La despedida

Capítulo 7 - Locura en el aire

—Su novio —dije arrastrando las palabras mientras pretendía asimilar toda aquella situación.

El joven rubio se irguió orgullosamente allí donde estaba.

—¿Estuvo ella aquí?

Yo aclaré mi garganta y luego recordé mis principios antes de responder.

—No lo sé viejo —comenté levantando los hombros con desenfado—. Yo recibo mucha gente aquí en mi casa.

Él me miró con ácido en sus ojos.

—Amigo solamente te estoy haciendo una pregunta con suma educación —dijo—. No te cuesta nada responder y ya. A no ser que ocultes algo.

Yo lo miré algo estupefacto.

—¿Qué yo oculte algo? —dije haciéndome un poco el ofendido—. ¿Y tú quién eres la policía? —entonces di un paso al frente como un bravucón—. No tengo que estar aquí, en mi día libre siendo interrogado por el típico príncipe de la secundaria porque no sabe dónde dejó a su novia.

El chico estaba rojo, yo esperaba que fuera de vergüenza y no de ira porque una vez frente a frente lo noté en una condición física un tanto competente a la hora de conflictos.

—Vine aquí sin ánimos de ofender —dijo entre dientes.

—Y yo sin ánimos de ser ofendido —le respondí aún sin bajarle a mis ironías.

—Solo quiero saber una sola cosa y es todo, me iré y no regresaré —yo crucé los brazos sobre mi pecho tratando de parecer intimidante, entonces asentí—. Bien… Esta chica y yo hemos tenido ciertas dificultades y quisiera saber si hay algo entre ustedes para poder apartarme.

Yo lo miré realmente atónito de que me estuviera diciendo aquello. ¿Acaso sería yo tan suertudo como para que me estuviera pasando aquello? Si había algo que me entusiasmaba era el tener la vía libre con Mara, y aún cuando lo nuestro pareciera inalcanzable uno podía permitirse soñar. Entonces sí, lo admito, por supuesto que le dije que Mara y yo habíamos quedado de acuerdo en empezar una relación sentimental, pero iríamos de espacio hasta que ella encontrara la forma de decírselo sin herir sus sentimientos. Sí, se que mentí y fui un bastardo, pero realmente la cara de ese estirado chiquillo rubio valió cada centavo de la entrada, pero no contaba con que lo último que recordaría de aquella conversación sería un enorme derechazo dirigiéndose directo hacia mi cara y entonces todo oscureció.

Me levanté y miré con dificultad a mi alrededor, no había nadie más que unas aves trinando en un arbusto cercano y un par de ardillas corriendo por el jardín. Yo estaba tirado en el piso del porche con un dolor punzante en mi cabeza, más específicamente en mi ojo izquierdo. Entré en mi casa y fui al refrigerador, tomé un pedazo de carne del congelador y lo puse sobre mi ojo. Era realmente un tonto, ¿Cómo se me ocurría lucirme frente al novio de una chica y estar con la guardia baja? Gracias a Dios y fue solo un golpe en la cara y no algo mucho peor como una cuchillada en el estómago como solía hacerce en la antigüedad.

Mientras estaba allí sentado con aquel filete en mi cara escuché la puerta abrirse. Mi madre entró hablando por teléfono animadamente, ella paseó por la sala mientras la escuchaba hablar de niños y cosas por el estilo y no fue hasta que entró a la cocina y me vió con aquel pedazo de carne en la cara no fue que dejó el teléfono. Ella se sorprendió mucho, y cómo la gran mayoría de las madre se sobrepreocupó de aquel incidente. Yo por mi parte le dije que había sido alguna especie de broma de adolescentes, que habían tocado el timbre y me habían golpeado para entrar a una mugrosa fraternidad. Ella continuó preocupada por la inseguridad y cosas así y yo me concentre en cualquier otra cosa ya que era realmente molesto escucharla pelear por nada.

Me dirigí hacia mi habitación, apagué todas la luces, bajé las cortinas y me tumbé sobre mi cama tratando de sumergirme en la tranquilidad del silencio. Quería dormir. Entonces de la nada y justo cuando estaba por conciliar el sueño mi teléfono comenzó a sonar como loco, lo saqué del bolsillo de mi pantalón y miré que se traba de Val.

—Hey —dije a modo de saludo.

—¿Qué haces guapo?

—Tratando de dormir un rato.

—¿De verdad vas a pasar tu día libre durmiendo solo en tu casa?

—Es exactamente lo tenía planeado para hoy —murmuré con pereza—, pero al parecer se me ha hecho algo díficil.

—¿Por qué? —preguntó entusiasmada—. ¿Quieres salir?

—No —respondí tajante—. Se me ha hecho díficil porque todo mundo me interrumpe el sueño.

—Eres un idiota —yo me reí, cosa que a ella le hizo resolplar del otro lado del auricular.

—¿Por qué estás tan persistente con sacarme de casa? —ella se mantuvo en silencio—. Val, dime…

—¡Bien! —gritó frustrada—. Es que hoy me plantaron.

—¿Qué?

—Que me dejaron plantada y ya estaba planeado lo de ir al club a pasar la noche bailando.

—Y por eso me llamaste —señalé atando todos los cabos sueltos—. Soy las sobras.

—¡Vamos Josh! —dijo suplicante—. Por favor vamos al club…

—No.

Entonces colgué el teléfono y volví a cerrar mis ojos. Pasaron varios minutos antes de que mi teléfono volviera a sonar, esta vez era un mensaje de Val. Miré la pantalla y sonreí al ver lo que decía. “Aguafiestas”. Metí el teléfono debajo de la almohada, el único lugar donde de seguro no lo escucharía sonar y procedí nuevamente a dormir… Tal vez la tercera sea la vencida.

Dormí plácidamente un tiempo considerable, pero mi sueño fue interrumpido cuando me despertaron unos ruidos extraños en la ventana de mi habitación. Me levanté a regañadientes ya que no podía dejar las cosas así. Cuando abrí la ventana una pequeña roca casi me dio de lleno en la frente. Miré hacia la calle y me encontré con que Val y Carlos estaban en la calle muy sonrientes, y al parecer algo tomados. Ellos me hicieron señas para que los acompañara, yo sabía muy bien que si no bajaba y abría la puerta ellos buscarían la forma de de llamar la atención y no me apetecía ganarme un sermón de ninguno de mis vecinos así que bajé. Mientras bajaba la escaleras en silencio le eché un vistazo a la puerta de mi madre, la cual estaba cerrada. Ella era alguien realmente asustadiza y si la despertaban por la noche seguramente pensaría lo peor y al darse cuenta de que solo eran los chicos estaría todo el rato muy irritada. Cuando estuve en la sala tuve un poco más de confianza y pude andar sin tanto sigilo, tomé las llaves de la casa del lugar donde siempre las dejábamos y salí. Val y Carlos estaban muy tranquilos mientras fumaban sentados en la acera, al mirarme ambos sonrieron dejando en evidencia lo mucho que les gustaba haberse salido con la suya.




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