La Compañera Destinada. #2

Capítulo 4

Daniel

Siento un pequeño dedo pinchar mi mejía en repetidas ocasiones y aunque tengo los ojos cerrados se quien lo está haciendo. Sin abrir los ojos sonrío.

—¿Qué quieres, bebé?

— Me prometiste llevarme con mi tía, papi.— Escuchar su dulce voz hace que mi sonrisa sea más grande.

Lucecita, mi hija.

En realidad es mi pequeña hermana de seis años y desde que ella es una bebé hemos sido solo nosotros dos. Lamentablemente mis padres están muertos y me he hecho cargo de mi niña. La amo demasiado y la primera vez que me dijo papi sentí que estaba en el cielo.

Me gusta ser su papá.

Abro los ojos encontrándome los suyos color miel viéndome expectante. Está claro que le encanta ir a la casa de nuestra tía y poder jugar con nuestra pequeña prima, así que me estiro un poco al mismo tiempo que me levanto del sofá dispuesto a llevarla donde le prometí.

— Ve a buscar tus juguetes, en unos minutos nos vamos.

—¡Si!— Levanta su puño en celebración y procede a buscar sus juguetes.

Mientras que yo me dedico a ponerme algo que no me haga parecer un vagabundo. Quiero ir lo más presentable posible a la universidad donde estudia Emma.

Mi Emma.

Suspiro.

No estoy seguro si está vez voy a poder tener su perdón, pero no me daré por vencido. Ella es la mujer que amo, es el amor de mi vida y aunque cometí un error grave, no me puedo permitir perderla.

—Lucecita ¿Estás lista?

— Siii papi.— Regresa al salón ya lista con su pequeña mochila a su espalda y con una gran sonrisa me toma de la mano.

****

— Papi… ¿Por qué no ha venido Emma? La extraño mucho.

Por el retrovisor logro visualizar a mi niña, en su rostro puedo apreciar la tristeza que siente.

He estado tan perdido en mi dolor que no me he dado cuenta que mi Lucecita también sufre por la ausencia de Emma.

Aquí es donde la culpabilidad se vuelve mayor.

La he cagado.

No solamente eché a perder mi relación, si no también la relación que ellas tenían. Siento que mis ojos se llenan de lágrimas aunque parpadeo tratando de alejarlas.

— Pronto.—Trago saliva.— Hoy hablaré con ella para que pueda visitarnos a nuestra casa.—Le aseguro.

—¿Si?— Su aniñada voz se llena de esperanza.— ¿Puedes decirle que la quiero y la extraño?

Ay mi amor, si supieras que yo también la extraño y la amo.

—Claro que sí.—Respondo.

****

Respiro hondo cuando termino de estacionar el auto y me observo por el espejo retrovisor. Me doy cuenta que tengo grandes ojeras oscuras, estoy pálido y se puede notar que he perdido peso, en pocas palabras me veo jodido.

No quisiera generar lástima en ella con mi aspecto, sin embargo no puedo hacer nada y tampoco quiero aparentar que estoy bien porque no lo estoy.

Salgo del auto y decido esperar bajo un árbol que está situado justo al frente de la salida del recinto, apoyo mi espalda contra el tronco al mismo tiempo que me cruzo de brazos. Me relamo los labios porque los siento resecos y mi corazón se agita por los nervios ya que sinceramente no se que decirle, solo se que necesito su perdón.

—Daniel

Me sobresalto al escuchar mi nombre. Sin darme cuenta en un segundo tengo a Sara frente a mí.

Por instinto quiero retroceder, pero el árbol me detiene, así que ella me acorrala poniendo sus manos a cada lado de mi cuerpo.

— ¿Has venido a buscarme? — Pregunta reflejando en su tono de voz ilusión.

Aparto sus manos y trato de alejarme de ella aunque es más rápida y me rodea con sus brazos.

— Sabía que vendrías a buscarme.—Hunde su rostro en mi pecho e inhala.— La noche que pasamos juntos no es difícil de olvidar.

Cierro los ojos ante sus palabras porque yo quisiera olvidar esa noche, quisiera que esa noche jamás hubiese sucedido y se lo hago saber.

— Te equivocas, sabes que fue un error de parte nuestra. Yo amo a Emma.

Trato nuevamente de separarme de ella con delicadeza, pero se aferra más a mí. Inmediatamente mi mirada va hacia la entrada de la universidad, el miedo de que Emma nos vea en esta postura se instala en mi cuerpo.

— Por favor, Sara.— Le suplico en voz baja.

— ¡No! Siempre me has gustado, Daniel.— Confiesa.— Desde el día que Emma nos presentó, me pareciste un chico sumamente guapo.

— Pero tú no me gustas a mí.— Replico.

Sube su rostro para mirarme, puedo asegurar que en sus ojos se nota que tiene malicia.

—Yo recuerdo muy bien la noche que pasamos juntos, eres tan bueno en la cama. Estaría completamente loca si te dejo ir.— Se pone de puntillas y de alguna manera une nuestros labios.

Por unos segundos nos mantenemos inmóviles; ella esperando alguna reacción de mi parte y yo sin saber que hacer.

Debería de alejarme aunque no lo hago por miedo a su reacción, me recuerdo que ella es una mujer y está tan locoa que no se que reacción tendrá si la rechazo en medio de las personas que pasan.

Sin despegarse de mis labios, toma mis manos que hasta este momento estaban lejos de su cuerpo y los pone alrededor de su cintura mientras que comienza a mover sus labios sobre los míos.

Sigo manteniéndome inmóvil cuando escucho una voz.

—¿Cómo puedes ser tan descarada?

Al reconocer la voz de Emma, empujo un poco fuerte a Sara. Con horror mi mirada cae en la rubia que tengo enfrente, su rostro lleno de decepción, sus ojos verdes antes llenos de vida ahora se encuentran apagados.

— Emma, yo…— Trato de acercarme a ella, pero me detengo cuando retrocede.

—¡Cállate! No hemos aclarado las cosas y ya te estás besando con ella en público.— Su voz suena rota y eso me parte el alma.

— Ay cállate por favor.— Sara se pone a mi lado.— No tienes derecho de venir a reclamar cuando tienes a otro hombre junto a tí.

No entiendo de que habla hasta que me doy cuenta de la presencia de un hombre detrás de Emma; el chico es alto e imponente.




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