Amaya no pudo dormir en toda la noche. La reunión en el hotel había acabado mal, y se había marchado de aquella sala oculta en la planta menos uno del hotel de Bruno llevándose el diario de Sara con ella. Didi y Eric querían leer las páginas de manera conjunta, pero a Amaya no le pareció adecuado, ya que eran escritos personales de Sara. Dan propuso entregárselo a la policía. Le pareció que podría ayudarlos con la investigación, pero Bruno le dijo rápidamente que era un error confiar en el comisario y su ayudante. Así que, sin estar de acuerdo con lo que debían hacer y pisándose las frases unos a otros, Amaya se marchó sin decirles ni adiós, se montó en su coche y se fue directa a su casa. Bruno la llamó unos minutos después, pero ella colgó el teléfono y lo apagó.
El diario era lo único que ocupaba su mente, así que en mitad de la noche y sin poder dormir, encendió la luz, lo cogió de la mesita y lo abrió por la primera página, escrita con la característica letra en cursiva de Sara. Durante unos instantes, dudó si debía hacerlo, pero alguien se lo había confiado a ella y sintió que era la única que podría sacar algo en claro de aquellas páginas.
11 de enero de 2016
A ti y a mí misma.
Regresa el curso después de las vacaciones de Navidad y he decidido empezar a escribir de nuevo. No lo hacía desde la universidad, y lo añoro. Antes escribía todo lo que me pasaba por la cabeza: amores, desamores, ideas, conversaciones en el autobús… No siempre escribía para mí sola, sino que también compartíamos escritos, pero ahora ya nada es lo mismo. He pensado en enviarte estas palabras, pero creo que, aunque lo hiciera, ya no te harían sentir nada. Ojalá sí, porque me encantaría leer cosas tuyas. Espero que aún escribas y que no hayas cometido el error de dejarlo, como he hecho yo hasta este mismo momento. Bueno, no importa, voy a hablar contigo como si aún estuvieras aquí, porque ojalá lo estuvieras. Está pasándome algo, pero no sé a quién contárselo.
¿Te acuerdas de aquello que me dijiste una vez en Halloween de que puedes esconder quién eres, pero solo por un periodo corto de tiempo, y que todo acaba saliendo a la luz? Pues tenías razón. No puedo seguir con esta mentira. Espero que me perdonéis, pero necesito compartirlo y voy a decírselo todo.
Amaya se detuvo, levantó la vista del diario y miró la pared blanca de su habitación, boquiabierta. Sara hablaba con ella, se dirigía a ella sin decir su nombre. Amaya era quien le había dicho, una noche de Halloween, cuando aún iban al instituto, que la verdad no podía esconderse durante mucho tiempo y que todo acababa saliendo a la luz, así que había escrito aquellas palabras pensando en ella. Giró la página y encontró un dibujo, el de una abeja, y aquel símbolo terminó por confirmarle lo que ya sabía: ella era la abeja, y Sara, la corona. Había sido así desde que eran pequeñas.
Pasó las páginas y, leyendo en diagonal, se dio cuenta de que Sara no la nombraba, pero hablaba con ella sobre el tipo de vida que llevaba. No era un diario muy largo y no tenía páginas escritas todos los días. Algunas de ellas solo explicaban algo que le había pasado aquel día en clase, ideas genéricas sobre temas no concretos, como si debatiera con ella misma. En otras, veía claramente el mensaje que escondían, pero no encontró nada que aclarara lo que había pasado con su amiga.
15 de marzo de 2016
Me parece mentira confiar y creer tanto en alguien. Él es maravilloso y entiende todo lo que le digo. Me ha costado mucho hacerlo, y no sé si tú lo aprobarías, pero esta noche confesaré todo lo oscuro que hay en mi corazón.
Sara hablaba constantemente de alguien con quien estaba teniendo una supuesta relación. Pero en el pueblo, aquel mismo día mientras recorrían el bosque, había escuchado hablar a los vecinos sobre ella, y una de las cosas que decían era que, con su edad y su belleza, era extraño que no tuviera novio. Así que, fuera quien fuese esa persona con la que se veía Sara, era un secreto para los demás. Su antigua amiga no solo había escrito en aquel cuaderno, sino que también había hecho dibujos y adornado los márgenes. Pero al fijarse en la parte superior de una de las páginas, vio que los supuestos símbolos no eran dibujos abstractos ni florituras, sino números separados por barras con formas artísticas. Amaya supo que allí había un mensaje oculto, y ella era la única que podría averiguarlo; por eso el diario iba dirigido a ella, por eso no decía nada claramente: no lo decía con palabras, sino con números.
Cuando eran pequeñas, jugaban a mandarse mensajes ocultos con números. Utilizaban la página, la línea y buscaban la letra del libro que usaban en la asignatura en aquel momento; de aquel modo, podían hablar sin ser descubiertas. El diario estaba lleno de números en los márgenes, pero parecían hechos todos a la vez y el mismo día, porque, aunque los escritos del cuaderno estaban realizados con bolígrafos de diferentes colores, los números estaban todos dibujados con el mismo bolígrafo de color verde, entremezclándose con una especie de enredadera que cubría los márgenes. Necesitaba encontrar el código, el libro de referencia del que Sara había extraído las letras. Al principio pensó que el abanico era muy amplio, ya que no había visto a Sara en diez años y, con toda probabilidad, en esos momentos sería una persona totalmente distinta a la que había conocido de niña. Pero también se dio cuenta de que, si había dirigido su mensaje a ella, no podía haber elegido nada alejado de su infancia, así que redujo su búsqueda a libros de entonces. Cogió un papel y empezó una lista. Apuntó el libro favorito de Sara, el suyo y pensó en algún libro que hubiera significado algo para ellas. Apuntó dos títulos más, pero le pareció demasiado sencillo porque cualquiera de su grupo de amigos podría haber reproducido exactamente la misma lista. «Peter Pan, Orgullo y prejuicio, A sangre fría y Pablo Neruda», se dijo a sí misma.
Editado: 13.09.2021