La Dinastía de las sombras

Caibidil (III)

"Lo prometo, hoy y siempre pequeña Loba"

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Lidisette

Mi único deseo profundo es que quiero matarlo, no. Quiero hacerlo sufrir, quiero mi maldita venganza. Él saca su espada y la guardia detrás de mí avanza cuando doy la orden con mi aullido.

Papá observa. Asiente. Papá también quiere venganza y desde lejos siento que susurra:

—Ahora estás al mando, hija mía.

Me abalanzo sobre Edmund. Él me corretea con su espada dorada en mi lomo. Le muerdo la mano y grita, yo gruño. Los demás alrededor observan, apostando quién ganará.

El sangrante me mira con odio, odio puro, igual que yo. Lo derribo y quedo sobre Edmund. Gruño en su cara y él me corta con un cuchillo. Vuelvo a mi forma humana, dando unos pasos atrás. Mi vestido está destrozado por la transformación, pero al menos cubre suficientemente mi cuerpo.

—Morirás y gritarás y sufrirás por lo que has hecho —grito.

—YO NO LO HICE —me grita en la puta cara. No le creo, no tengo razones para creerle. El odio entre nuestras familias existe desde hace años.

—Tú serviste el vino, y solo Lock murió, maldito idiota. Sabías lo que hacías —pronuncio cada palabra con todo mi dolor y enojo, pero no lloraría. No frente a él—. Y morirás por ello —advertí antes de lanzar mi cuchillo directo a su estómago.

Un grito que revolvió el enorme salón se escuchó al caer sobre el suelo.

De la nada, las luces se apagaron y todo se sumió en oscuridad. La Raina Madrith apareció entre el Ángel y yo.

—¿Felices del caos y espectáculo que han dado? —pronunció con un tono amenazador. Luego encendió las luces y sanó las heridas de ambos.

Antes de inclinarme ante ella, imploro:

—La dinastía Scane merece justicia, majestad.

—Mató a mi primo, nuestro líder, nuestro... alfa —explico. Ella solo observa el lugar y a ambos.

—No, no lo hice —susurra el Ángel arrodillado frente a la Raina Madrith.

—¡BASTA DE HABLAR! —ordena con un tono atemorizador y duro—. Todos fuera del salón, preparen carruajes y salgan de mi castillo al amanecer... o... mueran —finalizó con una sonrisa amenazadora.

Asiento y comienzo a ponerme de pie sin perder de vista al ángel. Él me devuelve la mirada. Doy media vuelta y aparecen Storm y la Raina Beatrix.

—Ustedes se quedarán —nos advierten a ambos.

—Síganos, líderes —nos pide la Raina Madrith.

Empezamos a seguirla y Edmund se pone a mi lado. Le gruño y él da un paso atrás, manteniendo la distancia.

—Mac tíre bómánta —susurra acercándose y luego retrocede sin quitarme los ojos de encima.

No entiendo lo que dice, pero estoy segura de que me está insultando, así que lo golpeo con el pie haciéndolo tropezar.

La Raina Madrith nos observa sin parar de caminar. Bajamos las escaleras hasta que unos pasadizos en medio del camino aparecen. Seguimos por unos caminos de piedra y tierra que al parecer llevaban años sin pisarse. Hay millones de inscripciones en la pared y símbolos, todo lleno de telarañas y polvo. La Raina frena en seco y Edmund choca conmigo. Ella nos mira y luego sube su rostro; sus ojos se vuelven blancos.

—Protéjanlos —exige mirando a Storm y Beatrix.

—La veremos allí, Madrama —asienten ambas.

Un golpe, un giro y Edmund cae.
Un golpe, yo caigo y solo veo oscuridad.

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Mis sollozos llenan el espacio, y la figura de mi madre se alza ante mí. Su mirada está llena de orgullo, como si supiera que estoy destinada a algo más grande. Mi voz tiembla al preguntar si estoy muerta, y ella responde con una palabra inusual: Laolach.

—No olvides que eres y serás Laolach —dice, su sonrisa enigmática.

La luz que me envuelve se intensifica, y siento que algo antiguo y poderoso fluye a través de mí. No entiendo el significado de esa palabra. Desaparece en la luz y solo veo un destello blanco.

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Me despierto gritando, llamando a mi madre. Storm me ayuda a ponerme de pie. Estamos en una sala que parece subterránea, con paredes de tierra húmeda y plantas floreciendo en las raíces.

El ángel, Edmund, está sentado en una silla junto a Raina Beatrix, sosteniendo un pergamino en su mano. Miro a Storm.

—¿Qué sucede, Mi Raina? ¿Dónde estamos y la...? —intento preguntar, pero ella me interrumpe.

—Ella está bien, custodiando la entrada. Edmund no asesinó a Lock. Fue alguien más, alguien que conoce de venenos y magia negra, alguien que nos conoce a cada ser de este mundo y del natural —explica Storm. Mi cabeza da vueltas y aún no entiendo qué está pasando.

El ángel interviene desde el otro lado de la sala:

—Te lo dije.

—Eso no quita que sigas siendo un imbécil y te siga odiando —le respondo con desprecio.

—Créeme, el odio es mutuo, más ahora que nos obligan a pasar más tiempo juntos —dice sin mirarme.

—¿A qué te...? ¿A qué se refiere? —pregunto a Storm.

Ella suspira y agarra mi mano. Parece nerviosa, algo que nunca había visto en ella.

—Hace años, antes de que las 5 Grandes y la Raina Madrith formaran el pacto, las dinastías vivían en guerra. Existía un mal llamado "zors", sombras más peligrosas que incluso los demonios temían. Podían convertir las sombras en personas reales, idénticas a otros. El mundo no mágico estaba en peligro, y nosotros también. El líder de los zors se llamaba Zorvathark, y era aprendiz de la Raina Madrith.

Ella lo crió como a un hijo, y desde niño practicó la magia. Pero anhelaba más poder y conocimiento, así que conjuró algo que nunca debía existir: magia negra, ofreciendo la sangre de los 5 al sagrado libro, El Aldorath. El libro les ofreció las sombras a cambio de la sangre. Engañó a cada uno de ellos y se convirtió en la persona más poderosa de todos los reinos y mundos. Sin embargo, le costó su alma. Aunque tenía poder, ya no era humano, solo oscuridad.




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