La despedida

Capitulo 2 - La mesa de la discordia

Cuando aquellos ojos verdes se fijaron en mí sentí un estremecimiento desagradable en mi estómago. Ella al mirarme (y reconocerme, claro está) frunció el ceño y la que para ese entonces era una mirada de sorpresa se convirtió en una mirada de amargura.

—Creo que perdí el apetito —masculló para luego hundir la mirada nuevamente en el menú. Para agradecer a mi mala suerte aquella era mi mesa, por esa razón tenía la obligación de esperar allí, junto a ellos hasta que el pedido estuviera completo, sin importar las ganas que tenía de desaparecer de ese lugar.

El joven rubio que se encontraba sentado al lado de Mara (si mal no recuerdo ese era su nombre) la miró con condescendencia mientras ponía su mano afectuosamente sobre la mano de la chica.

—¿Estás bien? —preguntó con preocupación.

Noté como ella ligeramente se crispó con incomodidad en su asiento al momento que la mano de aquel chico estuvo sobre la suya. El hombre mayor se restableció en su asiento y dijo:

—Traiga una pieza de pollo rebozado y una porción de ensalada para mi hija. Si mal no recuerdo ella ama esa comida.

Sin necesidad de que lo repitiera dos veces yo anoté todo lo dicho en mi pequeña libreta y después de una leve inclinación de cabeza me marché de allí. No estoy seguro pero podría jurar que sentí como si alguien me miraba fijamente mientras caminaba de regreso a la cocina.

En un santiamén estuve en la cocina. El lugar estaba caliente y alborotado, justo como estaba siempre, me dirigí hasta el jefe de pedidos y le entregué los pedidos de las mesas a mi cargo aún con la incertidumbre invadiendo mis sentidos. No entendía la razón para sentirme vulnerable, inclusive algo culpable; miré por la pequeña ventanilla que daba al salón donde los comensales disfrutaban de la noche y busqué con la mirada la mesa en la que estaba aquella chica. Todos se veían contentos mientras hablaban de algo, las dos parejas de mayor edad charlaban a gusto entre ellos, seguramente hablaban de las banalidades que suelen hablar los ricos. Enfoqué mis ojos con curiosidad en el chico que estaba al lado de la rubia; no se trataba de alguien particularmente exótico físicamente hablando, más bien era como cualquier chico rubio con dinero que pudieras encontrarte en un club, eso lo sabía porque vestía bien, digo, se notaba que su ropa era de calidad y su reloj probablemente era original, incluso brillaba como todo un reloj original. Sí, todo un niño rico, y demonios, debía estar muy enamorado de la chica porque se notaba en todo su lenguaje corporal que quería llamar su atención, quería que ella lo mirara, pero la chica parecía estar dándole un camión entero de calabazas. Eso era lo malo con las chicas lindas, nunca sienten que nada es suficiente para ellas

—¿A quién espías? —me preguntó Val, una de mis amigas meseras.

—A nadie —le respondí evadiendo la verdad con todas mis fuerzas—. Solo estoy asegurándome de que mis comensales estén bien.

—¿Por qué lo harías?

—Porque amo mi trabajo.

—Patrañas —me escupió a la cara.

Ella se acercó a mí y miró por la pequeña ventana de servicio. Para poder echar un vistazo Val tuvo que pegarse a mí como si fuera una calcomanía. Podía sentir su respiración y los latidos de su corazón. Ella tenía sus manos en mi pecho y a esa distancia casi podíamos compartir el aliento.

—Son ricos —observó ella con naturalidad. Yo volví a la tierra y miré también por la ventanilla.

—Si, eso me pareció.

—La chica es linda —mencionó mientras me lanzaba una mirada pícara.

—Y un completo dolor en el trasero —murmuré frunciendo el ceño. Ella me miró con la incertidumbre tatuada en su mirada—. No es nada trascendental, la conocí hoy en una tienda… Podría decirse que no empezamos con buen pie.

Val volvió a mirar.

—Parece incómoda.

—Claro que debe estarlo, ella me reconoció —murmuré mirando también—. Seguramente le ha molestado verme aquí y orinarme en su velada romántica.

—No —dijo sin quitar los ojos de la ventana—, está incómoda con la gente en su mesa.

Mientras hablamos el supervisor de pedidos se nos acercó y nos llamó la atención, los pedidos estaban listos desde hacía unos cuantos minutos y aún no habían salido. Val y yo nos separamos, tomamos nuestros platos y salimos cada uno a cubrir nuestras respectivas mesas. Yo iba y venía y aunque no pretendía hacerlo siempre me sorprendía echándole miradas furtivas a la mesa de la rubia. Ellos charlaban y charlaban, pero ella parecía muy poco complacida de unirse a la conversación. Quién sabe, tal vez Val tenía razón.

Yo me dirigí nuevamente a aquella mesa con mi carrito lleno con los platillos que habían ordenado los allí presentes. La chica, Mara, me miró nuevamente y esta vez lo hacía con curiosidad, había notado que sus ojos estaban menos agrios que cuando le tomé el pedido hacia tan solo unos minutos atrás. Aquello era una buena señal… tregua.

Mientras me concentraba en poner los platos en la mesa no pude evitar escuchar un poco de la conversación, tampoco es fueran los archivos secretos X, no era nada importante, solo hablaban de política y negocios. Esa era la regla, con los viejos ricos siempre era así, política y negocios. La señoras por su parte hablaban plácidamente con el señorito rubio que no dejaba de coquetearle con la mirada a Mara la cual noté que sonreía con educación. Tal vez más educación que cariño.

—¿Se les ofrece algo más? —pregunté educadamente.

—Creo que por ahora estamos bien —dijo el otro sujeto, el que hablaba con el viejo elegante.

Yo volví a asentí y me dispuse a marchar cuando escuché su voz.

—A decir verdad —dijo la chica rubia—, me gustaría escuchar su opinión en algo.

Yo volteé con educación.

—¿Si?

—Es usted alguien educado —dijo la chica.

—Encantadoramente educado —corrigió una de las señoras.

—Si —dijo Mara con una sonrisa condescendiente—. Hoy me topé con un chico desagradable, precisamente se lo contaba a mi madre —ella señaló a la mujer a su derecha—. Nunca nos habíamos cruzado en la vida y aún así se portó como un idiota ¿A que se debe semejante comportamiento?




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