Elvara avanzó cautelosamente, sus botas resonando sobre el suelo metálico con cada paso. A su alrededor, el interior de la nave era un paisaje ajeno a cualquier cosa que su mente pudiera comprender. Las paredes, hechas de un metal oscuro y bruñido, brillaban tenuemente, como si una energía desconocida las recorriera. Las luces parpadeaban intermitentemente, iluminando los recovecos y dejando entrever estructuras de formas geométricas que parecían no tener propósito aparente.
El aire era denso, cargado de un olor extraño que le recordaba al alquitrán, pero con un tinte metálico. De vez en cuando, el sonido de chispas eléctricas rompía el silencio, seguido por un zumbido constante que parecía emanar de las entrañas mismas del lugar.
Avanzó por un pasillo curvo que se estrechaba ligeramente, notando cómo las paredes estaban decoradas con líneas lumínicas que serpenteaban como raíces de algún árbol extraño. A medida que continuaba, el espacio se abría en una sala más amplia, donde objetos cilíndricos se alineaban en filas perfectas, como si esperaran órdenes. Algunos emitían un tenue resplandor azulado, mientras que otros estaban apagados y parecían inertes, cubiertos por una fina capa de hollín.
Elvara no podía apartar la mirada. Todo en esta nave era fascinante y aterrador a la vez. Alargó la mano para tocar una de las paredes, pero se detuvo al sentir una vibración casi imperceptible. No era un lugar muerto; era un lugar vivo, aunque herido.
----¿Qué es todo esto?---- Murmuró para sí misma, su voz apenas un susurro que se perdió en el eco del lugar.
Siguió adelante, cruzando arcos de metal que conducían a pasajes más intrincados. Algunos se bifurcaban en caminos oscuros, otros subían en rampas apenas iluminadas. Sin saber por qué, decidió tomar el camino que descendía, atraída por un tenue resplandor que parecía pulsar como un faro distante.
El descenso la llevó a una sala circular más grande, donde el aire era más cálido y el suelo estaba cubierto por un cristal translúcido que dejaba entrever luces en movimiento debajo de sus pies, como si pequeños relámpagos danzaran atrapados en una prisión líquida. Elvara se inclinó ligeramente, observando el fenómeno, pero un destello a su izquierda llamó su atención.
Al girar la cabeza, quedó inmóvil. Frente a ella flotaban esferas traslúcidas de diferentes tamaños, proyectadas desde un dispositivo circular que se encontraba en el centro de la sala. Las esferas giraban lentamente, intersectándose unas con otras mientras líneas luminosas conectaban puntos que parpadeaban como estrellas. Algunas tenían contornos extraños, formas que parecían recordar mapas rudimentarios, aunque no se parecían a ningún mapa que ella hubiera visto jamás.
Elvara se acercó cautelosamente, rodeando las proyecciones con una mezcla de fascinación y desconcierto. Una de las esferas, más grande que las demás, mostraba una forma que parecía tener sentido: una esfera enorme con varias líneas curvas que lo rodeaban. Para ella, parecía un artefacto mágico, algo digno de las historias que su padre le contaba.
Alzó la mano para tocar una de las proyecciones, pero su mano atravesó la luz sin resistencia alguna. Una suave corriente de aire cálido acompañó el movimiento, y las líneas de la proyección se ajustaron momentáneamente, como si respondieran a su presencia.
----Esferas de luz…---- murmuró, mientras sus ojos se llenaban de asombro. ----¿Qué clase de magia sera esta?
El silencio fue interrumpido por un leve sonido que parecía un latido, proveniente de un pasaje oscuro al otro lado de la sala. Elvara se giró rápidamente, con la mano en la empuñadura de su espada. Miró hacia el lugar, pero no vio movimiento alguno. Aun así, algo en el aire había cambiado; una sensación de ser observada se apoderó de ella.
"Es solo mi mente jugándome una mala pasada,” pensó, intentando calmarse. Pero el instinto le decía que no estaba sola.
Decidió seguir adelante, dejando las esferas tras de sí, aunque su luz proyectaba sombras largas en las paredes mientras se alejaba. A medida que avanzaba, los corredores se volvían más intrincados. Pasó por una galería estrecha donde los techos eran bajos, y los bordes de las paredes parecían goteantes, como si una sustancia viscosa se filtrara en el metal.
En otro recoveco, encontró lo que parecían ser paneles de cristal incrustados en las paredes, algunos de ellos rotos, pero otros aún funcionaban, mostrando formas que cambiaban rápidamente. Las formas en las imágenes no tenían sentido: figuras geométricas, símbolos incomprensibles y destellos de luz que parecían seguir patrones. Elvara no entendía lo que veía, pero su fascinación crecía con cada paso.
Se detuvo en un punto donde el pasillo terminaba abruptamente en una pequeña plataforma que daba a un abismo oscuro. Miró hacia abajo y vio más luces parpadeando en la distancia, como estrellas atrapadas bajo tierra. Había algo majestuoso y a la vez aterrador en esta nave; era un lugar donde el conocimiento y el peligro convivían en cada esquina.
Elvara respiró profundamente. Sabía que debía volver, pero algo la detenía. Había algo más aquí, algo que aún no había visto, pero que sentía cerca, como un susurro en su mente que le pedía que continuara.
----No vine hasta aquí para volver con las manos vacías,---- se dijo a sí misma, reafirmando su determinación.
Tomó un camino lateral, uno que no había visto antes, apenas iluminado por una línea de luces rojas que parecían guiarla. Mientras avanzaba, no podía evitar pensar en las palabras de su padre.
“Espero que esta sea la oportunidad que él decía…” pensó, mientras su figura se perdía en la penumbra, siguiendo el llamado de lo desconocido.