La emperatriz virgen

15

Capitulo 15: Hijos del filo

Templo abandonado, afueras de Nayari

Bella yacía entre mantas rasgadas, el rostro pálido, la piel perlada de sudor frío. La fiebre la devoraba como un incendio silencioso. Su respiración era errática, temblorosa, como si cada bocanada de aire le costara el alma.

Bjorn había visto heridas. Había visto muerte. Pero lo que tenía ante él era distinto.
Era impotencia.
Era miedo.

El vendaje improvisado en el hombro de Bella estaba empapado, pero no de sangre: un líquido oscuro, denso, supuraba por los bordes de la herida. Olía a carne muerta.

—Maldita sea... —murmuró, y retiró la tela. La piel alrededor del corte se había ennegrecido.

Bella abrió los ojos. Su mirada estaba desenfocada, perdida entre los fantasmas de la fiebre.
—Esta vez… sí voy a morir, ¿verdad?

—moriras cuando yo decida entregarte, eres mi ofrenda.

—Creo que tus dioses… no quieren tu ofrenda —susurró, apenas audible, con una sonrisa triste en los labios secos—. Tal vez no soy digna de ellos.

Y se desmayó de nuevo.

Bjorn bajó la mirada. Tenía las manos manchadas con su sangre. No se movió. Solo escuchó el sonido irregular de su respiración, como una vela apagándose.

Entonces… lo recordó.
No una canción. Un rito. Uno que su madre hizo una sola vez, cuando su hermano mayor deliraba en los días previos a morir. Ella había dicho que era un “ritual de clavar el alma al cuerpo”, un acto que los antiguos llamaban "Vigía del Linde".

Y lo había prohibido volver a usarlo.

---

Flashback: Norheim, años atrás

Bjorn miraba desde la puerta. Su madre dibujaba un círculo de sangre alrededor del cuerpo tembloroso de su hijo mayor. Usaba una daga de hueso y se cortó la palma.

—No se reza. No se canta —murmuraba—. Solo se da lo que la fiebre quiere: carne, fuego, y memoria.

Cortó una mecha de cabello del enfermo. Le puso ceniza en la lengua.
Y luego hundió su propia sangre en la herida.

El niño Bjorn se estremeció. Su madre alzó la mirada, y su voz fue un susurro que lo marcaría para siempre:

> —Si clavas tu alma en otro… asegúrate de querer cargarla si no regresa.

---

Presente: templo abandonado

Bjorn se puso de pie de golpe. Se quitó el guante. Con la daga de su cinturón, se abrió la palma. La sangre brotó oscura y espesa.
Trazó un círculo alrededor de Bella, como recordaba.
Ceniza del fuego, restos de hueso, y un trozo de la venda empapada.
Sacó un mechón de su propio cabello, lo quemó en un cuenco, y dejó que el humo lo envolviera a ambos.

Luego presionó su palma sangrante contra la herida de ella.
Sintió el calor de la fiebre como una garra viva.

—No te la vas a llevar —le susurró a la oscuridad—. No todavía.

Sus ojos se clavaron en los de Bella, cerrados. Su frente rozó la de ella.
Y entonces dijo las palabras, como su madre las había dicho:

" Clavo mi alma a la suya.
Si se pierde, la sigo.
Si cae, caigo.
Si muere… que me lleve con ella."

El silencio tembló. El aire se densificó como antes de una tormenta.
Y de pronto, Bella se estremeció. Su respiración cambió. Se volvió más profunda. Más real.

Abrió los ojos.

—Tengo… mucha sed.

Bjorn se quedó helado por un segundo. Tragó saliva. Se inclinó, le acercó el cuenco.

—Lenda água —susurró, apenas.

Ella lo miró. Sonrió débil, como si supiera algo que él no. Entonces habló

—En la niebla, vi el mar alzarse... y tenía tu rostro.

El ave, como si respondiera a un llamado secreto, voló desde la viga hasta posarse en su palma.
Y el humo se disipó.

---

Palacio Nayari

El incienso seguía ardiendo en espirales lentas. El templo Nayari, de obsidiana y penumbra, guardaba en sus piedras los ecos de antiguas decisiones. Mei Lin no bebía ya el té: lo había dejado a un lado, olvidado, frío como el tono de voz que Cael acababa de usar.

—Quien vea a la cruzada en mis tierras —dijo el príncipe— debe atravesarla por la espada.

El peso de sus palabras fue como un trueno contenido. Ni el viento osaba moverse.

—Cael... —Mei Lin apenas susurró, pero había tormenta en su garganta—. ¿Estás dictando una ejecución?

—Hay que romper el hechizo que ella ha lanzado sobre Bjorn. Si el Dragón Marino del Norte protege al enemigo, los dioses nos castigarán. Y perderemos esta guerra, otra vez.

Uno de los guerreros más antiguos, rostro curtido, con la lanza cruzada en la espalda, asintió desde las sombras. Cael giró hacia él.

—¿Entendiste?

El hombre golpeó el puño contra el pecho.

—A la orden.

Mei Lin lo miró horrorizada.

—Sabes que él no dejará que nadie la toque, ¿verdad?

—Él no es invencible —gruñó Cael, apretando los dientes—. No puede desafiar a todos los clanes del sur y del norte al mismo tiempo.

Ella lo miró como si no lo reconociera.

—¿Estás mandando a darle muerte a la mujer protegida por la casa con la que compartes alianzas ancestrales? ¿Historia, sangre y familia?

Cael no parpadeó.

—Precisamente por el honor de mi hermana Freya... y por el hijo que lleva en su vientre. Ese niño gobernará el norte algún día. No puedo permitir que la cruzada llegue a Drakkar. Ni siquiera viva.

Mei Lin se puso de pie bruscamente, la porcelana del té cayó al suelo, astillándose.

—¿¡POR QUÉ ERES TAN CERRADO DE MENTE!? ¡Lo que ellos comparten no es amor!

Cael la observó con una calma terrible. Y susurró, como si dijera una maldición.

—No. Es algo peor.

Mei Lin retrocedió un paso. Sus labios temblaron, pero no dijo nada.

Entonces, el chamán habló. Había permanecido en la sombra todo el tiempo, apenas un bulto entre velos y ceniza. Su voz se alzó como una llama que no necesitaba leña.

—Dos rituales. A dos dioses diferentes. El mismo día. Y por una misma vida. Eso no ha pasado en mil años.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.