Las antorchas de hielo azul iluminaban el pasillo secreto del castillo. Aysha descendía sola, con la capa arrastrándose por las escaleras heladas, hasta llegar al santuario olvidado donde vivía la vidente de Glacerya. Nadie recordaba su verdadero nombre; todos la llamaban simplemente la Voz del Invierno.
En cuanto Aysha cruzó el umbral, un susurro quebrado la recibió.
—Reina del hielo… tus pasos están marcados por la sangre y la ceniza.
Aysha se tensó, aunque ya conocía los enigmáticos modos de la vidente. Avanzó hasta situarse frente a ella. Sus ojos blanquecinos, vacíos de pupilas, parecían ver más allá del tiempo.
—Dime lo que sabes —ordenó Aysha, aunque su voz temblaba.
La vidente colocó sus manos frías sobre un cuenco de agua congelada. Un vaho espeso emergió, formando figuras de batalla, gritos y destrucción.
—Tu enemigo ya se ha alzado. Colosus no busca poder… busca ruina. No se detendrá hasta reducir Glacerya a cenizas blancas. —La voz de la mujer se quebró como el hielo al romperse—. La guerra es inevitable. Si luchas, el precio será alto. Si no luchas, perderás todo lo que amas.
El corazón de Aysha se hundió. Por un instante, recordó a su padre, al pueblo que había empezado a confiar en ella, a cada niño que sonreía entre las ruinas de un hogar en reconstrucción. Cerró los puños.
—Entonces lucharé. Pero no perderé.
Mientras tanto, en las calles de Glacerya, el caos había comenzado. La Escarcha Soberana había dejado de ocultarse en las sombras. Los seis rebeldes, comandados por Colosus, recorrían las avenidas de hielo endurecido con violencia implacable.
Titania aplastaba murallas con la fuerza de su armadura de hielo. Frost y Remi conjuraban lanzas de hielo que atravesaban ventanas y hogares. Wallman erigía campos de fuerza para encerrar y asfixiar a grupos de civiles. Fénix, mitad fuego y mitad hielo, incendiaba lo que quedaba en pie.
Colosus avanzaba al frente, con la mirada fija y el filo de su espada helada brillando como una luna sangrienta.
—¡Que Glacerya arda en su propio frío! —rugió, mientras derribaba a un grupo de guardias que intentaban resistir.
La sangre manchaba la nieve. El miedo corroía al pueblo.
No pasó mucho tiempo para que Aysha llegara, acompañada de su ejército y flanqueada por Iceberg, quien parecía un titán entre los suyos. Su imponente presencia hizo que los civiles escondidos tras los muros susurraran esperanzas entre lágrimas.
Aysha extendió sus manos y una ventisca helada recorrió toda la avenida, apagando las llamas de Fénix y erigiendo una muralla de hielo entre los rebeldes y los inocentes.
Su voz retumbó, llena de furia y determinación:
—¡Colosus! Hoy termina tu traición. No más sangre. No más terror.
Colosus dio un paso al frente, alzando su espada. Su voz grave resonó como un trueno gélido:
—Reina o tirana, para mí no hay diferencia. Dijiste que querías guerra, y yo la traje a tu propia casa. Prepárate, Aysha… porque hoy no habrá piedad.
La Escarcha Soberana se alzó, y el ejército de Aysha cargó contra ellos. El hielo chocó contra el fuego, los gritos se mezclaron con los rugidos de la magia. Glacerya, una vez más, se convirtió en campo de batalla.
La guerra había comenzado.