El alma está hecha para amar
y no para comprender.
Comprender es el dominio del hombre;
amar es el reino del alma (1)
Del manuscrito de Arnald
Las noticias eran terribles para Provenza. Debéis pensar que un caballero instruido como yo tuvo que sospechar o siquiera imaginar lo que podía suceder. Pero en aquel entonces era apenas un muchacho, y aunque los rumores me dieron a entender de que algo se estaba gestando, no imaginé que llegaríamos a ese punto.
Una cruzada, se supone, debía de ser contra los infieles a la Iglesia. Los musulmanes en Tierra Santa, por ejemplo. No lograba asimilar la idea de una cruzada en estas tierras donde todos éramos cristianos.
Si, es cierto, no voy a negar de que en ese entonces existían muchos que no eran del todo católicos, sino que abrazaron la doctrina de los albigenses. Y aun así, seguían el ejemplo de nuestro Señor. Eran tan cristianos como yo, aunque suene hereje. Cientos morirían por unos cuantos, así que todo ese alboroto por la existencia de los albigenses no me pareció motivo suficiente para emprenderla contra nosotros.
Por supuesto, el verdadero motivo era otro. Lo que ellos querían era acabar con la orden, arrasar todo y buscar el Grial hasta debajo de cada piedra si era necesario. Me parecía perverso y horroroso, una maldad que no podía permitirse. ¿Cómo es que nadie en la cristiandad levantó la voz en contra de la cruzada? Ya nada podía hacerse, pues el Papa dio su bendición, y del otro lado del río ya se preparaban los invasores.
Con la noticia confirmada, solo me quedó esperar a ver qué decidía nuestro gran maestre, en especial para mí, pues mi destino estaba atado a él. El día en que nos enteramos partimos de inmediato de Carcasona, apresurados por las malas nuevas, y cuando mi señor salió del consejo de guerra, me dijo que había tomado una decisión. Seguiría las recomendaciones de los caballeros, y fingiría ser neutral al menos un tiempo.
Cuando Guillaume me expuso sus razones, tuve que entenderlo. Noté lo difícil que era para él aceptar mantenerse apartado y no tener el honor de luchar al lado de sus hombres, pero debía poner primero a la orden y al Grial. La idea de que Saissac sería un refugio empezó a tomar forma, e incluso yo me entusiasmé con eso. Tal vez Mireille podría venir conmigo, tal vez no tendríamos que estar separados mucho tiempo. Ilusiones vanas cuando una guerra estaba por llegar, lo sé, pero la idea de tenerla cerca reconfortó mi corazón.
Una vez enterados de los planes, Guillaume me dijo que partiríamos a Montpellier. Pero también le prometió a su dama no irse lejos sin una despedida, así que emprendimos el camino de regreso a Cabaret apenas el sol iluminó la mañana. Llevábamos prisa, así que no tardamos en contemplar la cima de la montaña negra, donde ellas esperaban.
La primera sorpresa fue encontrar a Abelard de Thermes alojado en el castillo de Cabaret. El templario fue a Saissac a llevar las noticias de parte del señor Froilán, pero al no hallarnos, fue directo a Lastours, donde tampoco tuvo suerte. Así que para él fue un gran alivio vernos llegar.
—Me temo que no podré haceros compañía mucho tiempo —le dijo mi señor después de los saludos—. Solo vine a pasar una noche aquí antes de prepararme para partir a Montpellier.
—¡Montpellier! —exclamó el templario—. ¿Así que vais a seguir mi consejo e ir en busca de Sybille?
—La situación lo requiere —respondió Guillaume, poco entusiasmado. Y muy serio, además—. Sé que conocéis el camino y los desvíos mejor que nadie, así que, si queréis acompañarme...
—Mi señor, sois el gran maestre. Si me requiere a su lado, allí estaré, solo tiene que ordenarlo.
—No soy el tipo de hombre que dispone de la vida de los demás como si fueran esclavos, pero ya que estáis dispuesto a venir conmigo...
—Lo estoy, señor —afirmó muy seguro el templario—. Pero, ahora, lo que debo entregaros de parte del comendador Froilán es importante y... —Los dos me miraron de lado sin mucha discreción. Un asunto secreto, desde luego.
—Con su permiso, señor —dije yo, inclinando la cabeza y retirándome para dejarlos con sus asuntos.
Miento si digo que no me importaba lo que iban a hablar. Esa situación me tenía muy tenso, no solo por la orden, o por Mireille. Era también por mi familia en Béziers, pues todos decían que sin duda sería el primer lugar en ser atacado, y sabía que era verdad. Tío Bota me dijo que estaban preparados para soportar un asedio, y le creía. Pero también tenía claro que los cruzados no se iban a detener en Béziers, y no se irían hasta obtener su botín de guerra. ¿Cómo, en nombre de Dios, podía sosegarme en medio de tanta incertidumbre?
Consciente de que tal vez ese viaje a Montpellier tome más tiempo del esperado, y que el verano estaba cerca, casi corrí en busca de mi amada. Me escabullí por el castillo, y fui directo a la alcoba de Bruna, donde supuse que Mireille estaba. No me equivoqué, apenas di dos toques en la puerta cuando la luz de mi vida apareció ante mis ojos.
Ella parecía muy sigilosa, y algo apresurada. Antes de que pudiera siquiera saludarla, Mireille salió de la alcoba de su señora, me tomó de la mano, y me apartó lo más lejos posible de allí. Supuse que no quería perturbar a Bruna, o ser pillada por Valentine. Pero había algo raro que me hizo desconfiar.
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Editado: 06.08.2024