Hill
—¿Dónde estoy?
Me encontraba en un lugar oscuro y no es que no pudiera ver nada, sino que parecía que todo era oscuridad, como si nada existiera mas que ese negro infinito.
Lo último que recordaba era irme a dormir después de mi turno de vigilancia, ya exhausto por no haber podido descansar bien en las ultimas semanas. Después desperté aquí, si es que había despertado.
Escuche un ruido detrás de mí, al darme la vuelta me encontré con una chica rubia de unos quince o dieciséis años que portaba anteojos cuadrados, con la piel muy pálida, casi completamente blanca y vestida con un uniforme escolar en estado de descomposición, no portaba zapatos y sus pies blanquecinos flotaban a unos centímetros del suelo.
Nada más cruzamos miradas, algo en mi interior comenzó a gritar "peligro".
—¡Mira nada más! —exclamo la chica, riendo con regocijo. Si risa era tan tétrica, exagerada y salvaje que retrocedí unos pasos instintivamente—. ¡Oh! ¿Pero qué es esto? Ya no eres uno de ellos. Tú no me sirves.
Dijo eso todavía con una sonrisa en su rostro. Más que tranquilizarme, hacía que me sintiera más amenazado. Intente crear un relámpago para atacarla, pero de mis manos no salió nada.
—¡Oh, no creo que quieras hacer eso! —dijo, sonriendo más amplia mente. Antes de que me diera cuenta se encontraba frente a mí, examinadome con esos ojos fríos y carentes de alma—. ¡Pero mira nada mas! ¡Alguien fue muy travieso!
Retrocedí aún más. Lo supe en cuanto vi sus ojos esmeraldas. Esa cosa delante de mí no era humana, era algo más, algo temible.
— Tú no eres de este mundo. Me abrieron una puerta y estoy hambrienta.
En ese momento recordé lo que me dijo el dragón azul.
"No queremos que ella nos encuentre" "Los dioses son como insectos ante esa cosa y nunca duda en aplastarlos"
—Pero bueno, en este momento otro festín me esta esperando. Aunque ten por seguro que regresare y entonces vamos a divertirnos.
Intente retroceder aun mas, pero choque contra una pared negra, que antes no estaba ahí, mientras esa cosa se acercaba lentamente, pero de pronto se detuvo y rió. Su voz, pese a ser la de una joven, ocultaba tras ella algo abominable, temible, despreciable, eterno...
El miedo se apodero de mi, por primera vez en mi vida quería gritar y escapar de algo. Me sentí pequeño e indefenso.
—¡Adiós, joven Fell! —croo la cosa— ¡Vive bien! Aunque no será por mucho, pues volvere por mi comida.
La chica desapareció poco a poco, fundiéndose en la negrura.
En ese momento desperté.
—¿Qué te pasa? —Pregunto Karla—. Estabas gritando. Y también algo afecto a Mifi.
Mire al lobo gigante, estaba acorrucado en el suelo, sollozando.
—¿Desperté a Yunei? —pregunte, intentando calmarme, mientras sentía el sudor frió que cubría mi cuerpo.
Karla negó con la cabeza y la señalo con la barbilla. Era cierto, seguía dormida, pero estaba sudando y gemía. Era obvio que ella también tenía una pesadilla.
—¿Eran los dioses?
Karla me miro con curiosidad, pero lo negué. No podían ser los dioses, porque aquella cosa, sea lo que sea, me había aterrado. En mi vida quiero volver a sentirme así.
El susurro que causaba el viento pasando a través de las hojas de los arboles me recordó a esa retorcida risa.
Empece a intentar controlar mi respiración, en un esfuerzo para calmarme. Fue un sueño, solo un sueño.
Espero.