La Elvaruare

La Anduriath/ Parte XI

Elvara caminaba en silencio por los pasillos metálicos de la nave, ayudando a Reinhard a avanzar con pasos lentos. Las palabras que él había dicho seguían resonando en su mente como un eco que no podía ignorar. Necroz Necrolithtyr, el maldito, el destructor, el Gobernador de Valnir… ¿podría realmente haber sido un héroe incomprendido?

Recordaba las historias que le contaban cuando era niña. Necroz siempre había sido el villano de las leyendas, un elfo consumido por la codicia y el ansia de poder. Pero ahora, tras lo que Reinhard le había contado sobre la Ioniorita, comenzaba a dudar. ¿Y si Necroz no era el monstruo que todos creían? ¿Y si simplemente había tomado una decisión desesperada para salvar a su mundo y había pagado un precio que nadie más estaba dispuesto a asumir?

—¿En qué piensas? —preguntó Reinhard, notando su mirada perdida.

Elvara vaciló, pero finalmente habló.

—En Necroz —admitió, ayudándolo a sentarse en una camilla en la sala médica. Su voz era un susurro, casi como si temiera que alguien más pudiera escucharla.— Tú dijiste que la Ioniorita es peligrosa, que puede consumir a cualquiera que la use. Pero si Necroz realmente enfrentó algo como los Sangre Oscura… ¿y si tomó el cristal para salvarnos? Quizá no fue un villano, sino un héroe que nadie entendió.

Reinhard la observó en silencio mientras se quitaba parte de su armadura para exponer las heridas. Sus ojos parecían pesados, no solo por el cansancio, sino por el peso de experiencias pasadas que llevaba consigo.

—Esa posibilidad no es descabellada —admitió Reinhard mientras encendía un panel médico y comenzaba a buscar suministros para tratar sus heridas. Luego la miró directamente a los ojos—. Durante mi tiempo en la guerra, vi a alguien usar Ioniorita.

Elvara alzó las cejas, intrigada.

—¿Quién?

Reinhard tomó aire antes de hablar, como si el recuerdo le doliera.

—Era uno de mis camaradas, un Urmah leonino. De la gran raza de los grandes Felidae. Se llamaba Kar´Tharion, un guerrero noble, el mejor de los suyos. En una de las Galaxias Prima, durante una batalla en los dominios del Imperio, enfrentamos a un Devastador. Esa cosa era… indescriptible. Destruyó dos mundos antes de que pudiéramos detenerlo. Kar´Tharion encontró un fragmento de Ioniorita en el planeta nexo donde luchábamos. Sabía que no teníamos otra opción. Si el Devastador alcanzaba el corazón del mundo nexo, habría colapsado toda la región galáctica.

Elvara se inclinó hacia adelante, capturada por la intensidad de su relato.

—¿Qué hizo?

Reinhard cerró los ojos, como si reviviera el momento.

—Tomó el cristal. Lo absorbió. Y con ese poder, logró detener al Devastador. Fue… impresionante. Destruyó a esa abominación con un solo golpe. Pero el costo fue alto. —Abrió los ojos, llenos de una mezcla de respeto y tristeza.— Kar´Tharion comenzó a cambiar. Al principio, todavía era él mismo, el noble guerrero que conocíamos. Pero poco a poco… se volvió errático. Trataba a sus camaradas como si fueran inferiores, como si él estuviera por encima de todos. A veces volvía a ser el Kar´Tharion de siempre, pero de repente… se alteraba. Se enfurecía sin motivo.

Elvara sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Qué hicieron con él? —preguntó en voz baja.

—El Alto Consejo del Imperio lo destituyó. Decidieron que era demasiado peligroso para permanecer en servicio. Lo recluyeron en Gamma Primus, una estación de contención. Nunca supe qué pasó con él después. —Reinhard hizo una pausa, su expresión endureciéndose.— Si la Ioniorita pudo hacerle eso a alguien como Kar´Tharion, que era uno de los más nobles y puros, imagina lo que haría en alguien como Necroz, alguien que ya estaba desesperado. Que eres igual de noble, si. Pero desesperado.

Elvara asintió lentamente, procesando sus palabras.

—Entonces… no es el cristal en sí lo que es maligno, sino lo que hace a quien lo usa.

—Exacto —dijo Reinhard mientras comenzaba a tratar sus heridas con un aplicador automático.— Es un poder increíble, pero desestabiliza la mente. No está diseñado para seres como nosotros. Solo los dioses, o algo cercano a ellos, podrían manejarlo sin sucumbir.

Elvara se cruzó de brazos, su mente inundada de preguntas.

—¿Crees que Necroz realmente intentaba salvar su mundo?

Reinhard se encogió de hombros, pero su mirada se volvió seria.

—No lo sé. Pero puedo decirte algo: nadie toma ese cristal sin una razón desesperada. Si lo hizo, probablemente creyó que no tenía otra opción. Tal vez pensó que estaba haciendo lo correcto, incluso si eso significaba sacrificar su cordura.

Elvara permaneció en silencio, contemplando lo que eso significaba. Necroz Necrolithtyr, el villano de las historias, podía haber sido un héroe que nadie entendió.

Finalmente, miró a Reinhard con determinación.

—Si esos Sangre Oscura están detrás de mi mundo, no dejaré que alguien más tenga que tomar esa clase de decisiones. No permitiré que otro héroe sea destruido por algo que deberíamos detener nosotros mismos.

Reinhard la observó con una mezcla de respeto y precaución.

—Esa es una carga pesada que estás aceptando, Elvara. Pero es mejor que estés preparada. Porque cuando se trata de criaturas como los Sangre Oscura, no hay margen para los errores.

Ella asintió, sus manos apretándose en puños. Sabía que las batallas que se avecinaban no serían fáciles, pero ahora, más que nunca, estaba decidida a enfrentarlas.



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En el texto hay: fantasia, ciencia ficcion

Editado: 01.01.2025

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