Capítulo 8: El Anillo Congelado

Victoria

La sala de restauración. Eran las 4:00 de la mañana. Jake, con tres tazas de café vacías a su lado, había empezado a buscar ubicaciones de mármol Pórfido en los planos de Roma. Samuel, de pie junto a él, estaba nuevamente en modo "Agente de Luque", proyectando mapas históricos de fortalezas y lugares de castigo: el patrón de la Ira.

Yo estaba ajena a los mapas, inclinada sobre mi banco de trabajo. El Mármol Porphyry, rojo sangre y denso, yacía bajo la luz fría, esperando que le extrajera la frecuencia de resonancia mortal. Pero mi mente, ahora menos amurallada, se aferraba a un detalle casi microscópico que había visto en la penumbra de Santa Maria in Aracoeli.

—Vi su mano, Samuel —dije, sin levantar la vista del Porphyry. No quería que el foco de Samuel se desviara demasiado, pero necesitaba validar la visión—. Cuando activó el dispositivo, su guante se deslizó ligeramente. Llevaba un anillo.

Samuel no se inmutó. Su dedo se deslizó sobre la pantalla táctil. —Los asesinos suelen usar utilería, Victoria. Un símbolo para reforzar su papel. Es probablemente parte del disfraz.

—No era utilería —repliqué, sintiendo la certeza de mi memoria visual. Mi trabajo en el CERN es ver lo que no está. La física me enseñó a no ignorar la anomalía—. No era un anillo de disfraz, ni una alianza matrimonial. Era pesado, grande, de un metal oscuro que no reflejaba la luz y con una piedra de color negro mate, profunda, encajada en el metal. Parecía una pieza muy antigua, como un sello o un blasón.

Jake, que escuchaba a medias, murmuró: —¿Un anillo eclesiástico? ¿El Anillo del Pescador?

—No —dije con firmeza—. No era oro ni plata. No era extravagante ni ceremonial. Era discreto, pero imponente. Un símbolo de pertenencia silenciosa, no de autoridad pública. Como un anillo de una fraternidad muy, muy antigua.

La imagen era fugaz; era la única imperfección que mi memoria podía retener del Teólogo. La silueta alta, la capucha, y esa mano enguantada con el anillo de piedra oscura.

Samuel finalmente se acercó, apoyándose en la mesa, su presencia inmediata y tensa.

—¿Algún grabado? Una letra, un símbolo. Algo que podamos rastrear —su voz se mantenía controlada, pero percibí la ligera elevación de su ritmo cardiaco al tratar con una variable no física que podía llevar a la identidad.

Sacudí la cabeza. —Demasiado rápido, y demasiado oscuro. Si había un grabado, era minimalista. Solo recuerdo la densidad de la piedra, Samuel. Una joya que no busca brillar, sino ocultar un legado.

Mi mente hizo la conexión: la piedra oscura. Es la misma lógica que aplica al mármol de sus víctimas. El Porphyry es el color de la ira, la Pietra Nera el de la envidia. ¿Qué representaba la piedra negra de su anillo?

—Significa que el Teólogo no es solo un fanático que roba una máscara de la historia —deduje en voz baja, mirando la muestra de mármol rojo y luego el Porphyry—. El anillo sugiere ascendencia. Que el juego no empezó hace unas semanas, sino hace siglos. Está mostrando un símbolo personal que lo conecta con una élite oculta, con un secreto que él tiene que proteger a toda costa.

Samuel miró el Porphyry, luego a mí. Su expresión era la de alguien que había encontrado una variable nueva y no bienvenida en su ecuación perfecta.

—El Teólogo tiene un nombre. Y una familia —dijo, la voz grave—. Y ese anillo es su firma más honesta, porque él no sabe que lo vimos.

Decidimos poner el anillo en el archivo de "clues frías" por ahora. Era un dato demasiado personal para entregárselo a la policía y demasiado peligroso para seguirlo sin más. Por ahora, nos centraríamos en la Ira.

Tomé mis herramientas para medir el mármol rojo. La Ira nos guiaría al lugar; el anillo nos guiaría a la persona. Habíamos fallado en el pasado porque él nos conocía. Para ganar, teníamos que adelantarnos a su juego, no solo a su patrón.