Redactó la entrevista que Teresa le había encargado, hizo una tira cómica sobre la alcaldesa, tal como habían pactado, y a las cinco en punto de la tarde salió por la puerta de la redacción. Sabía que el siguiente paso en su investigación era ir a casa de Sara, pero aquel lugar estaba cercado por la policía e iba a ser imposible entrar sin pedir permiso.
—¡Bu! —escuchó inesperadamente detrás de su oreja.
—Joder —maldijo mientras se giraba—. Eres un idiota, Bruno. Sabes que no soporto que me asusten.
—¡Qué dramática! Te asustas con mucha facilidad —dijo él entre risas—. Con esta cara tan bonita —continuó, refiriéndose a él mismo—, deberías desmayarte de la emoción.
—Ja, ja y ja. Qué gracioso es, señor Rey.
—No era una broma —añadió, poniendo una cara muy dramática—. ¿Recuerdas cuando en sexto te escondiste en el baño porque Ramón te enseñó una foto de El exorcista?
—¿Qué quieres? —le preguntó Amaya, cansada de tantos juegos.
—Dímelo tú.
—Paso de ti —contestó ella, iniciando la marcha.
—No quiero nada —dijo él, deteniéndola—. Vengo a ayudarte. Soy tu hada madrina, solo que aún no lo sabes.
—No quiero tu ayuda. Te la pedí ayer y me traicionaste.
—No fue una traición al uso, solo te dije una parte de la verdad. —Amaya no dijo nada—. No quieres mi ayuda —prosiguió Bruno, levantando el dedo índice—, pero la necesitas. Y lo sabes.
Amaya lo miró fijamente, pasando su mirada de un ojo al otro. Bruno tenía razón, y odiaba tener que reconocerlo.
—Necesito buscar algo en casa de Sara —le dijo al fin—. Pero sé que la policía no va a dejarme entrar sin más. Necesito un plan.
—Estás en lo cierto —coincidió—, pero podríamos entrar sin permiso. No es tan difícil, y conozco una entrada.
—¿Y si nos pillan?
—No lo harán —concluyó él—. Vayamos ahora, que está a punto de anochecer. Nos acercamos con tu coche, aparcas dos calles más abajo, caminamos sigilosamente hacia allí y, cuando nadie nos vea, saltamos por detrás.
—Es una locura, Bruno. Esto no es una película de detectives, no se pueden hacer ese tipo de cosas en la vida real porque suelen salir mal. La policía te pilla y te mete en la cárcel.
—Bah, ¿eso te preocupa? Yo te pagaré la fianza —añadió él, sonriendo.
—¿Y si nos meten a los dos?
—Nos la pagaría mi abogado.
—¿Y si…?
—Stop —la interrumpió—. Me encanta discutir contigo, Amaya, voz de la razón y la cordura, pero tenemos prisa.
Desesperada, resopló ante la idea de su antiguo compañero de instituto, pero Bruno era muy insistente y la convenció para llevar a cabo su plan. Amaya aparcó a dos calles de distancia de la casa de Sara, tal como él le había dicho, esperaron a que la calle estuviera vacía y salieron del coche. Llegaron al patio trasero sin encontrarse a nadie por el camino y allí Bruno juntó las manos para que Amaya pudiera impulsarse con uno de sus pies y saltar la valla. Desde el otro lado, ella vio cómo Bruno también saltaba, demasiado fácilmente pese a llevar traje y ser tan alto, y deseó que tropezara un poco para poder reírse de él, pero no lo hizo.
—Qué mala suerte —masculló Amaya.
—¿El qué?
—Nada…
—Te ha sorprendido mi agilidad, ¿no?
—¿Y ahora qué? —susurró ella sin responder a su pregunta.
Bruno caminó sigilosamente hasta las ventanas del patio y comprobó si alguna estaba abierta. Una de ellas hizo un chasquido y se abrió.
—Voilà! —exclamó él—. Coser y cantar.
—No me lo puedo creer.
—Se llama tener recursos.
—¿Te dedicas a esto en tu tiempo libre?
—Hice un curso de supervivencia durante el verano. En unos campamentos en los Pirineos.
Él entró primero y Amaya lo siguió. Nada más poner un pie en casa de Sara, el aroma de su infancia la embriagó por completo. Aquel hogar olía a su mejor amiga, y respirar su fragancia hizo que se le encogiera el estómago. Sara siempre había usado la misma colonia y, por cómo olía el ambiente, seguía haciéndolo.
—Sara... —susurró muy bajito.
Las lágrimas quisieron salir de sus ojos y recorrer todo su rostro, pero las reprimió cerrando con fuerza los párpados para que no pudieran escapar.
Bruno se dio cuenta, aunque fingió que no había visto nada.
—Creo que lo que buscas podría estar por allí —dijo, señalando las habitaciones.
—Busco unos libros —añadió ella.
—Busquemos estanterías —propuso Bruno.
No había libros en el salón ni tampoco en el pasillo, así que se dirigieron a las habitaciones. La primera en la que entraron era la de Sara. Lo supieron enseguida porque tenía una foto de Hook en la mesita de noche y ropa esparcida por la cómoda.
—Aquí no hay libros —susurró Bruno—. Sigamos buscando.
En cuanto acabó la frase, un ruido que provenía del salón los puso alerta. Bruno agarró a Amaya del hombro con una mano y con la otra levantó el dedo índice y se lo llevó a los labios, indicándole que debían guardar silencio. Ella confirmó con la cabeza que lo había entendido. Bruno señaló la cama y ambos se escondieron detrás del canapé, sentados en el suelo y en completo silencio. Alguien había entrado sin permiso en aquella casa, igual que habían hecho ellos. Escucharon sus pasos en el salón, después acercándose por el pasillo y, finalmente, entrando en otra de las habitaciones de la casa. De repente, sonó una melodía que enseguida reconocieron como el tono de un teléfono móvil y Amaya notó cómo un escalofrío le recorría la espalda. Miró a Bruno, pero él parecía tranquilo. El recién aparecido susurró algo en voz baja que a Bruno y Amaya les llegó como un siseo y escucharon sus pasos dirigirse de nuevo al salón y abandonar la casa. Bruno se levantó y corrió hasta el salón. Amaya lo siguió.
Editado: 13.09.2021