Pocas son las historias dentro de la Elvaruare que cuentan de la Anduirath, los que la cuentan hablan de una época antigua, el primer contacto entre la tierra y el cielo. Y también hablan del ocaso y las luces que luchaban en el cielo, y de la temeraria Elvara, Capitana del Llama del Alba, quién fue la primera en observar aquel avistamiento, pocas veces presenciado. Y el primer contacto que tuvo una elfa con un Erudim, o mejor conocido como humano.
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Entre el Mar de Arondyr y el Mar de Berethiel.
El barco de Elvara Aelwym, el Llama del Alba, era una obra maestra de la artesanía naval élfica. Su casco, fabricado con madera silvae, emanaba un brillo plateado bajo la luz de las lunas, como si estuviera tejido con hebras de las mismas. Las velas, adornadas con runas antiguas, susurraban al viento un cántico melodioso que sólo los elfos más sabios podían entender. Cada detalle del navío estaba diseñado tanto para la belleza como para la eficiencia: las cuerdas trenzadas con fibras de oro pálido, las balistas montadas en las bordas, listas para defenderlo de los piratas, y el mascarón de proa, una majestuosa figura de una dama alada que sostenía una antorcha de cristal brillante.
El Llama del Alba no era solo un barco; era el hogar de Elvara, su refugio y su legado. Como capitana, ella había navegado los mares de Arondyr y Berethiel durante más de siete décadas, comerciando desde especias hasta joyas encantadas con los puertos más lejanos. Pero esta noche, mientras el navío se deslizaba suavemente sobre el espejo de un océano tranquilo, algo captó la atención de Elvara desde la cubierta superior.
De pie junto al timón, con su cabello plateado ondeando como un río de luz bajo la brisa nocturna, Elvara entrecerró los ojos al horizonte. Había algo extraño más allá de las aguas. Primero pensó que se trataba de estrellas reflejándose en la superficie, pero pronto se dio cuenta de que las luces se movían demasiado rápido y con un propósito inquietante. Dos haces brillantes, como luceros errantes, surcaban el cielo nocturno en un duelo silencioso.
Una luz era de un blanco puro, como la de los fuegos ancestrales de los templos élficos; la otra, púrpura profundo, irradiaba una energía inquietante, casi antinatural. Ambas lanzaban proyectiles de luz, estelas que se cruzaban como flechas en un campo de batalla celestial. Las luces zigzagueaban, flanqueándose mutuamente, y cada choque de sus ataques iluminaba brevemente la oscura inmensidad con destellos vibrantes.
Elvara permaneció inmóvil, aferrada al timón con una mezcla de asombro y aprehensión. No era raro encontrar fenómenos extraños en alta mar, pero esto… Esto era distinto. Era como si estuviera siendo testigo de una danza antigua y feroz entre dos fuerzas que el mundo elfo no estaba destinado a comprender.
"¿Qué demonios son esos?" Penso para sí misma, pero su pensamiento se perdió, en el susurro del viento. De pronto, un destello especialmente potente hizo que sus ojos parpadearan. En la distancia, parecía que una de las luces, la púrpura, comenzaba a ganar ventaja, empujando a su oponente hacia el horizonte. Pero antes de que Elvara pudiera sacar alguna conclusión, un ruido sordo sacudió el aire, una onda de choque invisible que hizo crujir las velas del Llama del Alba.
----¡Capitana!----gritó uno de los vigías desde la popa. ------¡Algo se aproxima por babor!
Elvara reaccionó al instante, dejando de lado su fascinación por el espectáculo celestial. Sus instintos de marinera la llevaron a tomar el mando. Las luces podían esperar. Ahora debía prepararse para lo desconocido. Lo primero que hizo fue fijar sus ojos fijos en el horizonte, donde el espectáculo celestial se intensificaba. Las luces púrpuras parecían estar perdiendo terreno, rodeadas por un enjambre de haces blancos que surgían como estrellas lanzándose desde las profundidades del cosmos. La capitana apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando el aire se llenó de un estruendo distante, como un trueno ahogado. La batalla, fuera lo que fuera, se desplazaba con rapidez hacia su posición.
"Más luces... ¿qué significa esto?" Volvió a pensar, con inquietud, sus ojos entrecerrados intentando discernir los movimientos. Lo que antes era un elegante duelo de estelas ahora se había convertido en un caos desatado: las luces púrpuras parecían estar siendo interceptadas, rodeadas y atacadas por las blancas, que avanzaban desde el horizonte como una tormenta brillante. Elvara sintió un escalofrío en la nuca. Era como si los cielos estuvieran librando una guerra que no debía ser vista por ojos mortales.
Entonces ocurrió. Uno de los haces púrpuras se desplomó, zigzagueando de forma errática hacia la superficie. Elvara lo siguió con la mirada, su respiración contenida, hasta que lo que antes era una luz se convirtió en algo tangible: un objeto alado de hierro, sucio y chamuscado, que despedía chispas y fuego desde sus grietas. Parecía un ave metálica agonizante, con alas angulosas y desiguales, cayendo en espiral hacia el océano.
El impacto sacudió las aguas como un terremoto, enviando columnas de vapor y espuma al aire. El Llama del Alba crujió bajo los pies de la tripulación, balanceándose con el repentino oleaje. Pero Elvara apenas tuvo tiempo de procesar lo que acababa de presenciar cuando más de aquellos objetos comenzaron a caer. Los cielos, antes oscuros y serenos, ahora se teñían de destellos morados, blancos y rojos, iluminando las olas como si fueran espejos rotos de luz.
----¡Por los ancestros! ¿¡Qué está pasando!?---exclamó un marinero en la proa, un Elvaranaeh de piel azulada que venía de las tierras Medirionales, entre el sur y el norte del continente de Berethiel, señalando los cielos. Allí, una veintena de aquellas cosas de hierro y fuego surcaban los aires como aves de rapiña, atacándose entre sí con proyectiles de fuego purpureo y rayos de luz que dejaban largas estelas a su paso. Cada impacto resonaba como un trueno lejano, y cada explosión hacía vibrar el aire con una fuerza palpable.