Aysha cerró los ojos al retirarse del balcón. El eco de los aplausos mezclados con los abucheos todavía vibraba en sus oídos. Caminaba acompañada por dos guardias hacia el interior del palacio cuando, de pronto, las puertas se cerraron con estrépito. Un silencio helado la envolvió.
Los guardias que la escoltaban desenfundaron sus armas. Sus miradas, antes leales, ahora brillaban con un odio contenido.
—Por el pueblo… —susurró uno de ellos, alzando su espada de hielo.
Aysha retrocedió, el corazón latiendo con fuerza.
—¿Qué significa esto? ¡Soy su reina!
Las palabras apenas salieron de sus labios cuando los soldados se lanzaron sobre ella. El salón se llenó de destellos helados y el choque metálico de las armas. Aysha, aunque joven y debilitada por la guerra reciente, respondió con determinación: el hielo de sus manos se extendía como látigos brillantes, repeliendo los ataques.
Pero eran demasiados. Una rodilla impactó su abdomen y una espada cortó cerca de su brazo. Tropezó, jadeante, sabiendo que su final estaba cerca.
Entonces, un rugido partió el aire.
—¡Aléjense de ella!
Una figura imponente irrumpió en la sala, portando un martillo de hielo macizo que despedía destellos azules: Iceberg. Sus ojos, de un azul glacial, brillaban con furia. Con un solo movimiento, derribó a dos traidores contra los muros de mármol.
—¡Tóquenla y no vivirán para contarlo! —bramó.
Los guardias vacilaron, pero el terror en sus rostros fue claro. Uno a uno retrocedieron hasta huir por los pasillos, dejando a Aysha jadeante en el suelo.
Iceberg la ayudó a levantarse, ofreciéndole su mano firme.
—Sabía que tarde o temprano la Escarcha Soberana intentaría infiltrar tus propias filas —dijo con voz grave—. No volverán a atraparte desprevenida.
Aysha, aún temblando, le sostuvo la mirada.
—Gracias… si no hubieras estado aquí…
Él asintió, apretando el martillo contra el suelo.
—Ahora comienza lo peor, Aysha. Están preparando una guerra civil. Y usarán al pueblo como su arma más fuerte.
Días después
El amanecer sobre Glacerya era gris, como si las nubes se rehusaran a dejar pasar la luz. Aysha salió del castillo, esta vez sin acompañantes, con el rostro erguido aunque su corazón sangraba.
El pueblo la miraba en silencio. No hubo vítores, ni insultos. Sólo un murmullo apagado, como si cada mirada fuese un juicio silencioso.
Aysha apretó los labios, obligándose a seguir caminando. Avanzó hacia los encargados de la reconstrucción, quienes aguardaban con herramientas y planes en mano.
—Hoy empieza la verdadera tarea —anunció, con voz clara pero firme—. Glacerya no puede vivir de recuerdos ni de dolor. Debemos reconstruir, piedra por piedra, hielo por hielo.
Los trabajadores asintieron, algunos con respeto, otros con indiferencia. Pero bajo el silencio de la multitud, las primeras manos se alzaron para trabajar. Los martillos resonaron, el hielo se moldeó, y poco a poco la reconstrucción dio su primer respiro.
Desde las sombras de un callejón cercano, Colosus observaba con la Escarcha Soberana reunida detrás de él. Su voz retumbó como un presagio oscuro:
—Que reconstruya lo que quiera. Pronto, esas paredes se teñirán con el hielo de la rebelión. La guerra civil ya no es un sueño. Está a punto de nacer.