Arturo Aragón
Mi día comenzó temprano, como siempre. Una carrera por el vecindario acompañado de mi hermano Benjamín, seguida de una buena sesión de ejercicio, una ducha revitalizante y, ahora, un desayuno tranquilo en la compañía de mis mayores tesoros: mis padres.
—Arturo, Benjamín, mis pequeños retoños, no saben lo orgullosa que estoy de ustedes —dijo mi mamá de pronto, interrumpiendo la charla ligera que sosteníamos con mi padre.
Levanté la vista de mi plato y me encontré con su sonrisa amplia, los ojos ligeramente empañados por las lágrimas. Mi padre, siempre atento, tomó su mano con ternura.
—¿Qué pasa, amor? —preguntó él. –Algún día tendré una relación como ellos– pensé.
—Oh, nada en especial —respondió ella, negando con la cabeza—. Es solo que ya están tan grandes. Verlos hablando de negocios con su padre me llena de nostalgia. Parece que fue ayer cuando tenía que perseguirlos por toda la casa junto con las nanas para evitar que destruyeran el lugar.
Su comentario desató una carcajada en mi padre y Benjamín, mientras yo simplemente sonreí.
—Mamá, siempre seremos tus niños pequeños —dijo Benjamín con su típica picardía.
—Claro que sí —respondió ella—, pero ya saben cómo soy. Me pongo sentimental.
Los tres asentimos en silencio y continuamos desayunando. Todo parecía transcurrir en paz, hasta que mi madre volvió a hablar, su tono más serio.
—Arturo —llamó, haciéndome alzar la vista nuevamente.
—¿Sí? —respondí, curioso.
—Hoy tuve ese sueño otra vez.
Inmediatamente me tensé, mientras Benjamín soltaba una risita burlona.
—¿Hablas de la maravillosa esposa de ojos verdosos que mi hermano aún no ha conocido? —dijo con sorna.
Mi madre lo interrumpió con firmeza.
—Puedes burlarte todo lo que quieras, Benjamín, pero tú sabes que mis sueños siempre se cumplen.
—Madre, llevas casi un año soñando con esa mujer, y nada ha pasado —replicó él, divertido—. Además, con todas las mujeres que le llueven a Arturo y que él no acepta, comienzo a pensar que es gay.
—¡Benjamín! —intervino mi padre con severidad—. Ya basta, tu hermano es un verdadero hombre.
—¿Podrían dejar de hablar de mi vida sentimental y mi orientación sexual como si yo no estuviera aquí? —dije, al fin, con un tono cortante.
Mi madre, sin embargo, no se dejó intimidar.
—Hijo, tú sabes que no lo hago por molestarte, pero ya tienes 26 años, eres mi primogénito y aún no me has presentado a ninguna mujer. Ya quiero tener nietos en esta casa.
—Mamá, ya hemos hablado de esto. Estoy completamente enfocado en la empresa. Mantener el honor que mi padre ha construido es mi prioridad.
—Hijo, la juventud se te va a ir trabajando —respondió ella, suspirando con preocupación.
—Julieta, ya basta —dijo mi padre, poniéndose de mi lado. Ella le lanzó una mirada molesta, pero no insistió más.
Terminé mi desayuno rápidamente, aunque sentía un nudo en el estómago. La presión de mi madre sobre mi vida personal era constante, y lo peor era que… había algo de verdad en sus palabras.
La descripción de esa misteriosa mujer de ojos verdes que mi madre soñaba tantas veces coincidía con la mujer que yo mismo había visto en mis propios sueños, incluso antes de que mi madre me lo contara. No era una persona supersticiosa, pero no podía ignorar ese extraño detalle. Sin embargo, cada vez que conocía a alguien nuevo, al no encontrar esos ojos hipnotizantes, algo dentro de mí se apagaba.
Después del desayuno, me lavé los dientes y me subí a la camioneta junto con mi padre y mi hermano. Nos despedimos de mi madre y nos dirigimos a la empresa. Durante el trayecto, no pude evitar pensar en esa mujer otra vez, aunque al llegar, puse mi mente en blanco. Era momento de trabajar y demostrar por qué llevaba el apellido Aragón, por qué estaba destinado a tomar el lugar de mi padre una vez que se jubilara.
En cuanto entré a la oficina, pedí los informes del día. Rodrigo, mi mano derecha, se encargó de dármelos uno por uno. Todo parecía rutinario, hasta que su tono cambió de repente.
—La Corporación Villareal lo volvió a hacer. Han boicoteado nuestra campaña.
Solté un gruñido frustrado, apretando los puños.
—No puede ser… otra vez esa mujer.
Rodrigo negó con la cabeza.
—Arturo, esa mujer es una verdadera bruja. Desde que su padre le cedió el poder, no ha hecho más que intentar hundir a todas las empresas rivales. Ya sabes lo que dicen de ella… los rumores.
—No me interesan los rumores, Rodrigo. Estoy harto de sus juegos. Si nadie más le pone un alto, lo haré yo.
Rodrigo vaciló antes de responder.
—Arturo, esa mujer es un caso perdido. Dicen que su propio padre nunca la limitó en nada. Desde que él se fue, ha corrido a cientos de personas, humilla a sus empleados y maneja la empresa con puño de hierro.
Lo miré fijamente, con decisión.
—No me importa su temperamento. Agéndame una cita con ella lo antes posible. Es hora de resolver esto.
—No creo que sea lo más adecuado… —intentó replicar Rodrigo, pero lo interrumpí.
—¿Estás dudando de mis decisiones?
—No, señor.
—Entonces hazlo ya.
Rodrigo asintió, y yo me dejé caer en mi silla, mirando por la ventana. Esta vez, esa mujer y yo tendríamos un enfrentamiento cara a cara. Y yo pensaba ganar.