Mi voluntad me lleva hacia ella,
la noche y el amanecer sufriendo
por deseo de su cuerpo;
pero viene despacio y despacio me dice:
"Amigo, dice, celosos y malvados
han armado tal jaleo
que será difícil resolverlo
y que ambos tengamos placer (1)
Todo se hizo más real cuando Peyre Roger volvió a Cabaret. Bruna escuchó en silencio y con atención sus palabras. Su marido intentó darle calma. Mientras ella se mantuviera en el castillo, nada iba a pasarle. Los cruzados no lograrían subir a la montaña, y eso todos lo sabían. Es más, serían unos insensatos si intentaban tomar Cabaret.
Ella no respondió, se dedicó a asentir en silencio para no darle más problemas a su esposo. Pero Bruna no dio su palabra, pues sabía que no iba a cumplirla. No iba a quedarse en Cabaret, solo que aún no decidía cuando y a dónde partir. Tenía que encontrar algunas respuestas primero.
La oración fue una manera de acercarse a esa verdad. Se concentró tanto, y meditó tan profundo, que ni siquiera sintió el pasar de las horas. Cuando Valentine le dijo que llevaba casi un día entero rezando, se mostró muy sorprendida. Tampoco sentía deseos de explicarse, pues no sabría como contarlo.
Empezó a rezar con miedo, con fervor, rogando porque Dios le revelara las respuestas que buscaba. Pero, mientras el tiempo pasaba, y ella repetía sus oraciones, empezó a entender cada palabra de lo que estaba diciendo. Como si antes solo las hubiera repetido sin escucharlas de verdad, de pronto se descubrió encontrando el sentido, y cada vez que decía una oración, esa comprensión se hizo más clara.
El Pater Noster, el Salve Regina, el Ave María. Pero era El Credo aquel que hacía palpitar más su corazón, el que decía con más fervor. Porque entendió, al fin y después de tantos años, la vida y muerte de nuestro señor Jesucristo.
El Padre Abel tuvo razón. Mientras más vacía de sí misma se encontraba, mejor podía entender. Esa muerte de Jesucristo que no fue otra cosa que un triunfo del alma, un sacrificio necesario antes de trascender. Así lo comprendió, y así lo decidió para ella también.
No, esa no fue decisión suya, era como tenían que ser. El sacrificio, el caer en lo más profundo. En un infierno que vivía dentro de ella, y siempre fue así. Solo entonces, al vencerse a sí misma, podría volver a la vida.
Había cosas que necesitaba saber aún. Como averiguar qué era esa muerte simbólica, y a dónde la llevaría. Cómo encontraría el Grial, o como estaría lista para encontrarlo. El Padre Abel dijo que nadie llegaba al Grial sin seguir el camino, y Bruna no quería saltarse las reglas. Así que andaría sin prisas, solo esperando su momento. Al menos, pensaba, todo estaba en relativa calma para que pudiera dedicarse a la meditación.
Extrañaba a Guillaume, pero tal vez fue costa del cielo que partiera justo en el momento preciso para dejarla a solas y que pudiera alejarse de los placeres mundanos. Cuando regresara, podría ser la misma con él, y los dos volverían a ser felices y disfrutar. Ahora, con el temor de la cruzada cada vez más cerca, y su misión sagrada sin un rumbo fijo, la dama tenía que compartir su tiempo entre la vida espiritual y sus deberes como señora del castillo. Y justo fueron esos deberes quienes la reclamaron aquella mañana.
Bruna recibió con sorpresa la noticia de la llegada del vizconde Trencavel a Lastours. Se suponía que habían quedado en buenos términos, pero desde el otoño pasado no lo veía. Él mismo le dijo que cuando se sintiera mejor al respecto de lo que sentía, iría a verla, que quería que fueran amigos. Siendo sincera, ella también lo pensaba con frecuencia. Y sí que quería una amistad con él, en nombre del afecto que los unió.
Sabía, porque Mireille le informó, que su esposo lo recibió y los dos se fueron a recorrer las defensas de Lastours, entre otros asuntos de señores que no requerían su presencia. Eso no evitó que enviara un paje para solicitar una reunión privada con ella, y entonces empezaban las dudas.
No sabía si sería correcto, Guillaume no estaba presente y quería evitar problemas con su caballero. Cierto que apenas un día antes recibió una carta de Guillaume indicando que no se opondría a su contacto con Raimon, pues confiaba en su amor y en su buen juicio. Ella también estaba muy segura de lo que sentía, pero no quería que su viejo amor se ilusionara, y se fuera una vez más con el corazón roto.
Después de debatirse al respecto por unas horas, decidió pedirle a Mireille que le informara al paje que recibiría a su señor.
Por supuesto, mientras los hombres hacían lo suyo, Bruna se dedicó a ordenar todo para el banquete en honor al vizconde. No podía ser algo tan lleno de brío, no sería adecuado hacer una fiesta cuando las noticias eran terribles. Aun así, mientras organizaba los preparativos, se sorprendió al saber de que había varios músicos dispuestos a tocar aquella noche, y que los trovadores seguían llegando.
El joy, como decía Orbia, era incontenible. Ni siquiera las noticias de guerra menguaban el ánimo festivo de la gente, y entonces decidió organizar una velada entretenida para que nadie se viera abrumado por las malas noticias.
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Editado: 06.08.2024