La Dinastía de las sombras

Caibidil (VIII)

-Hija NO- LO- ESCUCHES- Asusta puedo esuchar a mi madre gritando

-Mama? a quien?- Pregunte con duda y miedo, y luego una voz, ESA voz me volvio a susurrar como en sueños anteriores

-Mi pequeño torbellino, mi alfa, ven... sigueme a mi.. mi lidisette...lidi...

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Lidisette

Desperte, el tirando de mi brazo con fuerza. "Cinco minutos más" le pedi, volvió a tirar de mi brazo obligándome a sentarme. Abrí mis ojos y me hizo una señal de silencio, así que hablé en susurros. 

- ¿Qué sucede? - pregunté. Aun seguia preguntadome si mama me advertia sobre Edmund o sobre alguien mas

- SHH - me exigió.

Habíamos llegado a Chicago hace cuatro días, pero habíamos pasado dos días y medio en el bosque después de abandonar la cabaña de la madre de demonios. Casi no nos habíamos dirigido la palabra, y cuando lo hacíamos, siempre terminábamos discutiendo por cualquier cosa. Seguimos el camino tal como estaba indicado. Nuestra comida se había limitado a pescado o algo que pudiéramos cazar fácilmente. Me había ofrecido a convertirme para buscar algún ciervo, pero él me lo negó con la excusa de que podrían rastrear la magia, ya sean cazadores o zors. Yo le hice caso, no sin antes oponerme y discutir con él. Creía que él era el líder, que podía tomar todas las decisiones. Me exasperaba.

Durante los últimos días, habíamos pasado de hotel en hotel mundano para no ser rastreados. Él buscaba los lugares y yo pagaba con el dinero que Lila nos dejó. Nos había dado unos extraños billetes de 100 dólares, y cuando los ofrecíamos, todos los dueños nos decían que pagáramos después de la estadía para conseguir cambio, y nos daban billetes de 50 y 10 de vuelta. Al parecer, 100 dólares era bastante aquí.

Así mismo, nos acostumbramos a dormir igual que en la cabaña y la cámara del castillo: yo a lo largo y él a mis pies. Sin embargo, anoche él durmió en el sofá porque hacía frío, así que le di una de mis mantas en silencio, sin agregar nada más. Él no se negó... Mi cuerpo aún seguía igual, a pesar del calor que hacía en las habitaciones; mi cuerpo estaba constantemente helado.

- Lo lamento - dijo él.

- ¿Por qué? - ambos sabíamos que esta pregunta era más que solo por cómo me trató, sino por qué me trató así.

- Solo... lo lamento... o lo tomas o lo dejas, pero no lo repetiré de nuevo, Mac tíre - él era un maldito orgulloso, así que sabía que no lo repetiría. Ya había sido todo un logro que se disculpara.

- Bien, acepto las disculpas, pequeño ángel - se dio vuelta, quitando la vista de la ventana y mirándome a mí. Una leve sonrisa pareció asomarse, pero se notó el esfuerzo por guardársela.

- ¿Tienes miedo, Edmund?

- Sería un imbécil si no tuviera miedo - admitió - Pero es lo que nos toca... - bajó la mirada a mi cuerpo. Sabía que lo estaba apreciando a lo lejos. Subí una ceja - ... y lamentablemente juntos.

- ¿Y crees que lo lograremos? - esa respuesta realmente me aterraba, porque si yo no lo creía y él tampoco, no veía futuro ni esperanzas.

- No lo sé, depende... - esperé a que terminara, pero me di cuenta de que iba a decir que dependía de nosotros porque eso es lo que nos habían dicho desde un principio, así que no insistí.

- Descansa, Tenshi - no significaba más que ángel en japonés, pero sabía que sus conocimientos no llegaban tan lejos.

- Tenshi, ¿y eso?

- Cuando me digas qué significa Mac tíre, te diré qué significa Tenshi.

- Me parece justo por ahora. Mo mac tíre - él se dio vuelta y volvió a susurrar casi inaudible - ...me parece justo.

Luego de un rato, sentí sus ronquidos; se había quedado dormido profundamente y, a veces, solo a veces, llegaba a agradarme... Tenía miedo de dormir; los sueños seguían en aumento, y cada vez eran más realistas, pero aun así llegaba a un punto donde el cansancio me consumía y volvía a soñar con esa oscuridad aterradora.

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Me había hecho callar, ¿por qué? Tocaron la puerta dos veces y alguien habló.

- Señores Edmund y Lidi, servicio a la habitación - se escuchó del otro lado.

- ¿Por qué tan paranoico? Es solo el servicio - susurré para que no nos escucharan.

- Porque yo jamás di nuestros nombres - lentamente, agarré mis cuchillos y con la otra mano saqué el palo que supuestamente nos ayudaría.

Un golpazo azotó la habitación, tirando la puerta abajo. Dos mujeres aparecieron; no, no eran mujeres: sus ojos eran pura oscuridad, eran imitaciones de mujeres. Segundos después, nuestros palos comenzaron a brillar poco a poco, transformándose en una especie de espada.

Mis manos sudaban; la hoja brillaba con una luz tenue. A mi lado, Edmund sostenía una espada similar; eran idénticas, salvo porque en el filo de la suya estaba grabado el apellido Lightsall y en la mía Scane. Los ojos del ángel estaban decididos a pelear; mientras tanto, la tensión aumentaba y nos preparamos para defendernos. Las mujeres comenzaron a cambiar su silueta, convirtiéndose en una especie de sombra espesa, pero sus ojos seguían teniendo esa oscuridad profunda. Se movían con una agilidad igual a la de un vampiro, como si bailaran en la penumbra. De a poco comenzaron a rodearnos y a susurrar palabras incomprendibles.

- Mantén la guardia en alto, Mac tíre - advirtió Edmund.

- No me llames así - respondí enojada, pero haciendo caso a su indicación.

Los zors se avalanzaron sobre nosotros; esquivamos los ataques, nuestras espadas chocaban con las suyas, cada golpe resonaba en mis huesos y sentía la energía oscura que había a nuestro alrededor.

- Por aquí - gritó Edmund, y yo nos separamos. Él atrajo la atención de uno de ellos, mientras yo me enfrenté a otro. Mi espada cortó el aire encontrando resistencia cuando chocó contra la hoja negra; la sombra me miró con deseo y hambre.

- ¿Qué quieren? ¿Jugar? - los desafié con sed de sangre o lo que derramaran ellos.




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