Capítulo 8: La Rodilla del imperio.
Pantano de Thaloria- Límites entre Nayari y Luminatis.
El sol no salía en Thaloria. Allí, la luz era un eco lejano, una promesa incumplida. Árboles podridos se alzaban como espectros, y el agua turbia ocultaba raíces traicioneras. El barro tragaba los pasos, y los insectos zumbaban como maldiciones al oído.
Bjorn avanzaba con dificultad, el cuerpo herido, la respiración pesada. Su capa empapada arrastraba lodo. La sangre seca de sus enemigos aún manchaba su cuello.
Bella lo seguía a distancia, atada por una cuerda anudada a su muñeca, pero con las manos libres. Había esperado este momento. La niebla, el cansancio, su lentitud. Sabía que si corría ahora, quizás…
Bjorn se detuvo. Apoyó una rodilla en el suelo. Respiraba con esfuerzo. El pantano le drenaba la fuerza como un veneno lento.
Bella miró alrededor. Árboles sin hojas. Silencio húmedo. Lo decidió. Con un tirón seco, soltó la cuerda. Corrió. Tropezó, se levantó, siguió.
El barro la salpicaba. Los pies resbalaban. El corazón latía como tambor de guerra. No miró atrás.
Pero escuchó los pasos. Pesados. Furiosos.
Bjorn rugió. No un grito humano, sino algo más profundo, más primitivo. Cazador traicionado.
La alcanzó cerca de una raíz caída. La empujó contra el suelo con violencia. Bella cayó sobre la espalda, el aliento escapando de sus labios.
Bjorn se arrodilló sobre ella. Su mano, enorme, se cerró alrededor de su cuello.
—¿Crees que puedes huir, traidora? —escupió, con los ojos convertidos en dos brasas de furia—. ¿Después de lo que hiciste con él? ¿Conmigo?
Bella forcejeó. No gritó. Solo lo miró. Sabía que no le temía a la muerte. Pero lo que vio… no era odio puro.
La furia de Bjorn titiló. Como una llama golpeada por el viento.
Sus ojos se detuvieron en su pecho.
Allí, entre la túnica sucia y rota, brillaban dos colgantes:
Una cruz de oro y diamantes.
Y junto a ella, el colgante de plata, en forma de dragón enroscado que perteneció a Eirik.
Bjorn aflojó los dedos.
La mirada asesina cambió. No desapareció, pero se quebró. Donde antes había furia, ahora había algo peor: dolor.
Sus labios se apretaron. Su mandíbula tembló apenas. Se apartó, respirando con dificultad.
Bella se incorporó lentamente, frotándose el cuello. Lo miró. Por un momento —solo uno—, vio en sus ojos lo que había sido Eirik. La misma tristeza contenida. La misma herida sin cicatrizar.
Entonces, a lo lejos, se escuchó un cuerno. Agudo. Imperial.
El edicto se había activado.
La cacería comenzaba.
Bjorn se puso de pie. Amarró de nuevo la cuerda a su cinturón, sin decir una palabra, y echó a andar.
Bella no protestó. El aire mismo parecía haberse congelado.
---
Ciudadela imperial - Luminatis.
Dos días después de la autoproclamación.
El Gran Salón del Palacio Imperial estaba colmado esa mañana. Los emblemas de las casas colgaban pesados y orgullosos, iluminados por la luz titilante de los candelabros de hierro:
Casa Al-Zahira, maestra del comercio y la diplomacia, con su serpiente plateada.
Casa Tenshi, protectora de las artes y ciencias, con su grulla blanca.
Casa Marelis, navegantes y comerciantes, con su delfín azul.
Casa Valtier, el brazo militar más fuerte, con su grifo dorado.
Casa Nayari, aliada ancestral de los vikingos, con su oso pardo. Ausente.
Casa Drakkar, guerreros del Norte, con su dragón marino. Ausente.
Casa Valerius, linaje imperial y defensores del catolicismo, con su águila dorada de dos cabezas.
El trono imperial ya no estaba vacío. Arnald entró escoltado por la Guardia Imperial, vestida con armaduras negras y capas rojas, su presencia una manifestación tangible del poder que había usurpado.
Sus botas resonaron en el mármol y su capa ondeó con arrogancia mientras caminaba hasta el trono. Sin esperar ceremonia, se sentó, reclamando su derecho con la seguridad de quien sabe que controla el destino de todos.
—Os he convocado, grandes casas, para restablecer el orden. El Imperio Aurethys está herido —comenzó con voz grave y autoritaria—. Nuestro amado emperador fue asesinado. Los responsables: los vikingos de la Casa Drakkar, aliados con quien debió sernos más fiel: la Emperatriz Virgen.
Un murmullo se extendió como una corriente eléctrica. Algunos nobles intercambiaron miradas incómodas. El viejo lord Haruto de Tenshi frunció el ceño, inclinándose levemente.
—¿No es vuestra sobrina la Emperatriz? ¿Acaso no juró lealtad a vuestra sangre?
Arnald apretó los dientes, sus ojos chispeando con ira contenida.
—Dejó de ser mi sobrina el día que conspiró para asesinar a nuestro emperador. Ahora es una traidora y fugitiva.
El cardenal Rufus, representante de la Casa Valerius, se puso de pie solemnemente y alzó la mano en señal de bendición.
—Arnald tiene razón. La Emperatriz traicionó al Imperio. Y ahora, bajo su mandato, restauraremos la fe católica en todo el territorio. Acabaremos con la herejía pagana del Norte.
Desde las islas, la joven dama Maris Marelis se puso en pie, elegante, sus ojos destellando con inteligencia.
—Con todo respeto… el trono no os corresponde por sangre. No ha habido proclamación oficial. El linaje imperial no está extinto.
Arnald sonrió, una mueca afilada como cuchilla.
—No soy un hijo directo de la sangre imperial, pero sí de la Casa Valerius. Soy tío materno de Bella. Y tras la masacre que acabó con todos los demás descendientes, soy el único capaz de guiar este Imperio. Mi ascenso no es usurpación, es supervivencia.
El silencio que siguió fue tenso, casi palpable.
Haruto habló con calma y gravedad.
—Lo que ha sucedido en el Norte no nos concierne aún… pero os recordamos que los Drakkar y los Nayari no son enemigos fáciles. La sangre del Norte es fuego antiguo y profundo.
#446 en Fantasía
#769 en Otros
#135 en Acción
reinos en guerra, #amor-odio, #amor traición culpa redención
Editado: 21.06.2025