El Gran Diluvio estaba destinado a suceder,
pero no la Gran Calamidad
de la tormenta portadora de muerte.
Por romper una promesa,
por una decisión del consejo fue provocada,
por las Armas de Terror fue creada.
Por una decisión, que no por destino,
se liberaron las armas venenosas,
por deliberación se echaron las suertes (1)
Guillaume no supo qué contestar al inicio. Estaba sorprendido por las palabras de Sybille, e intentó mantener la calma. Porque sabía que no mentía, y si le escupió la verdad no fue para herirlo. Tal vez fue porque ni siquiera ella misma aguantaba tener ese secreto.
No sabría decir si hizo las cosas bien con Sybille. Cuando se conocieron de esa forma tan inusual, él supo que la joven dama guardaba hacia él sentimientos que no podía corresponder. Por eso decidió dejar claro con sus actitudes de que no habría entre ambos ninguna clase de afecto de ese tipo.
Intentó ser el caballero cortés de siempre, incluso admitió para sí mismo que no sería cruel con Sybille, ni un marido dominante. La dejaría amar a quien ella quisiera, como lo hacía Bruna con él. Nunca le haría daño, ni la limitaría. ¿Debió ser más claro, tal vez? ¿Decirle que el amor no era posible, pero el mutuo respeto sí?
Pues bien, eso ya no importaba. Sybille estaba ante él, conteniendo las lágrimas de furia, y sus ojos le gritaban lo mucho que podía llegar a odiarlo. A él mismo, incluso a Bruna. ¿Y qué era eso tan preocupante que tenía relación con Bruna? ¿Por qué hablaba de un "ángel oscuro"? ¿Qué rayos era todo eso? No conseguía entenderla, y no sabía si quería hacerlo. Tenía tan cerca una revelación peligrosa, y ya no la deseaba. No si eso significaba que su amada no sería más su Bruna.
—Sybille, por favor, os ruego calma —dijo él con un tono conciliador que no afectó en nada a la dama—. Disculpadme si he sido descortés e imprudente, no quise importunaros o lastimaros.
—Eso lo pongo en duda, señor —respondió entre dientes—. Pero vos deseabais saber, y así será. Esta búsqueda del Grial no acabará con lo que voy a mostraros, ahora sabréis que tal vez nunca fue bueno tenerlo, así como no será bueno encontrarlo.
—Yo sé que es un arma de poder, es lo que decían los manuscritos, pero...
—Es más que eso, señor —declaró, al tiempo que se ponía de pie—. Y os lo voy a demostrar.
Sabía que allí Sybille ocultaba cofres cuyas llaves solo ella guardaba. Pero la dama removió unas piedras, allí la esperaba un cofre largo. Con la rapidez que le daba el enojo, la vio luchar contra el seguro hasta que la llave encajó y pudo abrirlo. Los tomó uno a uno, y los tendió en la mesa, justo frente a él.
Eran los pergaminos que ella misma tradujo del latín al oc. Cada uno venía acompañado de su original y sus respectivas traducciones a través del tiempo.
El primero estaba escrito en latín antiguo que no se comprendía a simple vista. El que le seguía era un papiro más antiguo, y en algo que parecía ser griego. El otro, en un papiro con los extraños dibujos que fue la escritura de los egipcios. Y el último estaba escrito en unas tablillas de la vieja sumeria.
—Os invito a leer —insistió Sybille—. Veréis que no invento nada, solo digo las cosas como son.
—No tenemos que hacer esto...
—Leed, y así lo sabréis. Es el destino, esta tragedia que he visto... Todo diseñado para hacerla una de ellos.
—Por el amor de Dios, ¿podéis expresaros con claridad? ¿Qué es lo que estás diciendo?
—Leed —insistió Sybille—. Al principio de mi propia búsqueda del Grial pensé que todo era una misión sagrada de la orden, algo que nos fue encomendado. Esconder el secreto, evitar que el Grial caiga en manos equivocadas, pero no es así. Nunca lo fue. Es por ella. ¡Todo esto es por ella! ¡Tanto sacrificio para que se convierta en un ser superior!
—¡Basta! ¡No tiene sentido lo que estáis diciendo! —estalló molesto. Las declaraciones de la dama atacaban a Bruna, y no entendía la razón. Sybille la culpaba por algo que no sabía ni la misma Bruna, eso era seguro, si hasta hacía poco ella ni estaba enterada de su condición como dama del Grial.
—Tenéis que leer —insistió Sybille sin ofenderse porque le levantó la voz, algo que de verdad no debió hacer.
—Y así será —declaró, tomando con molestia y prisa el primero de los pergaminos.
Mi nombre es Actea, lo demás no importa. Ha pasado un año desde que mi mentora Hipatia (2) fue asesinada por esa horda de salvajes que se hacen llamar cristianos. Supe que mancillaron su cuerpo sin piedad, y no conforme con la deshonra en vida, destruyeron su cadáver, desmembrándolo...
—Espera, esto...
Quedó asombrado. Actea. La dama le habló de ella varias veces, dijo que fue la que llevó los secretos del Grial a Tierra Santa. La primera dama del Grial, en palabras de Sybille. Eso era un testimonio de la fundadora original. No podía detenerse, tuvo que seguir leyendo.
Juro a partir de este momento que esos cristianos van a pagar lo que le han hecho a Hipatia. Prefiero mil veces adorar a cualquier dios pagano, y lo haré. No importa, igual y para ellos soy solo una sucia pecadora.
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Editado: 06.08.2024