La dama a la que amo

Prefacio

Las tardes muertas de aquellos martes de 1920 inundaban de tristeza a la múltiple muchedumbre de un rural pueblillo de diminutas casitas y delicadas florecillas; mientras que sus noches atraían una ligera melancolía de la cual nadie se libraba.

Pero, que se puede decir de los miércoles y la dicha que este irradia; cada una de sus horas, minutos y segundos la gente sonreía y disfrutaba lo más posible. Los pasillos de los mercados se llenaban y lo bullicios se generaban.

Sin embargo, había alguien que no pensaba igual que la gente.

Era aquella niña de tez blanca como la nieve del más frio invierno y las facciones tonificadas; aquella niña con los labios carnosos y tan rojos como un buen vino tinto o más bien dicho, como la más pura sangre; sea tal vez, esta descripción ya la hayas escuchado antes de irte a dormir, pero déjeme decirle que no es así, mientras que vive de la imaginación la felicidad, la otra en la penumbra de su habitación solo lloraba y lloraba. Pero si hablamos de aspecto, a la niña de la ventana se le caracteriza por su cabello blanco, su cabello inusual, su cabello raro.

La niña de la ventana con cabello raro, se llamaba Olivia, Olivia Whester. 

Mi Olivia Whester. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.