—¡Hey Josh! —dijo mi madre después de entrar en mi habitación sin tocar, ni preguntar, ni nada. Así era ella, siempre a la espera de sorprendernos en algo que fuera en contra de las buenas costumbres. Al menos eso pensaba yo, o quien sabe, quizás fuera que no le gustaba esperar a que le abriéramos la puerta. A decir verdad, tampoco es que a ninguno de nosotros nos importase mucho, lo que si me importaba era el hecho de que como mis hermanos ya se habían mudado a otras ciudades o estados cada vez que mamá entraba como un tornado a mi habitación por las mañanas se daba a la tarea de abrir todas y cada una de las cortinas de las ventanas dejando entrar así tanta luz solar como para matar al mismísimo conde Drácula en persona—. Josh, hijo, despierta. Qué acaso no ves que ya es demasiado tarde.
Aun tratando que mis ojos no se derritieran por lo molesto de la luz del sol busqué a tientas el reloj despertador que tenía a un lado en la pequeña mesita junto a mi cama.
—¡Mamá por todos los cielos! —exclamé irritado mientras me echaba una manta sobre la cabeza—. Aún no son ni las ocho de la mañana.
Ella se paró en frente de la cama y le dio un tirón a mi manta. Aquello me parecía infantil, pero aun así me aferré a ella como si fuera un salvavidas y yo estuviera perdido en altamar. Ella soltó la manta y yo volví a envolverme en ella como si fuera mi crisálida personal. La mayoría de las mañanas era lo mismo.
—Josh levántate necesito que salgas a la tienda por unas cosas.
—Deja veo mi agenda —gruñí cansadamente.
—Levántate —me urgió con más ahínco—. Estoy cocinando y no puedo salir ahora mismo, por eso necesito que tu compres por mí —ella al notar mi poco entusiasmo añadió: —. Tu hermano vendrá con su esposa a par el fin de semana y necesito realmente que el almuerzo esté listo antes de que ellos estén aquí.
—¿Michael vendrá? —pregunté muy interesado.
Ahora les explico... nuestra familia estaba compuesta por tan solo cuatro miembros (antes éramos cinco, pero esa parte es para más adelante), mi madre siempre había echo todo lo posible por cuidarnos y salir adelante. Yo era el menor de tres hermanos y el único que aún vivía en casa con nuestra madre. Michael era el hermano mayor. Todo un toro salvaje, tenía treinta y seis años y ya había terminado con esa su carrera en la marina cuando conoció a la que ahora es su esposa, la brillante Tracy. Ella era mujer muy linda, nunca había tenido problemas con ella ya que era muy educada y cariñosa, rasgo que no compartía con mi hermano que era tan rudo como el ejército se lo había permitido. Ellos no venían de visitas muy a menudo, pero creo que el hecho de que mi cuñada estuviera embarazada pudo ser una de las razones para su visita. El hermano del medio se llama Thomas, pero siempre le hemos dicho Tommy. Él desde muy joven se fue de la casa a buscar su propia suerte y han sido pocas las ocasiones en las que ha regresado para visitarnos. Siempre manda alguna postal como solía hacerse, muy a la antigua. Mi madre siempre está constantemente revisando en su perfil en línea para así ver todas las publicaciones hechas por Tommy y conocer un poco mejor el rumbo de su vida.
—Levántate —dijo mi madre por quien sabe qué vez—. Tengo la lista de las cosas que me traerás en la cocina.
Yo me levanté realmente sin muchas ganas de hacerlo. Técnicamente me encontraba en un año sabático que ya estaba durando casi dos y medio. La escuela había sido fácil, tuve amigos, novias, pero nada trascendental, recuerdo haberle dicho a mi madre sobre la posibilidad de tomar un respiro el cual ella pareció aceptar muy plácidamente, pero lo que en un principio habían sido planes de un año ahora se convirtieron en unas vacaciones con rumbo incierto. Era algo que no podía explicar.
Tomé de un montón de ropa que había en una esquina una camiseta que no oliera mal, encontré también unos pantalones cortos y mis zapatillas deportivas. Mi cabello era todo un lio, era un enmarañamiento donde cada mechón apuntaba en una dirección, no podía hacer mucho allí así que simplemente lo dejé así. Cuando bajé a la cocina mi madre casi cantó como en un coro de ángeles y no es que fuera así de molesta siempre, para nada (en parte). Gran parte de su emoción se debía al hecho de que mi hermano estaría allí con ella en unos instantes. Ella me entregó la lista de las compras y me despidió cuanto antes. Tomé las llaves de la camioneta del aparador y salí de allí.
Yo amaba mi camioneta. Era la herencia que nunca pedí de mi padre. Se trataba de una vieja Ford F 100 modelo 1955 de color negro mate. Consumía combustible como una bendita, pero si tenía un mal día podía estrellarla contra cualquier cosa y resultaría intacta, solo tendría que preocuparme por simples rasguños. El interior era de piel, muy sobrio y sencillo, justo como a mí me gustaba. Encendí el motor y este me dio la bienvenida con un estruendo ensordecedor que podía escucharse casi en toda la calle. Puse un CD de una de esas nuevas bandas punk que estaban de moda en el reproductor y salí de revesa del garaje. Como nuestra casa estaba en los suburbios tuve que la autopista para ir a la ciudad. El camino hacia la ciudad me resultó sin contratiempos y como anduve a una buena velocidad estuve estacionando frente a la tienda en menos tiempo del que había calculado. Al salir cuidé en no rayar la pintura de un Toyota nuevo del cual me había estacionado más cerca de lo que imaginaba, pude entrar al auto nuevamente y así estacionarlo de una mejor manera, pero se me hacía demasiado fastidioso. Me acomodé las gafas de sol y entré a la tienda. Tomé mi carrito de supermercado y empecé a vagar dentro de la tienda mirando lánguidamente los estantes en busca de mis cosas; no les mentiré, me sentía timado, si me sentía a gusto con la visita de mi hermano, pero odiaba salir de casa a esas horas. Fácilmente mi madre pudo mandarnos a la tienda en cualquier otro momento del día, pero siempre había sentido la necesidad de que Michael viera que tenía todo perfectamente bajo control, incluso si con eso se llevaba mi sueño por delante como un toro en una corrida. Mientras yo divagaba en mi mente no reparé en la chica que cruzaba junto a mi hasta que fue demasiado tarde.