La Dinastía de las sombras

Caibidil (VI)

Pequeña loba... laolach... — La voz susurrante de nuevo.

— ¿Quién eres? — demandé.

— Lo sabrás... tarde o temprano, mi... — Todo se oscureció.

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Lidisette

Abrí los ojos y nos encontramos en otra habitación, esta vez iluminada por la suave luz que se filtraba a través de las ventanas. El lugar estaba impregnado de un aura misteriosa; un escritorio antiguo abarrotado de tomos en una lengua antigua ocupaba un rincón oscuro, sus páginas amarillentas y gastadas parecían susurrar antiguos secretos. La madera desgastada del escritorio mostraba signos de edad y uso, como si hubiera sido testigo de innumerables historias a lo largo del tiempo.

Una silla roja, adornada con intrincados símbolos de madera tallada a mano a lo largo de sus reposabrazos, se erguía junto al escritorio. Cada símbolo parecía tener su propia historia, grabada con habilidad por manos expertas hace mucho tiempo. La silla emitía un aura de poder y autoridad.

En los estantes, pequeñas pociones titilaban con colores vivos, cada una conteniendo su propio secreto. Algunas emanaban un brillo suave y tranquilizador, mientras que otras destellaban con una intensidad inquietante. El aire estaba impregnado con el aroma de hierbas y especias, mezclado con el zumbido sutil de la magia que fluía a través de la habitación.

Mis ojos se desviaron hacia la ventana, dejando que los rayos del sol acariciaran mi piel. El cristal estaba tallado con intrincados diseños que bailaban con la luz del sol, proyectando sombras danzantes en las paredes. Afuera, el paisaje cambiaba con cada respiración del viento, los árboles se mecían suavemente bajo su influencia, mientras las hojas danzaban en un torbellino de colores otoñales, mi unico deseo era salir entre la naturaleza a correr y que el viento hiciera bailar mi pelaje plateado de loba bajo rayos de sol.

No podía discernir cuánto tiempo había transcurrido desde el Festival Caldwell. Edmund también se encontraba absorto en la luz del día, su rostro bañado por los rayos dorados del sol. Los pequeños haces de luminosidad parecían darle un aura de tranquilidad y determinación.

— Han pasado dos días desde el juramento — una voz nos sacó de nuestros pensamientos, y nos giramos rápidamente.

La Madrith estaba sentada en la silla, como si hubiera aparecido allí por arte de magia. Su presencia llenaba la habitación, como si estuviera en perfecta armonía con el entorno que la rodeaba.

— ¿Y mi gente? — pregunté, consciente de que, aunque aún no había sido oficialmente nombrada líder, estaba destinada a ser su alfa.

— La Rayna Storm se encargará de que tu padre maneje todo en tu prolongada ausencia — su voz resonaba con una mezcla de serenidad y determinación, como si estuviera preparada para enfrentar cualquier desafío que se presentara.

— ¿Prolongada ausencia? — interrumpió Edmund, su ceño fruncido en confusión.

— Tomen esto — nos entregó una sustancia con cautela —. Únicamente úsenlo en caso de un verdadero peligro, no para heridas... solo si están en PELIGRO — enfatizó la última palabra con firmeza, mientras yo guardaba el objeto en el bolsillo de mi vestido.

— Este es un mapa. Como sabrán, vuestros destinos están entrelazados. Aunque no estén completamente preparados, al menos ya no se gruñen entre ustedes — intercambiamos miradas con Edmund, cargadas de odio —. Mañana, al alba, comienza el ciclo lunar de 42 días. Ese será vuestro plazo, y solamente ese, o nos condenarán a todos.

— ¿Por qué nosotros? ¿Y qué se supone que debemos hacer? — pregunté, ansiosa por respuestas. La Raina Madrith pareció irritada ante mi interrupción, pero continuó con su relato.

— Años atrás, cuando vuestros ancestros forjaron un pacto junto a mí, dos líderes previeron un plan de emergencia. Odne y Sillyk crearon esto en caso de que los Zors y su líder regresaran. Ambos establecieron un santuario donde la magia oscura no pudiera penetrar. En su centro, una piedra y un símbolo se alzan. No puedo describirlos; los reconocerán cuando los vean. La piedra contendrá la magia oscura e incluso destruirá a Zorvathark. Pero deben saber que, una vez que se complete el ciclo, será demasiado tarde para salvar nuestro mundo y el mundano. Nos sumergiríamos en una oscuridad eterna. No será fácil; muchos conocen de esta piedra y buscarán su ubicación. Los perseguirán y tratarán de matarlos a ambos. Por eso, deben cuidarse el uno al otro, pues si uno cae, ambos lo harán... a menos que sean... — sus palabras se detuvieron repentinamente —... no importa, no es posible...

— ¿Qué no es posible? — preguntó Edmund, con una mirada de curiosidad en sus ojos.

— No importa... solo obedezcan y no mueran.

— ¿Y si nos negamos? ¿Y si yo me niego? — pregunté, sintiendo una aversión creciente hacia la tarea que se nos encomendaba, especialmente hacia el hecho de tener que hacerla con él. Ni siquiera mi manada estaría de acuerdo con esto.

— Entonces, todos pereceremos — declaró ella —. Tu tío fue asesinado porque lo consideraron el último alfa Scane. Nunca imaginaron que existía otro frente a sus narices. Si no lo hacen por el bien del mundo, háganlo por él. ¿Buscabas venganza, loba? Esta es tu oportunidad. — Tenía razón. Miré al ángel; su semblante reflejaba confusión, pero sabía que, por su honor, haría lo que fuera que la Raina Madrith ordenara.

— Bien — asentí, con una mezcla de determinación y resignación.

— Bien — y con esas palabras, ella hizo un gesto y nos encontramos en medio del bosque, frente al velo. Edmund Me miro con asombro y sorpresa. -Tus ojos Mac Tíre

— ¿Qué? ¿Qué tienen...? —

— Son... marrones... no amarillos, Mac Tíre — y al parecer nuestra ropa tambien ah cambiado — Dijo, al mirarnos note un cambio sutil pero significativo en nuestra apariencia. Ya no llevábamos nuestras prendas, sino que estábamos vestidos con ropa más mundana. Me encontraba enfundada en unos jeans negros ajustados y una remera plateada y blanca que contrastaba con mi cabello blanco, el cual estaba cubierto por una capa que se extendía hasta mi espalda. En mi cinturón, llevaba los objetos que la Raina Madrith nos había entregado: el líquido, el mapa y cada uno de mis cuchillos, todos cuidadosamente ocultos bajo la capa.




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