La detective sin ataduras

Capitulo 1: Del comienzo hasta el olvido

Una chica se encontraba preparando el desayuno en su cocina, la cual consistía de varios mesones incrustados a la pared, una estufa y un fregadero con algunas repisas. Todo lo anterior estaba manchado con salsas, grasas, entre otras cosas. La persona que se encontraba cocinando era una chica de baja estatura y de cuerpo desgarbado con cabello negro, pero que parecía que recién se levantó de la cama y piel de tez blanca. Sus ojos ambarinos brillaban bajo la luz de la ventana que tenía delante suyo, reflejando una felicidad y emoción incontenible. Llevaba un abrigo café que le llegaba hasta los tobillos, abierto sobre una camiseta de manga corta roja. Su jean azul, semiajustado, y unas botas cafés.

—Taro, baja que ya estoy haciendo el desayuno —decía la chica mientras apagaba el fogón de la estufa e iba sirviendo lo que quedaba de unos huevos que cocinó en dos platos.

De repente, unos pasos apresurados resonaron en la escalera. Un instante después, la puerta de la cocina se abrió de una patada, revelando a un chico de mirada intensa y cuerpo esbelto. Sus ojos morados destellaban con energía bajo su flequillo desfilado de color rubio ceniza. Su piel morena contrastaba con la camiseta negra sin mangas que llevaba, marcada por una gran 'X' roja que abarcaba todo el pecho. Unos pantalones bombachos azules le daban un aire despreocupado, mientras que sus tenis negros apenas amortiguaban la fuerte patada que el chico lanzó.

Sin embargo, lo más llamativo eran sus manos: en el centro de cada palma, dos agujeros perfectamente circulares atravesaban la carne con una precisión inquietante. Sobre su hombro izquierdo colgaban dos mochilas.

—Re-vol-ver —tartamudeaba el chico mientras se acercaba a la chica.

—Taro, déjame desayunar en paz —reclamaba la chica llamada Revolver mientras giraba la cabeza con una mirada de curiosidad hacia el chico llamado Taro.

—Has visto... el reloj.

—No, pero cuando desperté apenas salía el sol.

—Pues... son las ocho de la mañana.

—Y eso que

—Significa que vamos tarde a la escuela.

—aaaaah... ¿¡VAMOS TARDE?!

—Efectivamente.

—Entonces, ¿cómo vam...

—No hay momento para explicaciones, es hora de correr —interrumpió Taro a Revolver mientras abría la ventana con una mano y con la otra agarraba del cuello del abrigo de Revolver.

—¿Qué vas a hacer? —inquiría Revolver mientras Taro ya la estaba levantando.

A Taro se le dibujaría una sonrisa mientras de su cuerpo empezaban a brotar sus venas en los brazos, continuando con un grito: —¡SI SE PUEDE!

Es entonces que Taro pegaría un salto llevándose consigo a Revolver, llegando a estar a una cantidad impresionante de metros sobre el pueblo en el que el dúo está, mientras Revolver se comienza a marear; señal de esto, sus pupilas que daban vueltas sobre sus globos oculares.

Es entonces que la gravedad hace su trabajo y provoca que los dos jóvenes comiencen a descender hasta que cayeran justo a las afueras del pueblo, el cual estaba rodeado de árboles de gran tamaño y con una gran cantidad de vegetación. Es entonces que Revolver, al regresar en sí, se da cuenta de que Taro ya estaba dentro del bosque corriendo sin cesar, derramando una gran cantidad de sudor.

—¿Qué es eso? —expresaría Revolver mientras pasaba su mano al lado de su oreja.

Taro, ya cansado y empezando a sudar a mares, con la voz corta preguntaría: —¿Qué cosa?

Revolver señalaría hacia unas montañas y Taro, al también mirar a su lado, vería a la distancia en unas colinas unos tres destellos provenientes. Taro giraría lentamente su cabeza hacia adelante mientras sostenía en su rostro una expresión de terror y comenzando a andar disimuladamente mientras Revolver miraba a Taro con extrañeza.

Pero en ese momento una bala impactaría justamente en el árbol que tenía un poco más adelante y, antes de que pudiera hacer algo, le empieza a caer la balacera al dúo. Debido a esto, Taro comenzara a correr otra vez con todas sus fuerzas mientras le rosaban las balas sin llegar a herirlo.

Taro siguió corriendo hasta que soltó a Revolver para después sacar del bolsillo de su pantalón unos clavos, los cuales arrojó por el agujero de su mano hacia el cielo y, al atravesar totalmente la mano de Taro, los clavos aumentarían varias veces su tamaño hasta llegar a medir más que los árboles y destruyendo a los mismos.

Taro y Revolver, aprovechando la situación, se escabullirían corriendo hasta salir del bosque y toparse con un edificio hecho a partir de ladrillos y con ventanales en cada piso. Es entonces que Revolver, al ver a través de uno de los ventanales de la primera planta, vería que el reloj marca las 7 a. m. Al ver la hora, Revolver, en un arranque de ira, le patearía la tibia a Taro, el cual, al sentir el dolor, se estremecería y se arrodillaría para sobarse la pierna.

—¿Por qué me pateas? —cuestionaría Taro indignado mientras aprieta los dientes y se continúa sobando la tibia.

—Eres un mentiroso —exclamaría Revolver mientras apuntaba con enojo el reloj del edificio.

Al admirar el reloj por algunos segundos, Taro se agacharía dándose cuenta de su error para al instante siguiente confesar: —Se me olvidó que el horario de verano en Estados Unidos es distinto.

—Ahora... ¿Qué hacemos?

—Pues si vamos al bosque, los vigilantes nos van a dejar con más agujeros que el techo nuestro.

—Bueno, podríamos entrar a la escuela.

—¿Qué?

—Sísime arruinaste mi delicioso desayuno.

Taro levantaría el rostro con una sonrisa relajada para luego decir: —Esa vaina me iba a dar 10 tipos de infecciones en el estómago, además de quitarme las pupilas gustativas con un toque de hepatitis B.

Revolver le daría otra patada en la misma tibia, causando que Taro —como decía—, si me dañaste la mañana, al menos podríamos ver cómo es la escuela sin personas.

Revolver comenzaría a andar hacia la puerta de entrada, siendo seguida por Taro, el cual iba cojeando por las patadas que Revolver le dio. Esta última al llegar a la entrada de la escuela y con tan solo un simple empujón, Revolver conseguiría abrir la puerta sin problemas para luego entrar junto a Taro.




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