25° luna de Kylen. Año 157. 1537 horas.
Isla de Hope; Prisión Continental para S.P.A.
Nivel 27, habitación 209.
Neutral White.
Hay algo que me molesta, algo más pesado que el aislamiento total, más perturbador que estas impolutas paredes blancas, más distante que la soledad.
Este no es el confinamiento que esperaba. Uno se acostumbra a pensar que la mejor cárcel de Sabotaje tendría, sin duda, la mejor recepción en cuanto a mal perfectos humanos se tratase. Pero una simple y llana habitación destinada al silencioso frío de una larga condena no amerita situarse entre los mejores rincones para pasar el rato luego de un castigo consecuente a una terrible acción.
Me atrevería a suponer que los Mil Tormentos del Valle de los Espíritus, en Quimérica, constituyen una mejor fuente de sufrimiento y, por ende, una rápida contienda para capturar el arrepentimiento de un delincuente que el simple aislamiento de personas que, por sí mismas, ya se encuentran en soledad.
Pero quién soy yo para juzgar las acciones del Comité Mundial de Secciones. Después de todo, sólo soy el terrorista de categoría Oro que casi destruyó medio planeta. No es un mérito suficiente como para poner a prueba la escasa atención que les brindan a los más grandes maleantes del mundo en esta sencilla construcción de granito y metal.
Podría asegurar que el Valle de los Espíritus vigila día tras noche a sus convictos. Aunque claro que nadie se atrevería a desafiar el poder oculto de los Mil Tormentos, así que no considero prudente que alguien pretendiera escapar de ese lugar.
Sin embargo, sufrimiento eterno suena mejor que una aburridas paredes blancas. El monótono y siempre puntual sonido tic-tac de las manecillas del reloj acompañan, desde la distancia, el retirado aislamiento al que me enfrento. Un segundo más después de una eternidad será el momento perfecto para brindar súplicas de compasión y libertad al aún más lejano guardia de seguridad, quien tiene estrictamente prohibido acercarse a mi celda de cristal, una celda tan transparente, tan pulcra y tan simple que atavia de problemas a la vista de quien osa mirarla.
He envuelto de fríos suspiros la vacía habitación. Nadie puede asegurar que ha vivido el infierno si nunca se ha topado frente al silencio de un tiempo infinito, refugiado entre paredes de suspiros y sueños de esperanza.
Pero yo no he vivido el infierno en esta absurda y ridícula celda; mi infierno vive en el pasado turbulento de un niño perdido, y ha seguido por generaciones a gente amable, a gente más bien torpe. Gente como aquellas que siguieron cada una de mis órdenes.
No había considerado que el peso de mis acciones conllevase una consecuencia tan absurda y tan banal, aunque bueno, sinceramente no creí que mis actos tuviesen represalias tan negativas. Lo que dice Ilustración, aquello que llevo grabado en la mente, es una simple frase que ahora me parece risible y contradictoria: “Juntos por el progreso humano hacia el futuro”. ¿Quién podría suponer, en tal caso, que beneficiar a la humanidad era considerado un acto digno de castigo?
En mi opinión, aquello no es más que una falacia muy bien estructurada y predicada que nos permite mantenernos unidos contra el exterior. El humano sólo puede contar con sí mismo, es una especie dominante y sedienta de poder y control. ¿Qué enemigo atroz puede ser más aterrador que aquel que no puedes doblegar? La humanidad se ha refugiado todos estos años en el mismo paradigma de lo incierto, de la unión contra lo extranjero, lo desconocido, lo amenazante. Pero ni siquiera ellos mismos pueden mantenerse unidos por mucho tiempo. Siempre están a la expectativa del débil, del inferior, buscando constantemente una forma de liberar la bestia controladora que llevan dentro.
Es la razón de la constante búsqueda humana del todo, la curiosidad no es más que la excusa perfecta para comprender y, de esa forma dominar, todo aquello que nos es ajeno. Llámese animal, persona, planta o alienígena. Incluso entre ellos mismo se temen, porque se comprenden y entienden que lo único que les aterra es ser dominados, doblegados y, de cierta forma, humillados. Todos quieren sobresalir, buscan formar parte de este enorme cuadro de emprendimiento y poder. Pero no todos son aptos para destacar, la evolución nunca ha sido justa.
Por eso estoy aquí. Lo comprendí en el momento en el que entraron a mi laboratorio y observaron en carne propia el funcionamiento de mi prototipo beta. Lo pude observar en sus ojos, el miedo innato hacia aquello que no se entiende. Incluso ahora puedo suponer que siguen sin descubrir la forma de encender mi máquina, de otro modo ya no estaría aquí porque finalmente habrían comprendido que aquello que temen no es más que una herramienta poderosa para el progreso de la humanidad.
Aunque, si soy honesto, aun no termino de entender la razón por la cual nunca se me hizo interrogatorio alguno. Puedo suponer que tienen miedo de lo que pudiera decir, ¿pero no es, ciertamente, la respuesta a la incógnita lo que motiva la curiosidad humana? No puedo hallar más razones que justifiquen esta actitud absurda e infantil hacia mi persona. De hecho, aunque conozco la falta, tampoco puedo comprender el propósito del confinamiento.
¿Es la privación de la libertad la mejor solución para la reivindicación personal? ¿Es, acaso, una forma de tortura psicológica? ¿Se espera que yo tenga alguna clase de reflexión que me permita salir? ¿Será que alguna vez podré observar el cielo de nuevo?
El funcionamiento de la mente humana siempre me ha parecido fascinante. El dicho “no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde” es muy cierto. Nunca creí que la sola idea de observar de nuevo algo tan rutinario como el cielo me resultaría consolador. Por sí mismos, a los colores, no les había dado importancia hasta este preciso momento, hasta que lo único predecible en mi visión sea un extenso e interminable blanco que inunda cada parte de mi nueva realidad. Desde el techo, hasta las paredes y el suelo, la cama, las cobijas, la ropa, mi piel, mis ojos y mi cabello.