La desaparición de Sara

Capítulo 6

 

 

 

 

 

 

 

 

Con el ordenador y el disco duro en la mano, Amaya abrió la puerta, se quitó los zapatos y los dejó en el recibidor, corrió escaleras arriba y se encerró en su habitación. Se sentó en la alfombra, con la cabeza apoyada en la cama, abrió el ordenador, conectó el disco duro y se dispuso a abrir todas sus carpetas.

—Novela sin nombre…, ¿dónde estás?

La encontró enseguida, abrió su libreta e hizo las comprobaciones. Página, línea, letra. La primera palabra empezaba con sentido, pero después aparecieron varias consonantes seguidas y Amaya se sintió decepcionada de nuevo.

«El maldito libro para entender la clave es Peter Pan, y no sé dónde narices está ese puto libro», se dijo a sí misma. Comprobó las demás novelas sin acabar que había en su ordenador, porque no quería sentir que no había hecho todo lo que estaba en su mano. Diego había recuperado todos sus documentos, por lo que se encontró decenas de escritos, cientos de trabajos del instituto y miles de fotos de su primera cámara digital. Se dispuso a mirar las imágenes, sintiendo un ápice de vergüenza antes de empezar, sabiendo que encontraría escenas de posados ridículos. Entró en una carpeta con el nombre «Fotos de amigos», que alternaba mayúsculas y minúsculas, siguiendo la moda adolescente de la época, y vio que dentro había más carpetas ordenadas por lugares y eventos. Abrió la carpeta de Navidad del año dos mil cinco y la cara de Sara empezó a aparecer entre las miniaturas de las imágenes. Amaya cogió aire y abrió una de las fotos. Se vio a ella misma con su abrigo negro abrazando a su mejor amiga, que llevaba su preciosa chaqueta roja que hacía que pareciera aún más rubia de lo que era. Pensó que había sido siempre muy guapa, con su pelo rubio oscuro, sus ojos grises y su imborrable sonrisa. Era la chica buena del grupo y siempre había sido amable y dulce, así que no se merecía lo que le había pasado, fuera lo que fuese. Pensando en su mejor amiga, notó cómo las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Y allí, sintiéndose amparada por la soledad de su habitación, lloró sin reprimirse.

El ruido de un objeto chocando contra la ventana la sacó de su incesante llanto. Al girarse como acto reflejo, vio una sombra a través de la ventana y se asustó. Se levantó del suelo, dejando el ordenador tirado a un lado, y cogió su teléfono móvil dispuesta a llamar a la policía.

—Ábreme —se escuchó al otro lado de la ventana a la vez que Bruno aparecía por allí.

—Pero ¿qué haces? ¿Estás loco? —Amaya se acercó a la ventana para abrirla.

—Ufff —resopló. Entró en la habitación y puso los pies encima de la cama de la chica—. Casi me mato.

—¿Qué narices te crees que haces?

—¿Qué haces tú? Por un momento, pensé que te había pasado algo a ti también. He estado llamándote todo el día y tu teléfono no daba señal, te he esperado en la puerta de tu trabajo y no has salido, así que he decidido venir a ver si estabas bien.

—¿Y no podías llamar al timbre, como la gente normal?

—Podía, pero tu padre me asusta un poco.

—No me lo puedo creer… —dijo disgustada.

—Ni que fuera la primera vez que alguien entra por tu ventana —añadió él, guiñándole un ojo.

—Mi padre está en la reunión de veteranos.

—¡Es verdad! Que es miércoles.

—Estás muy poco atento a los acontecimientos del pueblo —malmetió, intentando que Bruno se molestara.

—La verdad es que siempre he pensado que esas reuniones son para ponerse ciegos de vino. Algún día estaremos nosotros ahí, emborrachándonos también. —Amaya lo miró enarcando una ceja—. Será que no lo has pensado tú también —dijo entre risas—. Tú, defendiendo un refugio de animales. Yo, proponiendo locuras para Fiesta Mayor.

—¿Y no van los Rey a esas reuniones? Eso sí que es extraño.

—¿Extraño? ¿Que un millonario de cincuenta y pico que vive en Madrid no se preocupe por los asuntos del pueblo? —preguntó con ironía—. ¡Válgame Dios! ¡Qué drama!

—Me refería a ti.

Bruno se sentó en la cama y puso los zapatos encima del colchón, manchando la colcha.

—Demasiado joven. —Ella no contestó, solo se limitó a levantar las cejas de nuevo y cruzarse los brazos, sin creerse que a Bruno no le permitieran ir a aquellas reuniones por ser demasiado joven—. Bueno, cuéntame, ¿por qué estabas llorando? —le pidió él—. ¿No ha funcionado lo que buscabas o es por los mellizos de tus amores?

—No hay mellizos de mis amores.

Amaya se sintió avergonzada al saber que Bruno la había visto llorando, pero después consideró que en realidad le daba igual lo que él pensara sobre ella. Se sentó a su lado en la cama y lo obligó a estirar los pies para que los zapatos no estuvieran encima de su colcha.

—Entonces, ¿no ha funcionado?

Ella negó con la cabeza, contestando a su pregunta. El chico la había ayudado de múltiples maneras durante aquel día, así que cogió el ordenador, que había dejado a un lado, y le mostró las fotos de Sara. También le contó que, tal como él había dicho, en el ordenador de la escuela había una carpeta con el nombre de su amiga, pero era imposible acceder a ella sin un código. Le explicó que lo había dejado en manos de Diego, y Bruno reconoció que lo tenía en nómina y que el informático no iba a ser un problema.



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En el texto hay: asesinato, secuestro, thriller

Editado: 13.09.2021

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