Un dragón de al menos dos metros de altura, cubierto de escamas que variaban en tonalidades desde un morado claro, casi blanquecino, comparable a las nubes que danzaban en el cielo, hasta un morado profundo, semejante a la oscuridad de las noches sin estrellas. Su vientre estaba revestido por las escamas más claras, mientras que las más oscuras recorrían sus patas y espalda. Sus cuernos y garras eran de un azul metálico lustrado, reflejando destellos verdes y blancos con el más mínimo rayo de luz. Carecía de prendas, solo portaba un viejo amuleto dorado sobre su pecho, con el símbolo de una estrella fugaz.
Arrugó la frente y volvió a sentarse, intentando conectar con las energías del lugar una vez más. Llevaba horas en un estado de meditación; si su destino era ser el próximo canalizador de las estrellas, debía ser capaz de sintonizar con el ambiente y la naturaleza.
Recordó las palabras de su mentor, debía mantener la calma, dejarse llevar por los ruidos, los aromas, las sensaciones, y poco a poco, su alma fluiría junto con las energías. Aún así, por más que se esforzara, parecía que ignoraban su comunión.
Una vez más, dispersó todo pensamiento, se concentró en el mundo exterior, primero percibió el pasto por debajo de sus escamas, provocándole un leve cosquilleo. Encima suyo, el murmullo de las hojas mecidas por el viento era un recordatorio de la resistencia de la flora, capaz de crecer en ausencia de luz directa. Luego, el viento aullante trajo consigo el aroma del océano, salado y refrescante.
Sin darse cuenta, ya era uno más del lugar. El pasto dejó de moverse, hojas cayeron a su alrededor, formando un círculo perfecto a su alrededor, e incluso la brisa se detuvo, las energías finalmente le habían aceptado.
Lentamente abrió sus ojos. Seguía en su escondite: un cuerpo de agua de apenas unos metros de diámetro, tan cristalino que reflejaba el cielo estrellado, carente de cualquier luz importante. A su alrededor, la vegetación era densa, arbustos espinosos y hojas afiladas capaces de cortar la escama de un dragón anciano. En el suelo, entre la maleza y el pasto, había flores azules con un centro amarillo, resistiendo el embate del viento y liberando polen brillante.. En el centro de la laguna, un islote emergía de las gruesas raíces de un árbol imponente, de hojas planas, pero tan rojas como la propia sangre.
Enfocó su mirada en una gema con forma de estrella, del tamaño de su pata, tonos oscuros, la cual yacía inerte sobre una plataforma de piedra. Era su prueba final, debía canalizar la energía de las entidades del lugar y hacer levitar al objeto.
<< No te desconcentres. >> No paraba de repetirlo en su cabeza, aunque aún faltaban muchos ciclos estelares antes de la elección de profesión, temía decepcionar al resto de los dragones.
Para su sorpresa, vio como el cristal se sacudía, como si pudiera dirigir al viento aullante a su voluntad. Las hojas caídas, ahora levitaban a pocos centímetros del suelo, formando un círculo alrededor de la plataforma. Solo necesitaba el apoyo de una energía más y lo lograría.
No obstante, el vuelo a ras del suelo de un dragón extraño, interrumpió su concentración, y el cristal cayó fuera de la plataforma. Cerus frunció su ceño, alzando su vuelo detrás de la silueta, buscando reclamar por su interrupción.
Al acortar distancia, descubrió algo raro en la entidad, prácticamente estaba planeado, sus alas lucían incompletas y una gran dificultad en el vuelo indicaba que pronto caería al océano. << Carajo, se supone que estoy lejos de la tribu por algo… Pero ese dragón luce herido… No se suponía que hubiera exploraciones en los últimos ciclos… Solo la de Hena. >>
- ¡Hey! ¡Oye tú! ¡Detente! - Ordenó con fuerza, el primer principio de los canalizadores era ayudar y curar a cualquier dragón que lo necesitara.
A pesar de la orden, la silueta no se detuvo; es más, ni siquiera se inmutó, como si no lo hubiera escuchado. Cerus, confundido, aceleró su vuelo. Sin embargo, no tuvo éxito, y al cruzar una nube densa y oscura, perdió de vista al dragón.
<< No, no puede ser… >> En un intento desesperado lanzó una gran llamarada morada al océano, produciendo una luz intensa momentánea, sin encontrar rastros de algo que haya caído al agua.
Recordando una vez más las enseñanzas del último ciclo estelar, sabía que no todas las sombras eran verdaderas. Algunos rumoraban que se trataba de una entidad ajena a la vida, que a veces jugaba con ellos; otros decían que eran antiguos ecos, dragones caídos en combate cuyas almas, convertidas en energía remanente, aterraban a cualquiera que pasara por la isla.
Atormentado por la idea de haber fallado una vez más y por el avistamiento de la sombra misteriosa, decidió regresar a la tribu, esperando no encontrarse con el Canalizador de estrellas, un viejo dragón gruñón, quien nunca estuvo convencido de que Cerus fuera la próxima promesa. Se guió con facilidad hacia la isla con ayuda de las antorchas y cristales brillantes que decoraban toda la costa, colocados ahí como punto de guía en los ciclos estelares más oscuros.
Al aterrizar en la avenida principal, un simple camino de tierra aplanado por el paso constante de las personas, vio una reunión de dragones sentados frente a los braceros, que ardían con una intensa llama azul. Cada uno representaba a un explorador del grupo enviado a islas distantes. La gran mayoría eran familiares y amigos cercanos, quienes rezaban a las estrellas por su regreso; aún no se perdía la esperanza. Por otra parte, algunos curiosos se acercaban, asumiendo la pérdida de más vidas y cuestionando el actuar de las estrellas. No era el primer escuadrón perdido, y tampoco sería el último.
<< Que las estrellas los protejan una vez más. >> Elevó su mirada y descubrió a la estrella rosada, brillando con toda su intensidad en el punto más alto de la bóveda estelar; al parecer, estaban utilizando su bendición… o peor aún, la exploración había finalizado y ellos se habían convertido en un recuerdo más.