablaban de caminos, aventuras, fuego y amistad. La música llenó el interior del vehículo y poco a poco las sonrisas volvieron.

—Cuando lleguemos quiero cantar en la fogata —dijo Wendy—, como las veces que íbamos a la playa de noche.

—Yo quiero dormir —bromeó Melisa—. Dormir profundo, sin pensar en mi jefe.

—Yo quiero comida, mucha —añadió Lucas—. Y si se puede, sexo.

Todos soltaron una carcajada.

—¡Ya empezamos! —rió Estefani desde la camioneta que venía detrás—. Yo solo quiero correr por el bosque como en las películas.

—Sí, tú corres y nosotros nos tropezamos y morimos primero —bromeó Jordan desde su asiento.

—Es el orden natural —añadió Samanta con ironía—. Primero los simpáticos, luego las estrellas de atletismo.

Nickole, que iba sentada justo entre Marcus y Héctor, no dejó pasar la oportunidad. Los miró con su típica sonrisa pícara y alzó una ceja.

—¿Y ustedes, los chicos misteriosos? ¿Qué esperan del campamento? ¿Jugar ajedrez en la oscuridad? ¿Observar estrellas en silencio absoluto?

Héctor entrecerró los ojos con una leve sonrisa.

—Tal vez meditar sobre la decadencia de la humanidad…

—¡Guau, profundo! —rió Nickole—. Yo solo quería saber si ibas a ayudarme a armar mi tienda.

Marcus miró por la ventana.

—No creo en la fogata, ni en las canciones cursis. Pero sí creo en vigilar por si algo raro pasa.

—Qué romántico eres, Marcus —bromeó Nickole—. De verdad, tienes un don para las mujeres.

Nick, que manejaba con una mano en el volante y otra sujetando la de Wendy, lanzó una risa.

—Sí, Marcus, puro carisma. Me cuesta creer que no tengas un club de fans.

Marcus, con su típico aire impasible, soltó:

—Saben cómo soy... eso atrae a las nenas, ¿no?

Jordan no dejó pasar la oportunidad.

—¡Por lo visto solo atraes a Héctor! No se despegan nunca. ¡Jajajaja!

El coche estalló en carcajadas.

Incluso Héctor, usualmente reservado, soltó una risa abierta, mientras negaba con la cabeza.

—No soy fácil de conquistar, por si acaso —dijo, aún sonriendo.

Marcus, por su parte, agachó la cabeza entre risas, algo avergonzado.

—Idiotas… —murmuró, aunque se le notaba divertido.

El ambiente se volvió liviano, familiar. Las bromas iban y venían. Por un momento todo lo raro y feo que habían visto quedaba atrás.

Marcus, aún sonriente, giró la cabeza hacia Samanta y le preguntó, sin mucha ceremonia:

—¿Y tú? ¿Cómo te sientes por lo de… ya sabes quién?

El coche volvió al silencio por un segundo.

Samanta parpadeó, un poco sorprendida.

—No pensé que te preocuparas por los demás… —dijo con una pequeña sonrisa—. Pero bien. Creo que esto… estar aquí, rodeada de ustedes, va a ayudar.

Wendy giró hacia ella desde el asiento del copiloto.

—Claro que sí, Sam. Vamos a pasarlo bien. Nada de pensar en lo que no vale la pena.

Melisa asintió desde atrás.

—Eres fuerte. Y todos estamos contigo.

—Y si ese idiota se atreve a aparecer, lo dejamos en el bosque con los lobos —añadió Estefani por radio, desde el otro auto.

—¡Y sin mapa! —dijo Jordan.

—Y sin su dignidad —remató Nickole.

Las risas llenaron nuevamente el ambiente. Samanta solo bajó la cabeza y sonrió, agradecida. Por primera vez en semanas, no se sentía sola.

12:15 p.m. — Se adentran en el bosque

Los árboles comenzaron a cerrar el camino, haciéndolo más angosto, más fresco. La señal de los celulares comenzó a fallar lentamente, pero nadie lo notó aún.

La felicidad flotaba en el ambiente, como si el mundo aún fuera normal.

12:32 p.m. — Llegada al campamento

Los neumáticos chirriaron suavemente contra la tierra suelta mientras los autos se detenían junto al claro. Un espacio amplio entre árboles altos, con el canto de aves lejanas y el crujido constante de hojas bajo el viento.

Nick fue el primero en bajar, estirando los brazos y respirando profundamente.

—Aire puro… esto es vida —dijo con una sonrisa mientras giraba el cuello con un chasquido.

Wendy bajó detrás de él, sosteniendo una hielera.

—Huele a madera, pasto… y a libertad.

Uno a uno, los demás salieron. Estaban rodeados de naturaleza, el cielo despejado con nubes esponjosas, y el ambiente fresco que solo los bosques de enero podían ofrecer.

Nick, como líder natural, comenzó a organizar sin siquiera parecer mandón.

—Lucas, ven conmigo a montar el asador. Vamos a hacer algo antes de que todos se desmayen de hambre.

—¡Por fin! Pensé que tenía que cazar un venado con mis propias manos —bromeó Lucas, agarrando la parrilla portátil.

Jordan ya estaba sacando las mochilas del maletero.

—¡Vamos, gente! ¡A montar esas tiendas antes de que oscurezca y nos coman los coyotes!

Estefani y Wendy se adueñaron del espacio bajo una sombra, abriendo las neveras, colocando refrescos, galletas, dulces, y las carnes en hielo.

—Esto parece picnic de revista —dijo Estefani.

—Más les vale agradecerlo después —añadió Wendy—. ¡Esto pesa como condena!

Melisa, aunque algo torpe con las estructuras de aluminio, ayudaba con entusiasmo.

—¿Esto va aquí… o aquí?

Samanta, leyendo el instructivo de una casa de campaña, respondía:

—Si esa barra entra ahí, el universo colapsa. Prueba el otro lado.



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En el texto hay: zombie, postapocalipsis, hongo

Editado: 29.06.2025

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