La tarde en que recibí la carta de mi madre, supe que una fracción del mundo se desmoronaba bajo mis pies, aun no la había leído, pero me daba perfecta cuenta que tras aquella hoja blanca cuidadosamente doblada, había un amargo mensaje, noticias de una desgracia.
Me senté en un tronco a la orilla de la playa, mientras reunía el valor para leer su mensaje empecé a recordar mis tiempos de niñez, mi padre y yo corríamos por las playas de mi pueblo natal, no eran muy diferentes de estas en las que ahora me acariciaba la brisa salada, recordé a mi madre sentada saludándonos con la mano mientras yo saltaba alrededor de mi padre tratando de sujetar el cordel de una cometa que se elevaba sobre el mar, en aquellos momentos él sonreía y yo pensaba que aquella época sería eterna, creía que, aun si pasaran mil años, aquellos momentos vivirían a través del tiempo y que mi madre, mi padre y yo, seguiríamos siempre acudiendo a aquella playa que volvía eternos los momentos de felicidad.
Abrí la carta y en ese momento, la brisa se llevó de mí los recuerdos felices devolviéndome a una lóbrega realidad, mi padre había desaparecido. Aquello causo un horrible caos en mi interior, sentí como si las entrañas se me congelaban y me faltaba el aire, fue en ese instante cuando me di cuenta que por alguna razón, no podía recordar completamente su rostro, trataba de imaginarlo, me concentraba en recordar sus ojos, pero esto era lo único claro en mi mente, en cambio si lo que ponía en mi mente era su sonrisa, lo demás de su rostro me parecía una imagen borrosa y ambigua de tal forma que no podía visualizar su rostro completamente. Mi mente empezó a divagar en el significado de las cosas, mi padre había desaparecido, hacía ya dos semanas que nadie lo había visto, pero todo el mundo sabía que algo debía haberle ocurrido, yo, en cambio, había dejado aquel pueblo hacía más de diez años, le enviaba a mi madre una carta cada treinta de abril y a mi padre cada primero de junio, solo para decirles que estaba todo bien y hacerles llegar un cheque para ayudarles en sus gastos, rompí esta rutina cuando nació mi hijo en agosto, les envié fotos de él cada dos meses durante sus primeros seis meses de vida, de eso hace ya tres años, durante todo aquel tiempo nadie del pueblo me había visto, ni mi madre ni mi padre me habían visto, a parte de mis cartas, no tenían ninguna otra prueba de que seguía en este mundo desde el día en que viaje a la ciudad y, sin embargo, nadie pensaba que yo hubiese desaparecido, tenían seguridad de saber dónde estaba y aunque no me vieran y en verdad no supieran si estaba bien; tenían un indicio, algo que les daba la fe de que, si deseaban verme solo debían viajar a donde creían que yo estaría, a donde suponían que me encontrarían, aun cuando cabía la posibilidad de que al llegar descubrieran que nunca estuve allí o que hacía tiempo había muerto, aun si tomasen en cuenta todas estas probabilidades, yo no estaba desaparecido.
Regresé a casa y mientras andaba, no podía sacarme de la cabeza las innumerables teorías que producía mi mente sobre la desaparición de mi padre, por años había disfrutado mucho de la pesca, mi mayor temor era que algo pudiera haberle pasado en el mar, que su canoa se hubiese volcado y hubiera sido arrastrado hacia alguna playa lejana, que estuviese en algún hospital o que hubiese muerto ahogado, sentía mayor miedo de las primeras posibilidades, de imaginarlo en una cama de hospital, debatiéndose entre la vida y la muerte, tal vez sin poder recordar nada de su vida, pensaba si se habría perdido en el bosque y estaba solo allí, expuesto a los ataques de animales salvajes, de los insectos o las enfermedades. Luego de algún modo empecé a pensar en la gente del pueblo y lo que seguramente estarían diciendo, los imaginaba hablando sobre mi padre fugándose con alguna mujer de un pueblo cercano, abandonando a mi madre, dejando atrás casi cuatro décadas de unión y convivencia.
Crucé un pequeño puente y me detuve apoyado sobre el barandal, miré hacia el cielo a un grupo de aves que volaban formando una V, —si las personas fuesen como las aves, no habría nadie injuriando a mi padre—pensé—las aves son criaturas nobles, si fuésemos aves seguro que papá no se habría perdido.
Al entrar en casa mi esposa en seguida notó que algo había ocurrido, se acercó a mí con su rostro consternado queriendo saber que pasaba, quise decírselo pero las palabras no salían de mi boca, el mundo se me había venido encima y no tenía las fuerzas ni siquiera para pedir auxilio. Me senté en la cama y le extendí la carta sin siquiera voltearme para verla, en ese momento, en ese preciso instante, me di cuenta que yo también estaba desapareciendo tras mi padre, que mi cuerpo seguía aquí, pero mi mente, mi alma y toda la energía que mantenía mi cuerpo en movimiento, me estaban abandonando, mi conciencia estaba exigiendo salir en busca de mi padre.