El aula quedaba en el tercer piso del majestuoso auditorio Las Tres Reinas. Sabemos que el nombre suena un poco gracioso o que no concuerda con el auditorio en si, pero gracias a la calidad de profesores y músicos que estudian allí se ha catalogado como uno de los mejores de toda la Argentina. Uno de los mejores, pero nunca mejor que el imponente Auditorio Pablo III, definitivamente, el mejor del país.
Melanie suspiró con una mezcla de nostalgia y anhelo, odiaba sentir eso en su pecho, pero siendo honesta era lo único capaz de sentir en los últimos días. Y la razón la tenía más que clara, dentro de dos semanas era las audiciones anuales para ingresar a la orquesta sinfónica Pablo III.
Su mente no podía pensar en otra cosa que no fuera eso, y su mirada estaba fija en una paloma que reposaba sobre el marco de la ventana, observaba su tranquilidad y casi podía sentir que en cualquier momento iba a dormirse. Suspiró nuevamente.
En tres días había dormido solo seis horas, entre los ensayos y su mente trabajando todo el tiempo no era capaz de conciliar el sueño. Todos podían notar como eso la estaba consumiendo.
- Mel, sé que te dije que te tomaras tu tiempo pero ni siquiera has comenzado a calentar.
La voz de Javier, su profesor, la sacó de su ensoñación. Lo miró apenada y él le respondió con una sonrisa, se acercó a ella y tomó el oboe de entre sus manos.
- Tendrías que ir a casa, descansar un poco. - Susurró. - Mañana seguimos.
- ¡Profe! Hoy ni siquiera hemos empezado. - Se quejó. No quería irse, sabía que por más que tratara no podría dormir.
- Sé que el maquillaje puede lograr milagros pero tampoco puedes pedirle algo imposible. - Su mirada estaba clavada en sus ojeras, por lo visto el corrector no estaba funcionando como debería.
- Quedan solo dos semanas profe, ¡dos! - Enfatizó Mel la última palabra. - No puedo darme el lujo de desperdiciar tiempo.
- Exacto, dos semanas, 14 días, 336 horas, todavía hay tiempo. Has estado durante un mes y medio practicando sin parar, unas horas de sueño no te vendrían para nada mal.
- Por más que quiera no puedo dormir, enton...
- Yo tengo la solución para eso. - La interrumpió. Dejo el oboe sobre el estuche y camino hacia su mochila, de uno de los bolsillos sacó un sobrecito y se lo pasó. - Esto te va a ayudar.
Miró el sobrecito y no era más que un saquito de té. - Té de tilo y rosa mosqueta. - Leyó en voz baja y suspiró.
Su profesor no solo era reconocido como un gran oboísta, habían muchas cosas que lo caracterizaban, como su barba blanca, su largo y blanco cabello recogido en una coleta, su particular sentido del humor, y sus tés. Para todo tenía una infusión de té que ayudaba.
- Profe, ya probé con el té de tilo y no funcionó...
- Pero no has probado con mí té de tilo. - La volvió a interrumpir. - ¿Alguna vez mis mágicas infusiones y yo te hemos fallado?
Recordó entonces todos sus dolores de cabeza, de estómago, resfrios, manos congeladas, e incluso, su tristeza por los problemas familiares. Cada vez que se encontraba en alguna de estas situaciones él se acercaba con una sonrisa y una taza de té en la mano. La vez de la tristeza requirió varias tazas de té, largas charlas y también varias lágrimas, pero había logrado superarlo, y él no dejaba de afirmar que el té la había sanado.
Mel sonrió al notar su mirada expectante sobre ella y lo miró. - No profe, no lo han hecho.
- Y esta no va a ser la primera vez, lo prometo. - Aseguró mientras guardaba el oboe en su estuche y se lo entregaba. - Mañana todo va a estar mejor, va a ser un nuevo día, tranquila. - Sonrió.
Suspiró resignada al saber que no iba a lograr que cambiara de opinión. - Hasta mañana profe. - Cerró la puerta al salir.
Iba bajando las escaleras hasta la planta principal cuando sintió la armoniosa melodía de uno de los instrumentos que más amaba: el saxofón. Apoyó su frente contra el vidrio de una de las muchas ventanas que habían en ese pasillo y dejó que la música la calmara, era algo hermoso, podía sentir como la paz comenzaba a inundarla y una sonrisa se formó en sus labios. ¿Qué haría ella sin la música? Ya casi podía sentirse como la paloma.
No sabía cuanto tiempo pasó pero el músico dejó de tocar y Melanie abrió lentamente sus ojos. Por el panorama afuera podía notar que era tarde, cerca de las 10 p.m. pero el celular estaba en el fondo de la mochila como para asegurarse, y por más que viviera en un barrio seguro y privado nada aseguraba que los tres kilómetros que la separaban de su casa fueran seguros.
Una vez más salió de su ensoñación y se encaminó a tomar un taxi, sabía que sus papás la regañarían por hacer esto en vez de llamarlos a alguno de ellos pero nunca le agradó la idea de depender hasta para algo tan simple como esto. Esperó sólo un par de minutos en la entrada del auditorio hasta que conseguió uno, al subir se recostó en el asiento y tuvo que aguantar para no cerrar los ojos.
- Buenas noches, hasta el barrio Edison por favor.
