Capítulo 11– Juramentos de ceniza
Castillo de hielo - Casa Drakkar
El viento azotaba las murallas de madera gruesa que defendían el asentamiento de los Drakkar, una fortaleza erigida sobre los acantilados escarpados, donde el mar embravecido golpeaba sin cesar. La Casa Drakkar no era solo un clan: era la tormenta que atravesaba el norte, un símbolo de furia y resistencia.
Bjorn había sido el corazón y el martillo de esta casa. Su mano era ley, su espada justicia. Pero ahora, en la oscuridad que siguió a su desaparición, la responsabilidad había caído sobre Freya, su esposa y hermana de Cael Nayari, la Casa aliada de los hermanos de la nieve.
Freya era la líder, y una líder forjada en la gélida resistencia de estas tierras. Su vientre abultado, portador del primogénito de Bjorn, no le impedía empuñar la lanza con igual fiereza que cualquier guerrero. Para ella, la maternidad y la guerra eran dos caras de la misma moneda: proteger a su gente era proteger a su hijo.
La organización de los vikingos era dura, pero pragmática. Las mujeres de la casa Drakkar no solo cuidaban el hogar; comandaban en ausencia de los hombres, luchaban, tejían alianzas, y forjaban el destino de su gente. Freya era prueba de ello.
En su sala principal, iluminada por el fuego que rebotaba en las pieles de oso, Freya recibió la carta. La tinta negra, el sello oscuro... un desafío y una invitación.
Leyó en voz alta para sus consejeros:
"A los líderes del Pueblo del Hielo, desde Marelis, donde aún sopla el viento libre..."
Al terminar, dejó caer el pergamino sobre la mesa de roble. Sus ojos, verdes como el hielo de los lagos septentrionales, se clavaron en los presentes.
—No necesitamos la ayuda de nadie que venga del sur —dijo, con voz firme—. Los del norte peleamos con el norte. Nos basta nuestro propio fuego.
Uno de sus consejeros asintió, pero en el fondo, la joven líder sentía una sombra de duda. ¿Era orgullo, o un error que podría costar caro?
Mientras la noche caía y la tormenta rugía fuera, Freya apretó su vientre, jurando que la casa Drakkar sobreviviría... cueste lo que cueste.
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Tlanemekatl – Bosque del Río de la Miseria
Bella cayó como una flor cortada, el pájaro aún en sus manos.
Su sangre manchó la nieve, roja y espesa, como vino derramado sobre mármol. Su pecho subía y bajaba con dificultad. El ala del ave temblaba.
Bjorn se quedó helado, mirando la flecha. No era suya. No era del sur.
En el asta, un símbolo nítido: la cabeza de un oso, grabado con furia sobre el metal.
—No… —murmuró—. No puede ser...Y la nieve siguió cayendo. Silenciosa. Impasible. Como si todo ya estuviera escrito.
Pero sí. La Casa Nayari. Su aliado más cercano. Su hermano de causa. Su pasado compartido.
Un silbido volvió a cruzar el aire. Luego, el sonido de botas. De ramas partidas. De hombres.
Surgieron de entre los árboles como espectros de guerra: armaduras oscuras, pieles sobre los hombros, lanzas negras. Una docena. Quizá más.
Al frente, montado en un corcel negro y cubierto de pieles blancas, el príncipe Nayari. Su capa ondeaba como una sombra viva, y sus ojos, dorados como el sol envenenado del norte, se clavaron en la figura caída.
—He dado fin a la traidora —dijo con voz grave.
Bjorn no respondió.
—Rematen a la bruja —ordenó el príncipe, alzando un brazo.
Pero Bjorn se plantó entre ellos y Bella, espada desenvainada, los ojos cargados de furia.
—No la tocará nadie.
Los soldados se detuvieron. Confundidos. El aire crujía.
El príncipe Nayari apretó los dientes.
—¿Desenvainas tu espada contra tu hermano del Norte? ¿Contra tu cuñado? ? Tú mayor aliado?
Bjorn respiró hondo. Luego, sin apartar la mirada, dijo:
— Siempre nuestras casas juntas… siempre contra el Imperio podrido. Pero aun así… oso levantar mi espada. Y sé que si no lo hago, tus hombres la atravesarán como a un jabalí.
Hubo un largo silencio.
—No lo entiendo, Bjorn. ¿Por qué proteges al enemigo? A la cruzada que incendió nuestras tierras. A quien nos empujó a la guerra. Por ella rodó la cabeza de tu hermano. Por ella sangró tu hermana.
Bjorn tragó saliva. Bajó la espada solo un poco. No por rendición, sino por verdad.
—Porque así lo dicta la tradición. Su sangre… a cambio de la nuestra. Debo llevarla a casa. Sacrificarla ante los dioses. Solo así… solo así el alma de mi hermano será libre.
El príncipe Cael Nayari bajó de su caballo. Caminó lentamente hacia Bjorn, observando a Bella con desdén. El pájaro aún vivía. Ella, apenas.
—Oh… ya veo —dijo finalmente—. Sangre ritual. Tributo antiguo. Eso no es justicia. Es superstición.
Bjorn se mantuvo firme.
—Llámalo como quieras. Pero la ofrenda debe llegar con vida. No puedo llevarles un cadáver. No sirve así. Tiene que ver… tiene que saber. Tiene que sufrir.
Nayari arqueó una ceja.
—¿Qué propones?
—Consigue un chamán —respondió Bjorn—. Uno bueno. Que le salve la vida. Dame eso… y tendrás mi lealtad, mi espada, y mi palabra de que no será tu problema.
El príncipe lo estudió largo rato. Luego asintió, sin emoción.
—Perfecto.
Le hizo un gesto a uno de sus hombres, que partió de inmediato hacia el campamento.
—Si sobrevive —dijo Nayari—, tienes tres días para sacarla de mis tierras. Cumple tu venganza, haz tu rito, lo que te dé la gana. Pero si sigue aquí al cuarto amanecer… la colgaré frente al altar de piedra, y tú verás cómo tu juramento se hace cenizas.
Bjorn no se inmutó.
—Entonces que Odín juzgue lo que hagamos en esos tres días.
Cael lo miró un segundo más. Un largo segundo.
—Solo porque Freya lleva tu nombre —dijo finalmente—. Solo por ella.
Bjorn asintió.
Ninguno habló más.
El príncipe se volvió, subió a su caballo, y desapareció entre los árboles con su escolta. Solo quedó un rastreador, esperando al chamán.
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Editado: 21.06.2025