La Decisión de la Princesa

Elara caminaba por los jardines del palacio, bajo un cielo teñido de naranja y violeta por el atardecer. Su mente estaba en tormenta: el hechizo de Dorian, el latido de la corona, y la cercanía de Kael que se había vuelto imposible de ignorar.

Se detuvo junto a la fuente central, el agua reflejando su propio rostro y los reflejos dorados de la corona en su relicario. Cada latido de su corazón parecía un llamado a elegir, a decidir entre el deber impuesto y el deseo verdadero.

—Princesa —dijo Kael, apareciendo detrás de ella sin que lo escuchara llegar—. Sé que esto no es fácil.

—No lo es —admitió Elara, con la voz apenas un susurro—. Mi deber es casar con Dorian para proteger el reino… pero mi corazón… —hizo una pausa, mirando la luz del relicario—. Mi corazón pertenece a otra persona.

Kael dio un paso más cerca, su mirada intensa y cálida, pero respetuosa.
—Entonces debemos ser valientes. No solo por nosotros, sino por la corona, y por el reino. Si cedéis a la obligación y no al corazón, la corona elegirá por vos, y no sé si podríais resistir.

Elara cerró los ojos y respiró hondo, sintiendo el pulso de la corona. Por primera vez, comprendió algo vital: el verdadero poder de la corona no estaba en quien la poseía, sino en quien tenía la fuerza de decidir con sinceridad y valentía.

—Kael… —susurró, tomando su mano con firmeza—. Si vamos a enfrentarlo… debemos hacerlo juntos.

Él asintió, con una mezcla de alivio y emoción contenida. Sus corazones latían al mismo ritmo, y la luz del relicario brilló con fuerza, como si aprobase la decisión de Elara.

En lo alto del palacio, la reina Seraphine observaba desde su balcón, sin sospechar que aquella pequeña elección, hecha en silencio y lejos de los ojos de todos, sería el primer paso para cambiar el destino del reino y del amor que nacía entre la princesa y su guardián.

Elara había tomado su decisión: seguiría a su corazón, sin importar los riesgos, sin importar la corona.