La desdicha de Clarissa

Un día con Clarissa

Clarissa Villareal

La alarma retumbó en mi espaciosa habitación, rompiendo el silencio de la madrugada. Sin abrir los ojos, estiré la mano y la apagué.

Otro día más en mi impecable vida —pensé abriendo mis hermosos ojos verdes, permitiéndome una sonrisa autosuficiente, me quité el antifaz beige con encaje que utilizo para dormir, tomé la campana de plata sobre mi mesita.

—¡Lindaaaa! —grité, agitando la campana con impaciencia. No pasó ni un segundo antes de escuchar los pasos apresurados al otro lado de la puerta.

—Entra —ordené con un tono firme. La puerta se abrió y apareció Linda, mi criada más confiable, una joven de mi edad, siempre con la cabeza inclinada hacia el suelo.

—Buenos días —murmuró en voz baja, casi temerosa.

Me estiré como una reina en su trono y, sin siquiera mirarla, le di mis instrucciones:

—Quiero pan francés, un licuado de fresa como me gusta, y para fruta, kiwi con uvas.

—Enseguida, señorita —respondió obediente, acercándose con cautela para colocar mis pantuflas en mis pies.

Mientras me incorporaba con elegancia, añadí:

—Voy al baño. Cuando salga, espero ver mi conjunto deportivo listo sobre la cama. Después de hacer ejercicio quiero mi bañera preparada con bombas aromáticas y mi traje tinto esperándome.

—Enseguida, señorita —repitió sin levantar la mirada.

Al entrar al baño, cerré la puerta tras de mí y me detuve frente al espejo.

—Ardiente como siempre —susurré, lanzándome un beso a mi propio reflejo. Sonreí con satisfacción.

Tras terminar mi rutina matutina obligatoria, regresé a mi habitación. Mi cama king size ya estaba impecable, el conjunto deportivo perfectamente doblado sobre ella. Me quité la pijama y la dejé caer al suelo, sin molestia alguna por el desorden. Al salir de mi habitación, mi puerta golpeó a alguien.

—¡Fíjate! —espeté sin mirar a quién había sido y seguí mi camino hacia mi gimnasio personal.

Allí, otra criada me esperaba con mis guantes. Me los colocó con precisión antes de que me subiera a la caminadora. Mi sesión de ejercicio comenzó con un ritmo constante.

Cincuenta minutos después, sudorosa pero satisfecha, me retiré los guantes y los dejé caer al suelo. Una botella de agua y una toalla me fueron entregadas al instante. Sin más, me dirigí a mi habitación, donde todo ya estaba dispuesto para mi rutina.

Desayuné con hambre voraz. Hacer ejercicio en ayunas siempre abría mi apetito. Sin embargo, al probar el licuado, algo no estaba bien. Sentí mi estómago pesado y una incomodidad creciente.

—¡Lindaaa! —rugí con furia. Al instante, la joven apareció.

—¿Sí, señorita? —preguntó con un hilo de voz.

—¿Quién diablos preparó esta porquería? —exigí.

—L-la nueva chef… —tartamudeó.

—Tráela aquí, ahora. —Mi tono era una sentencia de muerte.

No pasaron ni tres minutos cuando la chef apareció frente a mí.

—Buenos días, ¿me llamó? —dijo con un tono suave que sólo avivó mi enojo.

—¿Con qué maldita leche hiciste esto?

Ella vaciló antes de responder:

—Con leche entera, señorita.

Mi rostro se encendió de ira.

—¡Estúpida! ¿No sabes que soy intolerante a la lactosa? ¿Acaso te contrataron para envenenarme?

—Yo… pregunté a una de sus empleadas, y ella me dijo que era su tipo de leche… —balbuceó, claramente nerviosa.

—¡No quiero excusas! MARTÍN —grité, y al instante uno de mis guaruras entró al cuarto.

—Llévate a esta incompetente de aquí y despídela. Y de paso, corre a la idiota que le dio esa información errónea.

—Entendido, señorita —respondió Martín, sujetando a la chef por el brazo.

Mientras se la llevaban, ella se giró para lanzarme un último ataque:

—¡Crees que puedes tratar a las personas como basura! ¡Eres una maldita loca! ¡Bruja!

Sonreí con malicia. No era la primera vez que escuchaba algo así.

—No te preocupes, querida. Me aseguraré de que nadie te contrate jamás, para que veas lo bruja que puedo ser.

Una vez en silencio, tiré el plato al suelo, rompiéndolo en mil pedazos.

—Espero que limpies esto antes de que salga —le dije a Linda, y me dirigí al baño.

El aroma relajante de mi tina ya preparada me envolvió. Cerré los ojos mientras me sumergía en el agua cálida.

—Nada en esta vida es tan complicado —murmuré, disfrutando el momento.

Más tarde, vestida impecablemente y con el maquillaje perfecto, salí de mi habitación. Mi porte altivo hizo que todos los empleados bajaran la cabeza al verme pasar.

Al salir de mi penthouse, una Suburban negra me esperaba con la puerta abierta. Con la cabeza en alto y una sonrisa de superioridad, subí al vehículo. El día apenas comenzaba, y Corporaciones Villareal me esperaba.



#5799 en Novela romántica

En el texto hay: empresa, odio-amor

Editado: 25.11.2024

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