—Dame la contraseña de tú WiFi .
¿Qué?
Momento.
¿Isaac Gaos esta hablándome?
A mí.
—Ah...—logro murmurar monosílabos incoherentes.
Genial.
La primera vez que él me habla y mi cerebro decide dejar de funcionar.
—¿Contraseña? ¿WiFi? —mueve su caro teléfono frente a mi cara.
Pestañeo antes de hablar.
—¿No tienes tu propio WiFi?
¿Qué pregunta es esa?
—No.
Simple y cortante.
Dasela ya, Paula.
—Está bien. Voy por un papel para anotarla.
—No hace falta tengo mi teléfono...
Cuando sus palabras llegan a mí ya es tarde, estoy caminando a por un papel a la cocina.
Escuché la puerta principal cerrarce, encontré el papel y escribí la vergonzosa contraceña que mi hermano de nueve años colocó.
Volví y lo encontré en la sala mirando las fotos familiares que mi madre exhibía para todos.
—¿Esta eres tú? —pregunta mientras levantaba un portarretrato con mi foto de bebé, no era para nada vergonzosa, es más tenía la misma en mi instagram.
Sonreí.
—Si.
—Eras horrible.
Auch.
—Ten, la contraseña —extiendo mi brazo hacia el, quien al verme deja el portarretratos.
Tomó el papel bruscamente de mi mano, rozando apenas nuestros dedos, y leyó.
—Vómito de unicornio —me miró con una ceja alzada y tuve ganas de salir corriendo y matar a mi hermano.
Sabía que era una mala idea dejar que él la eligiera, pero como iba yo a saber que Isaac vendría a pedírmela.
—¿Es un chiste? —me miró con una ceja alzada.
Negué.
Puedo sentir el fuego ardiendo en mis mejillas y mis manos sudando mientras están entrelazadas. Miré mis pies sin saber que hacer.
Levanté de nuevo la vista cuando lo escuché reír.
Isaac se estaba riendo en mi cara. Mi corazón latió contento, sin importarle que la causa de su risa era mi vergüenza.
—Eres graciosa —dijo como si no pidiera creerlo—. Bien, debo irme.
Caminó a la puerta abriéndola, se giró para darme una última mirada mientras sonreía de lado.
—Nos vemos, Paula.
Dicho eso salió dejándome con la boca abierta.
Isaac Gaos sabía mi nombre.
Oh diablos.
Él sabía mi nombre.
Llevé una mano a mi boca, cubriéndola antes de soltar un grito que quedó ahogado por ésta.
—Sabe mi nombre —susurré todavía sin poder creerlo.
Eso es bueno.
¿O no?