El Anuncio del Matrimonio

El gran salón del trono brillaba con luces doradas y tapices bordados con hilos de plata. Toda la corte estaba reunida: nobles, consejeros, caballeros y damas de compañía. El aire olía a incienso y poder, una mezcla que siempre hacía que Elara se sintiera prisionera en su propio hogar.

En lo alto, la reina Seraphine ocupaba su lugar en el trono de mármol blanco. Su mirada fría y firme recorría a los presentes como una espada invisible. A su lado, Elara permanecía de pie, con el corazón golpeando en su pecho como si quisiera escapar.

—Hoy anuncio —dijo la reina con voz solemne— la unión que garantizará la paz y prosperidad de Veyrath. Mi hija, la princesa Elara, desposará al príncipe Dorian de Lysander.

El murmullo de la multitud estalló en vítores y aplausos. Para ellos, era un triunfo. Para Elara, una condena.

Las puertas se abrieron, y entonces lo vio: Dorian. Alto, elegante, con el porte de un príncipe nacido para mandar. Su sonrisa era perfecta, demasiado perfecta. Sus ojos claros brillaban, pero había en ellos un destello que Elara no supo nombrar… como si detrás del encanto hubiera un secreto oscuro.

Dorian avanzó con paso seguro hasta inclinarse ante la reina y luego tomar suavemente la mano de Elara.

—Un honor, Alteza —dijo con voz aterciopelada, rozando sus labios contra los dedos de ella—. Pronto nuestros corazones serán uno.

Elara sonrió por cortesía, pero al contacto sintió un escalofrío extraño, como si un eco invisible vibrara en sus venas. El mismo eco que había escuchado en el jardín… solo que ahora, más fuerte.

Kael, desde su puesto junto a los guardias, observaba la escena con el rostro impasible. Pero Elara lo conocía demasiado bien: sus puños apretados traicionaban lo que su deber le obligaba a callar.

Mientras la corte celebraba, Elara se preguntó en silencio:

"¿De quién será en verdad el corazón que gobierne esta corona? ¿Del príncipe que la reclama… o del hombre que nunca podría tener?"