La historia que voy a contarles pueden creerla o no. Fue hace algun tiempo, pero incluso ahora aùn no sè què creer. Pero si me ha dado mucho para pensar.
Mi nombre es Allan. A secas. Todo persona cercana a mí, que no son muchos en verdad, saben que no me gusta usar mi apellido. Tengo treinta años. Soy detective privado y tengo una oficina sencilla en un barrio sencillo, estoy pasando una mala racha. Al men0s en mi oficina puedo hacerme acompañar de Lupin, mi gato. Y de vez en cuando uno de mis amigos interesado en el negocio gusta de acompañarme en sus ratos libres.
Hace un par de días me encontraba en la oficina, al teléfono con una clásica esposa que sospechaba estar siendo engañada, cuando tocaron a la puerta con brusquedad. Yo seguía al teléfono, anotando los detalles de la persona en cuestión a la que tenía que investigar, pero seguían tocando con insistencia. La brusquedad era tal que por un momento pensé que iban a sacarme de la oficina puesto que no había pagado ese mes el alquiler. Tuve que despedir a mi cliente no sin antes prometerle que la llamaría si me hacía falta algún dato.
—!Ya voy¡ —grité colgando con exasperación el teléfono y me levanté de mala gana.
Caminé hasta la puerta, donde detrás del cristal borroso se veía una silueta grande. Mientras me preguntaba quién podría ser giré la manilla. Frente a mí estaba el robusto y un poco envejecido jefe de Policía Harry Lewis, con todo y el uniforme. Mi ex jefe.
—¡Demonios, Allan! —graznó haciendo esa mueca de desaprobación que tanto odiaba de él—. ¿No pudiste tardar más en abrir?
—Discúlpeme —dije más por compromiso que realmente por amabilidad. Una de las razones por las que había dejado el departamento de policía era justamente él.
Harry chasqueó la boca con desaprobación y avanzó pesadamente, haciéndome a un lado de la puerta. Su actitud desagradable la mayoría de las veces era como una peste muy característica. Cerré la puerta con pesar, como si realmente allí dentro me fuera a ahogar con ella. Inclusive Lupin le bufó desde debajo de un archivero. No había duda alguna.
Harry me ordenó con la mirada que me sentara en el escritorio, como cuando aún trabajaba para él. Puse los ojos en blanco pero obedecí; me senté y me puse cómodo, esperando que el regordete que tenía en frente me dijera el porqué de su presencia en mi oficina. Antes de hablar, se sacó de debajo de la gabardina azul marino un folder bastante gordo y lo arrojó sobre mi escritorio con desdén. Lo tomé con cuidado, sin querer tocar los rastros de grasa que le dejó en clara señal de que aún seguía comiendo esas terribles donas de chocolate de supermercado.
—Hay un caso —dijo seriamente.
Lo miré sin comprender.
—Eres el jefe de policía Harry. Tienes a tus propios detectives ¿no?
Él gruñó. No acostumbra que alguien le diga “no”. Para mi fortuna y su desgracia, estábamos en mis dominios y lejos de su autoridad.
—Nadie del departamento quiere trabajar en este caso, Allan.
—¿Y eso porqué? —inquirí abriendo el folder, separando las hojas agrupadas por clips. No era un solo archivo sino varios—. ¿Qué es esto?
Leí rápidamente los archivos uno por uno. Visto así no parecía un caso sino varios, ya que todos eran diferentes entre sí.
—¿Acaso esto es una asociación delictiva o algo así? —pregunté mientras seguía hojeando los archivos.
—La cuestión es que no tenemos idea de que sucede aquí, Allan. Todos esos archivos corresponden a casos particulares —empezó a explicar Harry mirándome seriamente—. Ninguna de las personas allí mencionadas se conocen entre sí…
—Algo deben tener en común para que las tengas agrupadas en un mismo caso.
—Exactamente por eso creo que este caso puede ser de tu interés —señaló Harry y yo no hablé para que continuara, siendo que tenía toda mi atención—. Verás, los mencionados en ese caso no se conocen ni tienen nada entre sí, salvo por una cosa: Todos ellos mencionan haber hablado con una persona en algún momento antes de cometer los crímenes por los que serán procesados; que les ofreció una especie de “trato”…
Me erguí en la silla. No estaba entendiendo bien y repasaba mentalmente lo que me acababa de decir.
—¿Qué alguien les ofreció un trato? —mi pregunta sólo escondía muchísimas más interrogantes en mi mente.
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Editado: 21.03.2018