En las sombras de Glacerya
En las ruinas heladas de un antiguo bastión militar, siete figuras se reunían bajo el resplandor pálido de la luna de cristal. La Escarcha Soberana observaba mapas y hologramas de las rutas de vuelo que la nave real tomaría en su regreso. Sus voces eran bajas, pero cargadas de veneno.
—Cuando regrese la reina del hielo, no tendrá dónde esconderse —gruñó Colosus, el líder, golpeando la mesa con su puño endurecido.
—El pueblo ya duda de ella —añadió Titania, con una sonrisa helada—. Solo necesitamos una chispa para encender la hoguera de su caída.
—Y nosotros seremos esa chispa —concluyó Frost, sus ojos brillando con magia gélida.
La emboscada estaba decidida.
Ignis, Salón de Fuego
Mientras tanto, Aysha y Aenara se encontraban sentadas en una terraza del palacio ardiente, con el horizonte de volcanes encendidos extendiéndose ante ellas. Habían compartido recuerdos, dolor y silencio, pero el tema inevitable había llegado: la política.
—Necesito tu ayuda —dijo Aysha, con voz firme—. No solo como reina de Glacerya, sino como amiga. Mi pueblo necesita escuchar de tu boca quién fue realmente Tharion, por qué hizo lo que hizo. Ellos aún sienten miedo y odio hacia Ignis. Necesito que los sanes con la verdad.
Aenara frunció el ceño.
—Aysha… lo siento. No puedo. Ir a Glacerya y hablar de Tharion es abrir una herida que aún sangra en mi propio pueblo. Ellos apenas comienzan a aceptar su caída. No puedo cargar también con las culpas de otro mundo.
Aysha apretó los puños sobre la mesa de obsidiana.
—¡Mi gente te necesita! ¿No lo entiendes? Cada día que pasa, el vacío de liderazgo se llena con dudas, con rabia… y esa rabia crecerá contra mí.
Aenara bajó la mirada, manteniendo su negativa.
—Hay batallas que debes pelear sola, Aysha.
El silencio que siguió fue más frío que cualquier ventisca glaciar. Aysha se levantó bruscamente, sus ojos cristalinos reflejando una mezcla de dolor y frustración.
—Entonces debo irme.
Sin más palabras, salió del salón, dejando a Aenara con el fuego de las antorchas reflejándose en sus ojos.
Espacio, ruta hacia Glacerya
La nave de Aysha surcaba la negrura infinita, alejándose de los fuegos de Ignis. Aysha observaba el cosmos desde la cabina, luchando contra el peso de la soledad. Fue entonces cuando un destello azul se encendió en el aire frente a ella: un mensaje holográfico.
El rostro de su madre apareció, solemne, con el castillo de Glacerya de fondo.
—Aysha, debes tener cuidado. He visto movimientos extraños cerca de la plataforma donde aterrizarás. Un par de aldeanos se ocultan demasiado cerca… y sus intenciones no parecen nobles. No confíes en nadie al descender.
El mensaje se cortó con un zumbido eléctrico.
Aysha quedó sola nuevamente, el corazón palpitando con la advertencia. Sus dedos se cerraron en un gesto de determinación.
—Si piensan tenderme una trampa… que lo intenten.
La nave siguió su curso hacia Glacerya, mientras las sombras de la rebelión aguardaban con paciencia mortal.