- Claro señorita. - El chofer arrancó. - ¿Puedo preguntarle que instrumento toca? - Fijó su mirada en el estuche.
- Seguro, ¿conoce el oboe? Es un instrumento de viento. - Él la miró confundido por el espejo retrovisor.- ¿Alguna vez ha visto Bob Esponja? - Asintió. - Uno de los personajes toca el clarinete, bueno, el oboe tiene una forma muy similar.
- ¿Qué diferencia hay entre uno y el otro? - La miró interesado.
- Además del sonido, - él rió - la principal es que para el oboe se necesita una boquilla para tocarlo.
- Y el clarinete no. - Sonrió.
- Exacto. - Melanie asintió y miró por la ventanilla.
Un viernes a la noche, todo el mundo celebrando su fin de semana, yendo a bares y restaurantes, preparándose para salir a bailar... ¿Y Mel? Mel muriéndose del cansancio y deseando su cama y la taza de té más que nunca. Solo dos semanas más.
- Debe ser muy buen músico para estudiar allí. - Habló el chofer.
- Eso dicen mis profesores. - Sonrió. "Humildad ven a mí." pensó reprimiendo la risa.
- He oído que dentro de dos semanas son las audiciones para la Orquesta Sinfónica Pablo III, ¿va a audicionar? Mi sobrino ya es parte de la orquesta y le emociona saber que va a llegar gente nueva. - Exclamó feliz.
- Estas ojeras no son por nada señor. - Trató de bromear aunque no tenía ánimo siquiera para hablar. - Sí, estoy preparándome para eso.
- Y una vez que lo logre a celebrar en la gran cuidad de Buenos Aires. - Tocó la bocina entusiasmado y rió.
- Si logro entrar voy a colgarme una bandera en la espalda a modo de capa y voy a darle diez vueltas al Obelisco corriendo mientras canto.
El chofer largó una carcajada y eso la hizo sonreír. Tanto en su grupo de amigos como en su familia Melanie era catalogada como una sinvergüenza, siempre se atrevía a hacer cosas que a la mayoría los haría enrojecer, como bailar o cantar en un lugar lleno de gente, animarse a preguntarle a desconocidos cualquier duda que tuviera, bromear respecto a cualquier tema en general. Y estaba totalmente dispuesta a correr alrededor del famoso Obelisco.
- Ya llegamos señorita. - Le pagó no sin antes despedirse y darle las gracias por su amabilidad, había logrado mejorar un poco su ánimo. Se dispuso a abrir las rejas que protegen el barrio cuando él tocó la bocina llamando así su atención. - Sé que lo logrará y espero verla pronto para saber el resultado.
- Muchísimas gracias y hasta luego. - Le sonrió honestamente pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Todos esperaban lo mismo, que entrara, que lo lograra, y sentía como el nudo en su interior se apretaba cada vez más fuerte, todos esperaban lo mismo... Iban a ser dos semanas muy largas, o por lo menos eso creía.
Una vez dentro de casa pasó lo que suponía pero esperaba evitar, los regaños de sus padres no se demoraron en llegar. Sin responder a sus quejas se preparó el té y se sentó en la cocina esperando a que se calmaran, pero para su asombro, no lo hicieron.
- ¡Faltan solo dos semanas Melanie! ¿Qué hubiéramos hecho si algo te pasaba? - Habló su padre enojado mientras su mamá asentía demostrando que estaba de acuerdo con esas palabras.
Sin poder evitarlo, Melanie comenzó a llorar pero silenciosamente, solo caían las lágrimas y trataba de secarlas discretamente sin que ellos se dieran cuenta, o por lo menos eso quería, pero apenas la vieron los dos se quedaron en un gran silencio.
- Perdón, - susurró - pero necesitaba cinco minutos sin que nadie me hablara de esto. - Cosa que no logró. - Todo gira entorno a esta audición, y lo entiendo, es tanto mi sueño como el de ustedes, pero hoy ni siquiera logré tocar una nota, ni una nota. - Apenas se oía su voz, aclaró su garganta y levantó la vista mirándolos. - Javier me dio este té y me mandó directo a descansar, y si no les molesta me encantaría beberme esto, tomar una ducha y tratar de dormir un poco.
Sin decir más nada se acercaron a darle un abrazo un tanto reconfortante y la dejaron sola. Sola pero con sus pensamientos, lo cual no fue una muy buena idea tampoco.
Imaginó un interruptor en su cerebro y lo apagó, y siendo honestos, funcionó bastante bien. Pudo bañarse tranquila y acostarse sin pensar en nada, se sentía en un estado de relajación total, y por primera vez en varios días, realmente pudo dormir, descansar, hasta incluso soñar.
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Podía escuchar el sonido de un saxofón y automáticamente sonreí. El saxofón junto al piano siempre fueron mis instrumentos preferidos, sin dejar de lado mi amado oboe, claro.
Sentí una brisa jugar con mi pelo y en ese momento mis otros sentidos comenzaron a activarse. Podía sentir el calor del sol en mi cuerpo, el aroma a césped recién cortado, ahora no solo oía la música proveniente del saxo, también podía escuchar el correr del agua de lo que probablemente era una fuente, y a gente, a mucha gente. Sin abrir los ojos supe que me encontraba en un parque, recostada y al sol. Seguí así durante quien sabe cuanto tiempo, dejando que la música de ese increíble saxofonista me envolviera, reconociendo esa melodía de algún lugar.