Capítulo 19.
Campamento Nayari. Noche. Tienda de Cael.
La tienda olía a humo y a guerra. Afuera, el viento silbaba entre las lanzas clavadas en la tierra helada.
Dentro, Cael afilaba una daga, sin mirar la entrada, como si supiera que el fantasma del pasado que tanto negaba había vuelto.
Mei Lin entró en silencio. No había súplica en sus ojos. Ni rencor que se mostrara. Solo la frialdad templada de quien ha cruzado una línea interior.
Cael no levantó la vista, pero su voz cortó el aire como una espada envainada:
—¿Vienes a buscar consuelo, Mei Lin? ¿Te has cansado ya de llorar a los traidores?
Ella se detuvo frente a él.
—Soy de Tenshi. ¿Soy una traidora también?
Cael la miró entonces. Los ojos oscuros como la noche antes de una tormenta.
—Has pasado la mitad de tu vida aquí. En Nayari. Conmigo —dijo con voz baja, como un veneno lento—. Sabes lo que los cruzados representan para mí, y no hiciste nada para que tu hermano los sacara de tus tierras. Eso te convierte en una traidora… por omisión.
Mei Lin apretó los labios. Los ojos le brillaban con una mezcla imposible de dolor y desafío.
—Perfecto. Entonces mátame.
Cael se acercó. Despacio. Como un depredador que no tiene prisa.
Le sostuvo el rostro, le apartó un mechón de cabello con una ternura perversa.
—Sabes que de todos los seres de esta tierra… solo tú gozas de mi clemencia.
La tomó del cabello, no con brutalidad, sino con una suavidad inquietante, y la atrajo hacia su cuello. Sus labios descendieron, calientes, decididos. El beso en su piel era sentencia y entrega.
—Entonces al menos no me negarás el consuelo… —susurró ella.
Cael alzó la vista, los ojos hambrientos, furiosos.
—Te consolaré —dijo con voz ronca—. Pero quiero que quede claro: no sueñes con boda. No eres digna de mí. De mi corona. De mi trono. Hay compasión por la cruz en tu corazón, y eso es una debilidad que yo no permito.
—No espero nada más que consuelo… o castigo —dijo Mei Lin, con la voz temblorosa, pero firme—. ¿Qué me darás?
Cael la miró como si odiarla le doliera.
—Consuelo y castigo al mismo tiempo.
Y entonces la besó.
Sin piedad. Sin dulzura.
Como si besarla fuese una forma de castigarla por todo lo que él sentía y nunca admitía.
La tomó ahí mismo, entre pieles y sombras, con la desesperación de los años perdidos, la ira no confesada y el deseo que siempre lo había consumido.
Ella lo aceptó con los ojos cerrados, sin rendirse del todo, sin entregarse tampoco.
Solo usándolo.
Como él la usaba.
Solo esta vez… sabiendo que sería la última.
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Más tarde, Cael dormía. El cuerpo cubierto apenas. Un brazo la rodeaba con fuerza, como si en su inconsciente supiera que podía perderla.
Mei Lin estaba despierta.
Abrazada a él, sí.
Pero con los ojos abiertos y las lágrimas cayendo mudas, lentas, rabiosas.
" Siempre he buscado preservarte. Cuidé tu corazón incluso cuando tú lo despreciabas. Te amé en cada sombra, en cada derrota. Me puse detrás de ti para que el mundo te viera más grande. Estuve dispuesta a morir por ti.
Y a cambio me diste… migajas. Desprecios. Humillación.
Me quitaste la pureza que un día prometiste proteger, rompiste tu promesa de matrimonio y me dejaste sola.
Me abandonaste entonces.
Me abandonaste ayer.
Pero hoy, Cael Nayari… hoy yo te abandono a ti.
Abandono este amor que me volvió débil.
De las cenizas de mi casa, quemada por la serpiente del sur.
De tus ojos fríos, que no se inmutaron al ver caer la sangre de los míos.
De mi vientre herido y mi alma rota…
Haré mi venganza.
Engendraré tu heredero sin que lo sepas.
Y cuando llegue la hora, me sentaré en el trono de Nayari.
Como reina.
Como madre de tu legado.
Y llevaré a Liang, mi sobrino, sangre de Tenshi, a recuperar lo que fue nuestro.
Lo que tú permitiste que nos arrebataran.
Siete lunas.
Eso es todo lo que necesito.
Siete lunas para darle forma al futuro.
Siete lunas para que este hijo —mi fuerza, mi victoria— nazca.
Y entonces, Cael… sabrás que el verdadero castigo nunca fue perderme.
Fue haberme tenido y no haberme amado, pero sobretodo por haberme subestimado."
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Ilvenia – Noche
La mesa estaba cubierta de mapas empapados por la humedad del sur. Sobre ellos, las velas se derretían con lentitud, como si el tiempo mismo dudara avanzar.
Liang había llegado a Ilvenia solo, semanas atrás. Un exiliado. Un huérfano de Tenshi con la mirada de los que ya habían perdido todo… menos la precisión.
Ahora se iba con la mitad del ejército Drakkar.
—Arvath es el siguiente paso lógico —decía él, señalando con un dedo la ruta trazada al este—. Controlan el paso y la ruta comercial. Si cae, el Imperio partirá su atención. Dejaremos a Ilvenia respirar mientras otros sangran.
Singrid no miraba el mapa. Miraba su ciudad. Sus muros. Su bandera ondeando bajo la luna.
—Ilvenia no respira. Ilvenia late con sangre Drakkar ahora —replicó con la voz tensa—. Cada piedra tomada es tierra sagrada para los nuestros. Yo no me muevo.
Liang alzó los ojos. Su tono era templado, pero su mirada, cortante.
—Si te quedas aquí, expuesta, con un cuarto del ejército… si vuelven, vendrán con fuego.
—Entonces que arda —respondió ella—. Yo nací para caminar sobre brasas. Soy hija de la noche, Liang. Mi sangre es hielo. Mi espada, fuego. Y si me cortan, gritaré con el rugido del norte.
Él suspiró. Bajó el mapa. Dio un paso hacia ella.
—No quiero dejarte aquí.
Ella se giró. Lo miró de frente. Una risa leve le curvó los labios, pero no era cálida. Era salvaje.
> —Niño tonto del este… solo porque dormimos juntos y matamos juntos, no estamos destinados. Yo no nací para quedarme. Nací para tomar.
—Y yo para perder —susurró Liang.
Silencio.
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Editado: 21.06.2025