En los confines de Glacerya, lejos del brillo de los palacios de hielo, siete figuras se reunían bajo un mismo techo. Eran distintos en origen, en heridas y en pasados, pero compartían una misma llama helada: el resentimiento hacia la corona.
Colosus – El exsoldado
Había sido uno de los generales más leales al rey Aeris. Pero cuando la guerra contra Tharion arrasó los campos, vio a miles de sus hombres caer sin recibir apoyo suficiente de la realeza. Sobrevivió, marcado por cicatrices en cuerpo y alma. Ahora, veía en Aysha solo la inexperiencia de una niña incapaz de dirigir un reino. Se autoproclamó líder de los descontentos, jurando que Glacerya merecía una mano firme.
Rex – El forjador de hielo sagrado
Nacido en las minas del norte, moldeaba armas con un hielo tan puro que se decía eterno. Cuando la guerra terminó, vio cómo los comerciantes aliados a la corona acaparaban las riquezas mientras su pueblo moría de hambre. Para él, las espadas y lanzas ya no servirían al trono, sino a una nueva revolución.
Titania – La guerrera de hielo duro
Criada entre los clanes guerreros de las montañas, Titania había perdido a toda su familia cuando Tharion arrasó las aldeas periféricas. Nunca recibió ayuda del palacio. Su fuerza descomunal y su corazón endurecido la llevaron a jurar que ningún monarca volvería a fallar al pueblo.
Frost – El mago de hielo
Un erudito desterrado. Su conocimiento de la magia helada fue considerado demasiado peligroso por el propio Aeris, quien lo marginó. Cuando vio a Tharion destruir el reino, pensó que la corona había desperdiciado el poder que él podía haber ofrecido. Ahora su magia era un arma de revancha.
Remi – El aprendiz
Era poco más que un muchacho, pero había seguido a Frost desde niño, convencido de que el conocimiento era la verdadera fuerza. Sus motivaciones eran simples: donde fuera su maestro, él iría.
Fénix – El híbrido de hielo y fuego
Un experimento fallido de los alquimistas de Ignis, rechazado tanto por los suyos como por los glaceryanos. Mitad fuego, mitad hielo, su cuerpo era una contradicción viviente. Encontró en el resentimiento común de los demás su lugar en el mundo: destruir lo establecido para crear algo nuevo.
Wallman – El invocador de escudos
Un soldado raso durante la guerra, poseedor de un don extraño: crear campos de fuerza y armas de hielo reforzado. Fue abandonado por sus superiores tras perder una batalla y sobrevivió solo gracias a su poder. Desde entonces, juró nunca más obedecer a ningún trono.
Los siete se miraban en aquella sala helada, iluminada apenas por antorchas azules. Cada uno había perdido algo: familia, honor, patria o identidad. Y en ese dolor compartido encontraron unión.
—Somos la voz del pueblo olvidado —tronó Colosus, su voz como un martillo contra el hielo—. Seremos el filo que rompa la débil corona.
Rex levantó una de sus lanzas de hielo sagrado y golpeó el suelo. Titania cruzó los brazos con una sonrisa desafiante. Frost murmuró un hechizo que hizo que el aire se congelara a su alrededor. Fénix dejó escapar un fuego azulado de su mano.
Fue entonces cuando Colosus pronunció las palabras que los marcarían:
—Desde hoy dejaremos de ser simples individuos. Somos La Escarcha Soberana. El hielo que quebrará el reinado de Aysha.
El eco de su juramento recorrió la sala como una tormenta. Y así, en la sombra, nacía el mayor desafío que Glacerya enfrentaría desde la muerte de Tharion.