Él miro a su acompañante sentada en frente suyo. Los separaba una mesa con un juego de ajedrez sobre ella y cada uno tenía una taza de té frente suyo. Bueno, el de él era té, el de ella no se sabía, parecía que había una galaxia en miniatura arremolinándose dentro. No debería ser posible, pero eso parecía.
—Tu turno —murmuro él, tomando un sorbo de su té, que cambio su color negro normal, por un rojo espeso que parecía sangre justo antes de que tocara sus labios.
—Jaque —dijo ella, mientras colocaba su torre frente al rey. Una sonrisa nostálgica surco el rostro de él al ver esa jugada. Había pasado mucho, mucho...
—Has perdido habilidad, ¿cierto? —dijo él cuando hizo que su caballo tumbara la torre—. De niños me podías vencer fácilmente.
—¿En serio? —contesto ella con picardía. En seguida tomó un sorbo de aquella cosa en su taza—. Tal vez seas tú el que ha mejorado.
Ella lo miro con aquellos ojos blancos, lechosos, mientras su mano podrida tomaba el alfil y lo colocaba en vertical al rey de él.
—Jaque —dijo, mostrando una sonrisa en sus labios supurantes.
Ella ya no estaba viva. Ella no debería estar viva, él había ido a su funeral cuando apenas tenía trece. Sin embargo, cuando dos horas antes se sentó ante esa mesa y coloco el tablero de ajedrez, él pareció haber olvidado eso. No, más bien, jamás lo había aceptado y por ello le pareció natural. Era la única amiga que había tenido y estaba de visita.
Él era viejo, en ese momento el más viejo de mundo. Y siempre había estado solo, esperándola a ella, diciéndoles a todos que volvería, aun cuando había visto su cadáver siendo sacado del lago en donde la había arrojado su asesino, después de ensañarse con su cuerpo, después de romper su espíritu.
Él siempre creyó que estaba viva, por eso sonrió cuando aquel cadáver de ojos lechosos le sirvió té y coloco su juego favorito sobre la mesa.
—Te extrañe todo este tiempo —susurro él, tomando un peón y cubriendo a su rey—. ¿Dónde estuviste? Me prometiste que volverías enseguida. El juego ha estado incompleto todos estos años...
—Estuve más allá de todo. En lugares que nadie más que nosotros imaginó —respondió ella. Tomo su alfil y se comió al peón—. Pero ahora he regresado, como te prometí y podemos terminarlo. Jaque.
Él solamente movió a su rey. Ya había perdido, no le quedaban más piezas útiles, pero estaba satisfecho, había sido capaz de jugar con ella una última vez antes de que todo acabara para él.
Lo había sentido y ahora lo reafirmaba, su corazón ya no aguantaba más. Tomo un último sorbo de su té y se diplomó contra la mesita, sobre el tablero y las piezas de ajedrez, mandando a volar a su rey hasta quedar enfrente de ella y desparramando su té de color sangre.
Ella miro el cadáver y sonrió. Su cuerpo se transformó hasta quedar como una joven rubia y de anteojos cuadrados. Tomó la taza que contenía su bebida-galaxia y miro por la pequeña ventana cubierta de barrotes hacia el cielo rojo.
Aunque desde ese lugar no se podía ver, afuera el mundo se despedazaba, convirtiéndose en cenizas y desapareciendo en la nada.
Ella miro de nuevo al hombre. Aquel vejestorio que en su juventud secuestro, violo y mato a su propia hermana, para después ser metido en ese manicomio entre delirios de que ella se lo había pedido y regresaría pronto, que lo había prometido.
Ella, caos, sonrió. Tomó el tablero y volvió a acomodar las piezas hasta que quedaron justo como estaban antes de que él muriera.
—Jaque Mate.
Había sido un buen juego, aunque duro muchos años.