La doncella liberada

Epílogo

La boda de Suari se celebró en la Ciudad Blanca, donde las torres resplandecían como huesos de luna y los jardines colgaban suspendidos entre puentes de vidrio encantado. En lo alto, campanas de cristal tejían notas que apenas rozaban el oído, y en la plaza mayor, los músicos hacían sonar instrumentos tallados en piedra viva—instrumentos antiguos que alguna vez habían sido silenciados durante el reinado de la reina maldita, ahora restaurados con nuevos acordes y nueva esperanza.

El rey, vestido con una túnica de azul profundo bordada con constelaciones olvidadas, tomó la mano de su hija y la condujo por el pasillo de luces flotantes. Cada luz brillaba con una pequeña memoria: una risa, una promesa, un amanecer compartido.

Al final del camino de luz, aguardaba Erian —el noble venido desde la Ciudad de los Nueve Espejos— con la serenidad de quien ha contemplado demasiado, y aun así, sigue eligiendo la bondad. Su mirada, profunda y serena, parecía reflejar cielos que solo unos pocos habían visto, y su sonrisa —sin ornamentos ni escudos— hablaba de honestidad antigua.

Había atravesado guerras, pisado ciudades en ruinas, y perdido más de lo que una vida debería perder. Pero cuando vio a Suari, no vio a una princesa ni a una aliada: vio a alguien irreductible. En ella reconoció algo que no se quiebra ni con el tiempo ni con el miedo: una voluntad firme, una fuerza interior que era su mayor virtud, y una belleza que no se medía por formas, sino por la nobleza que irradiaba sin esfuerzo.

El altar era de agua viva, Loren realizo la misa de union, y las palabras fueron dichas sin papel ni decreto, sino con manos entrelazadas y miradas limpias. Y cuando la promesa se selló, el cielo respondió: una brizna de aurora descendió sobre la ciudad, la misma que tiempo atrás había nacido del canto de Lichty. Como si el universo decidiera quedarse un poco más entre los hombres.

El pueblo celebró durante tres días. Las calles se llenaron de faroles flotantes, de cuentos contados a gritos y danzas que nacían sin ensayo. Las fuentes rieron. El pan supo dulce sin motivo.

De esa unión nació un niño. Lo llamaron Elor, que significa el que trae reflejos. Creció con los ojos inquietos y el alma como una caja abierta. Amaba las historias, pero más aún las soluciones que surgían entre líneas. Sabía cuándo hablar, pero sobre todo, cuándo escuchar. Tenía el don poco común de oír no solo las voces, sino las intenciones.

Mientras tanto, Naira, la hija de Lichty y Kael, crecía lejos de palacios, entre valles y aldeas, como semilla del mundo viejo, pero también de su renacer. Tenía una forma especial de mirar a la gente: veía más allá de sus palabras, como si adivinara las notas ocultas de cada corazón.

Desde pequeña comenzó a soñar con el futuro. No eran pesadillas ni profecías de tormenta. Sus sueños eran de armonía, puentes, cosechas abundantes y canciones compartidas entre pueblos que antes se temían.

A veces, durante el desayuno, hablaba de esos sueños con naturalidad:

—Pronto llegará el tiempo en que las guerras se contarán solo en los cantos tristes, y no en las cicatrices de los vivos.
—¿Y cómo lo sabes? —le preguntaban.
—Porque ya lo vi. Porque ya empezó.

Kael la miraba con ternura, reconociendo en ella la misma luz que había brotado del huevo del desierto, ahora encarnada.

Lichty sonreía sin decir nada. Porque lo que un día había sido sacrificio, después huida, y más tarde canto, ahora florecía en paz, en generaciones, en sueños compartidos.

Pasaron los años. En los reinos del sur, del este y más allá, comenzaron a llamarla “la era del canto nuevo”.
Ningún trono fue alzado por la espada. Ningún templo exigió sangre. Las historias de los antiguos rituales seguían contándose, pero solo para recordar de dónde venían… y todo lo que costó llegar a ser libres.

Y cuando alguien preguntaba quién fue la primera en cantar esa libertad, los abuelos susurraban con reverencia:

—Fue la doncella que liberó al mundo.
—¿Cómo se llamaba? —Tuvo muchos nombres…

Pero entre los vientos aún se escucha uno: Lichty.

Y en los sueños de Naira, ya convertida en joven sabia, el futuro seguía creciendo…
como una flor que no deja de abrirse.



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En el texto hay: tradicion, aventura epica, magia

Editado: 03.07.2025

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