Año 158. 8 luna de Fjōrõa.
Instalaciones del SINEFU, Primer Continente.
2330 hrs.
Greenish Gray.
Llevo una semana encerrado en este maldita habitación rodeado de tres verdaderos lunáticos. Un minuto más en este tormento y creo que podría volverme totalmente loco.
Esta chica de Desconocida es una completa acosadora, se la pasa todo el día observando lo que hago con sus enorme ojos azules. Ríe con cualquier cosa que digo y hace dos días la sorprendí viéndome dormir desde la escalera de la litera.
El ingeniero parece nunca descansar, y ha destruido por completo el único medio de entretenimiento que poseíamos. La pobre televisión es ahora un manojo de cables sin ton ni son, con gran parte de su equipo exterior desecho o apilado de cualquier forma en un rincón. Y la otra mujer no hace nada más que mantenerse en el techo. Literalmente hace todo de cabeza, ya sea dormir o caminar; ni siquiera la he visto bajar de ahí, como si la gravedad no le subiera la sangre a la cabeza.
No creo que convivir con ellos le haga bien a mi imagen. Antes, solo era un joven rebelde con problemas para respetar la "autoridad" que podía superar cualquier obstáculo en cualquier momento. Ero yo contra el sistema, yendo a misiones extrañas en planetas extraños con especies extraña para traer muestras extrañas. Y ahora resulta que no solamente eso es extraño, sino todo mi maldito equipo. Ahora, solo soy el subordinado de un sujeto que tiene la capacidad de controlar la gravedad y que parece saberlo todo. Estoy siendo opacado por tres lunáticos que no parecen tener la más mínima noción de la realidad, del presente. Aunque bueno, no es como si eso importara.
No es como si importara que al sabio Frederick se le hubiese ocurrido formar un equipo con las personas más peligrosas, temidas y odiadas del planeta, porque si, son lunáticos, pero entiendo perfectamente porque la gente les teme: son impredescibles; la gente teme aquello que no entiende. El hecho de que seamos la civilización más avanzada del sistema solar y que existan individuos dentro de este magnánimo imperio que son incontrolables suponen un grave riesgo a la armonía del planeta. Magnánimo, incluso repito las palabras de White.
Sorprendente como puedo incluso pensar que somos incontrolables y, sin embargo, estamos aquí, encerrados, cumpliendo órdenes de un niño bonito con traje inmaculado. Que ironía. Antes salir de la supuesta fortaleza del SINEFU era pan comido para mi, ahora no puedo dar un paso fuera de la habitación sin que White me electrocute en segundos, me desmaye y termine de nuevo acostado en mi cama. White y Frederick serían estupendos amigos, ambos tienen esta afición de ir por ahí electrocutando gente.
Pienso en todo esto con el ceño fruncido apreciando la infinita sabiduría del techo blanco de la habitación, a una distancia considerable de mi colchón. La situación es tan frustrante para mí que he desarrollado una especie de tic en mi pierna derecha, que no deja de moverse cuando estoy acostado o sentado. Y justo ahora se mueve de un lado a otro tan rápido que hace temblar la estructura de la litera por completo.
Debajo de mi, por fin, está White durmiendo. Red ha decidido que dormir en el suelo recargada contra una esquina es la posición más increíblemente cómoda del universo, y ha estado durmiendo ahí desde el primer día. Violet duerme en el techo, como uno de esos espíritus que aparecen en las películas de Libertinaje. La habitación parece estar en calma, no hay ningún sonido que indique que alguno está despierto, a parte de mí, y lo único que se escucha es la suave respiración del ingeniero debajo de mí y los ronquidos alejados de la pelirroja, que duerme del otro lado de la habitación. Observo a Violet acostada en el techo, con las manos en el vientre. Tiene los ojos cerrados y su cabello y capa siguen ondeando, esta vez con mayor intensidad. Su cuerpo se desplaza lentamente por el techo como si tuviera voluntad propia, pero ni ella ni su ropa emiten sonido alguno.
Respiro profundamente, decidiendo actuar justo en este momento. Ruedo por la cama con suma cautela, intentando no hacer gruñir el colchón con mi peso. Al principio sólo se escucha el suave crujir de las sábanas, pero pronto empieza a sonar el relleno del colchón, que aumenta de intensidad conforme me acerco a la orilla. Me detengo con rapidez y espero pacientemente a que todo regrese a la calma.
Es completamente de noche, y lo poco que alumbra la habitación y guia mis pasos es la luz de luna. La escalera de la litera está a unos cuantos centímetros de distancia, un espacio tan corto que siento infinito. Vuelvo a respirar, concentrandome en las acciones tan simples de inhalación y exhalación. Me centro en escuchar esto e intento relajar mi cuerpo y, cuando por fin siento que estoy preparado, suspiro lentamente.
Antes de que el aire termine de salir de mi cuerpo, coloco mis manos a cada lado de mi cabeza y recargo todo mi peso sobre mis hombro paulatinamente, hasta tener mis piernas elevadas.
Con sumo cuidado y paciencia calculo la distancia de mi posición hasta la escalera y, cuando lo he visualizado, posiciono mis piernas y las dejo caer sobre el primero de los peldaños, procurando dejar primero las puntas de los pies, y luego aplico presión en mis brazos hasta levantar mi cabeza, haciendo una especie de arco con mi cuerpo. La cama ha emitido apenas un sonido pequeño y eso es un gran logro.
Vuelvo a respirar profundamente y, durante la exhalación, acomodo mis pies en la escalera y comienzo a hacer fuerza con ellos para ponerme de pie. El colchón rechina levemente mientras mi peso lo abandona, pero es tan bajo que es casi imperceptible.
Una vez sobre el primer escalón me doy una pequeña vuelta y me agacho para sujetar los bordes de la escalera con firmeza, luego pongo mis rodillas a los costados y entonces comienzo a deslizarme. Antes de llegar al suelo me detengo, primero pongo un pie en el piso y recargo mi peso en este para poder despegarme de la escalera. Esta vez el metal no se movió, y pude descender de la cama sin mucho ruido.