El camino hacia el pueblo de mi madre parecía eterno, un laberinto de árboles sin fin que envolvía la carretera y convertía la luz del día en un brillo sombrío entre las hojas. Yo iba en el asiento de copiloto, con los audífonos puestos y la mirada fija en la ventana. No quería estar aquí. Todo lo que conocía, lo que me hacía sentir como yo misma, había quedado atrás junto con mi casa, mi escuela, y mis amigos. Todo, porque mis padres decidieron terminar lo que alguna vez fue una familia.
Intenté evadir la realidad encerrándome en mi música, subiendo el volumen lo más que podía para no escuchar el monótono ruido de los neumáticos sobre el asfalto ni el silencio incómodo que reinaba entre mi madre y yo. Ella intentaba fingir una calma forzada, pero yo sabía que estaba ansiosa por empezar "de nuevo," como si eso fuera una solución para todo lo que había roto.
De repente, sentí un golpecito en mi rodilla, y mi madre me miró con una sonrisa cautelosa.
—Hemos llegado —anunció con voz animada, como si yo estuviera esperando este momento con la misma emoción.
Me quité los audífonos con lentitud, mirándola de reojo. Intentaba encontrar algún vestigio de empatía en su expresión, algo que me indicara que entendía cómo me sentía, pero no había nada. Solo una sonrisa que parecía casi orgullosa. Como si este lugar realmente pudiera sustituir la vida que había dejado atrás.
Suspiré, mirando al frente. La cabaña era grande, más de lo que había imaginado, con una entrada de piedra y altos pinos que la rodeaban, casi ocultándola del mundo exterior. Era un poco intimidante, con su aspecto antiguo y un lago que se extendía a lo lejos, reflejando el cielo nublado. Aun así, fingí indiferencia.
—¿Qué te parece? —preguntó mi madre, expectante, mientras aparcaba el auto frente a la entrada de piedra.
—Es solo… una casa más —murmuré, encogiéndome de hombros y evitando su mirada.
Ella soltó un suspiro leve, como si mis palabras fueran dagas que se le clavaban en el pecho.
—Emma, sé que esto es difícil para ti, pero quiero que intentes entender. Este lugar… es importante para mí. Aquí crecí, aquí pasé momentos felices y… creo que podríamos empezar de nuevo —explicó, su voz era suave, casi suplicante.
—¿Empezar de nuevo? —repetí con escepticismo, mirando el lago a lo lejos—. No sé por qué crees que "empezar de nuevo" es una opción para mí. Dejé a todos mis amigos, mamá. Dejé todo lo que conocía. Y no porque yo quisiera. Esto fue… tu decisión, no mía.
Mi madre apartó la vista, como si buscara las palabras correctas en el espacio vacío frente a ella.
—Lo sé, Emma, créeme que lo sé. Pero… creo que aquí tendremos la oportunidad de sanar, de ser algo… diferente —expresó, como si intentara convencerse a sí misma.
La miré fijamente, sintiendo cómo la frustración se acumulaba en mi pecho.
—¿Sanar? —dije con un tono casi burlón—. ¿De verdad piensas que mudarnos a una cabaña en medio de la nada va a arreglar lo que pasó? ¿Va a hacer que todo vuelva a ser como antes?
Ella hizo una pausa, como si mis palabras la hubieran sorprendido.
—No, no pienso que va a ser fácil, pero estoy… intentando, Emma. Solo quiero que entiendas que hago esto porque creo que es lo mejor para nosotras.
Negué con la cabeza, sintiéndome atrapada en una discusión que parecía no tener fin.
—Lo que tú crees que es "lo mejor" no siempre significa que es lo que yo quiero, mamá —contesté, mi voz casi un susurro, llena de cansancio.
Ella asintió lentamente, su mirada se desvió hacia la cabaña como si estuviera buscando respuestas en las paredes de madera oscura y los ventanales polvorientos. Después de un momento, intentó forzar una sonrisa.
—Dame una oportunidad, ¿sí? Tal vez… tal vez este lugar nos traiga un poco de paz —propuso, con un destello de esperanza en sus ojos.
No respondí. En lugar de eso, me crucé de brazos, manteniendo mi silencio. Podía ver cuánto deseaba que yo aceptara esta nueva vida sin protestar, que solo dejara atrás mi enojo y abrazara la idea de una "nueva familia." Pero esa no era yo.
Finalmente, dejé escapar un suspiro pesado y abrí la puerta del auto. El aire frío me envolvió de inmediato, trayendo consigo el olor a pinos y humedad. La cabaña era imponente de cerca, y el lago, inmóvil, reflejaba las nubes grises que se cernían sobre nosotros.
—Voy a explorar un poco —murmuré, dándole la espalda.
Escuché a mi madre decir algo, pero no quise prestar atención.
Continué explorando los alrededores de la cabaña, arrastrando los pies por el césped que, para mi sorpresa, estaba cortado de forma impecable. El jardín se extendía alrededor de la casa, casi como si alguien hubiera estado cuidándolo todo este tiempo. A un lado, el lago brillaba bajo la luz tenue del cielo nublado, y junto a él, un bote pequeño flotaba amarrado a un muelle corto. Todo se veía demasiado cuidado para una casa que había estado abandonada.
—¿Qué tal, eh? No está tan mal, ¿verdad? —la voz de mi madre sonó detrás de mí, y la escuché acercarse. Volteé, notando la sonrisa expectante en su rostro, como si esperara algún tipo de aprobación de mi parte.
—No sé… parece que alguien ha estado manteniendo esto —observé el césped, el bote y el camino despejado que llevaba al lago.
—Sí… bueno, ya sabes, los vecinos probablemente echaron una mano de vez en cuando —comentó ella, restándole importancia—. Vamos, quiero que veas la casa y elijas tu habitación.
No me sentía ni remotamente emocionada, pero suspiré y asentí, siguiéndola hacia la puerta de entrada. La casa, a pesar de su antigüedad, parecía tener una especie de energía envolvente. La madera oscura de la fachada se extendía hacia un porche espacioso, y al empujar la puerta rechinante, nos recibió un recibidor amplio que parecía directamente sacado de otra época.
El interior estaba impecable, algo que, una vez más, me sorprendió. Los muebles de madera lucían antiguos, pero no había rastros de polvo, y el aire tenía un aroma a limpio, mezclado con un toque de madera envejecida. Era extraño, pero me daba la sensación de que alguien nos estaba observando, como si la casa misma hubiera estado esperando nuestra llegada.