El aire en la plaza central de Glacerya estaba cargado de expectativa. Después de días de silencio y ausencia, la Reina Aysha finalmente apareció en el balcón real. Vestía su manto blanco azulado, símbolo de pureza y fortaleza, pero su mirada denotaba el peso de las pérdidas recientes.
La multitud aguardaba, algunos con esperanza, otros con reproche.
Aysha respiró profundo y levantó la voz, clara y firme, proyectándose sobre la multitud:
—¡Glacerya! Hemos sufrido, hemos llorado y hemos perdido más de lo que jamás pensamos. Pero no estamos rotos. Yo, su reina, me comprometo ante ustedes a reconstruir cada casa, cada taller, cada rincón de nuestro reino. No permitiremos que el sacrificio de mi padre haya sido en vano. ¡Glacerya volverá a brillar como antes de Tharion, y juntos lo lograremos!
Hubo un silencio inicial, seguido de algunos aplausos dispersos. Parte del pueblo parecía aliviada por escuchar a su reina después de tanto tiempo, pero otra parte se mantenía fría, escéptica.
Aysha concluyó con firmeza:
—No seré una reina que se esconde. Seré la guía que camine con ustedes, paso a paso, hacia nuestra recuperación.
La multitud respondió con un murmullo dividido: esperanza y duda entrelazadas como el hielo y la niebla.
Cuando Aysha se retiró al interior del castillo, creyendo haber sembrado confianza, las sombras de la plaza se agitaron. De entre ellas emergió Colosus, imponente, acompañado discretamente por la Escarcha Soberana. Su voz, grave y cargada de desdén, se alzó sobre el pueblo.
—¡Glacerya! —rugió—. ¿Escucharon a su reina? Palabras, promesas vacías… ¡eso es todo lo que nos da! Mientras nosotros seguimos hambrientos, mientras nuestros hogares siguen en ruinas, ella viaja a Ignis a pedir ayuda a quienes casi derritieron este mundo.
Los murmullos aumentaron. Algunos recordaban con furia el nombre de Tharion.
Colosus continuó, moviéndose entre la multitud como uno de ellos:
—Yo estuve en la guerra. Luché como soldado y vi caer a nuestros hermanos. Y ahora les pregunto: ¿qué ha hecho realmente la realeza en estas semanas? ¿Dónde estaban cuando ustedes necesitaban pan, cuando sus hijos lloraban de frío?
El público, ya dividido, se encendía con dudas y rabia.
—No necesitamos palabras bonitas desde un balcón. ¡Necesitamos acción real! Y si nuestros líderes no nos la dan… entonces quizá ha llegado el momento de que el pueblo de Glacerya decida su propio destino.
La ovación fue fuerte en un sector de la plaza, mientras otros ciudadanos, confundidos, permanecían en silencio. La semilla de la división había sido plantada con fuerza.
En lo alto del castillo, Aysha observaba desde una ventana. No podía escuchar cada palabra, pero veía la reacción de su pueblo. Su corazón se encogió al comprender la verdad: ya no todos estaban con ella.
La Escarcha Soberana, entre vítores y silencios incómodos, se desvaneció nuevamente en las sombras, sabiendo que habían logrado lo que querían: hacer dudar al pueblo de su reina.